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Rafael Arroyo: una vida con máquina de escribir

Nació con la II República, recuerda los horrores de la guerra, se ganó la vida con máquinas de escribir y hoy repasa sus vivencias.

Rafael Arroyo: una vida con máquina de escribir

Texto: Patricia Campelo

Se siente republicano de corazón, hasta el punto que ‘esperó’ a nacer en 1931, explica entre risas. Rafael Arroyo, de 84 años, llegó al mundo en su casa de la madrileña calle de Treviño, por Cuatro Caminos, en un edificio que cinco años más tarde quedaría destrozado por el impacto de un misil bélico.

No había cumplido los 6 años cuando comenzó la Guerra Civil, pero el horror le dejó grabado a fuego en su memoria algunos episodios. «Oía los cañonazos y yo decía que eran truenos de tormentas», recuerda Rafael sobre el estruendo del asalto al cuartel de la Montaña, origen de la contienda en Madrid.

Era el 20 julio de 1936, hace ahora 79 años, cuando comenzó la lluvia de plomo que hirió de muerte a la ciudad. «Cuando sonaban las sirenas empezaba el cañoneo que iba desde la Casa de Campo hacia donde están ahora los Nuevos Ministerios. Eso lo consideraban como un polvorín, y cañoneaban hacia allí. Pero algunos se quedaban cortos, y un obús calló en mi edificio, una casa de tres pisos. Se deshicieron el exterior y las puertas, y el techo cayó por el hueco de las escaleras. Los vecinos solíamos juntarnos abajo en el patio para charlar, y esto sucedió estando allí, así que no nos pasó nada», detalla. «Esas cosas no se olvidan», remacha.

En un escenario de posguerra, hambre y represión, Rafael comenzó a trabajar a los 12 años. «No me gustaba el colegio», reconoce. «Estuve el primer año en un taller escenografía, haciendo decorado de teatros», señala.

Al año siguiente se pasó al mundo de la hostelería. «Entré en un bar de artistas y toreros en la carrera de San Jerónimo 19, Las Cancelas. Conocí a muchos toreros y artistas de cine», asegura Rafael. Pero su empleo definitivo llegó poco después.

Tras cumplir los 14, comenzó de mecánico de máquinas de escribir. Aprendió el oficio hasta que le mandaron a cumplir el servicio militar a Tetuán. «Al volver me puse por mi cuenta. Arreglaba máquinas y hacíamos abonos de limpieza y conservación», explica sobre una dedicación hoy en desuso. Ganaba 25 pesetas a la semana.

«Tuve la ventaja que si no llevaba dinero a casa, mis padres no me decían nada, y casi todo lo que ganaba era para invertir en el negocio. Llegué a tener 14 máquinas y las alquilaba a 100 pesetas al mes», señala.

Rafael llegó a tener clientela importante, como el director de la orquesta nacional: «Vivía por Embajadores, y tenía una Hermes pequeña, muy bonita», recuerda. También llevaba las máquinas eléctricas de Telefónica y atendía a escritores y gente conocida.

A RIVAS EN BUSCA DE ESPACIO

En 1958 se casó con su mujer, Leonor Perera. Tienen seis hijos que, a medida que nacían, las casas se les hacían más pequeñas, y se fueron mudando. El periplo les llevó desde su pequeño piso en la calle de López de Hoyos, en la capital, a otro más grande en Móstoles para acabar en uno de los primeros chalets de cooperativa de Rivas, en la calle de Los Castaños con Acacias.

Allí sigue Rafael, ahora ya sólo con Leonor, dedicado a cuidar a su mujer. Durante seis años fue el tesorero del Consejo Rector de mayores. Militante del PSOE el primer año del partido, este activo vecino sigue la actualidad política, y se define como «socialista de ideas, de sociedad y de convivencia».

Además, es uno de los fundadores de la asociación Ripa Carpetana, con la que promueve visitas culturales y realiza labores de guía en exposiciones del Ayuntamiento. En el momento de la entrevista, Rafael trabajaba en las muestras de fin de curso de la Universidad Popular.

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