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Ruibal: «Creo en la música, no en los discos»

Entrevista concedida por el músico gaditano, uno de los mejores compositores del país, antes de su concierto en Rivas en enero 2012.

Ruibal:

«Las canciones tienen un destino»

Entrevista: Nacho Abad Andújar / Fotografía: Elías Carmona / Entrevista publicada en ‘Rivas al Día’ de enero de 2012.

A Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1955) la concurrencia le grita de vez en cuando ‘ruibaléame’. Y Joaquín Sabina se declara ‘ruibalista’ confeso: tal es el gusto que provocan sus canciones. La elegancia de sus letras y la profundidad de su música lo sitúan entre los grandes juglares del país.

Alejado de los estudios de grabación desde 2003, cuando editó ‘Sahara’, ha optado por el directo para sus tres últimos discos: la obra maestra ‘Lo que me dice tu boca’, la actualización de ‘Pensión Triana’ -la primera versión data de 1994- y ‘Sueño’, un álbum sinfónico grabado con la orquesta de Córdoba en 2010 y editado este año.

Convencido de que lo suyo es más oficio que arte, sus temas trascienden el género cantautoril para respirar sonoridades flamencas, orientales, africanas y caribeñas. El sábado 14 de enero se planta con su guitarra en la sala del centro cultural García Lorca (10 euros, 20.30). Una ocasión magnífica para disfrutar de la buena música. Una noche para ‘ruibalear’.

El de Rivas es un concierto de voz y guitarra.

Es un acústico, un concierto muy cercano. Llevaré temas que tengo en la maleta, algunos inéditos. Será un repaso a mi trayectoria.

¿En qué es mejor un acústico solitario que un recital arropado por una banda?

Cuando estoy solo en el escenario se percibe más mi trabajo de composición. Y la guitarra suena más libre, sin otros focos de atención donde el oyente pueda entretenerse. No me interesa la canción solo como mensaje sostenido por unos acordes que justifiquen la canción. Me interesa que la música importe tanto como la letra. Una canción es un engranaje, como un trabajo de orfebrería que encaja una letra y una música para que parezca que siempre estuvieron juntas. Y cuando actúo en solitario, me resulta más confortable no tener que estar pendiente de otras tensiones, me encuentro más sereno, no estoy con un tropel de músicos que hacen muchas cosas a la vez.

Desde 2005, no edita un disco completamente inédito. ¿Queda mucho para disfrutar de un trabajo con canciones nuevas?

Los discos no son un objetivo profesional que me marquen pautas para interesar al público o renovarlo. Los concibo como un registro que testimonia el trabajo de un tiempo. Me interesa que las canciones de un disco tengan una coherencia, que no haya temas de relleno, que no me imite a mí mismo, que suponga una buena colección de canciones que todas juntas se apoyan unas a otras. Me interesa más involucrar al público cuando está en el patio de butacas o en la sala. Interesarlo por lo que hago, tanto igual si la canción es del último disco o tiene 20 años. Por suerte he conseguido un repertorio que puedo seguir cantando durante mucho tiempo. No son canciones que hayan caducado porque no han perdido su vigencia.

Ese concepto del disco como una unidad coherente, ¿peligra con los nuevos sistemas digitales de almacenamiento y escucha?

El momento en que uno canta una canción es casi espiritual, imposible de plasmarlo en un disco. Es la misma canción, evidentemente, pero el hecho en sí de la interpretación en directo es lo que justifica este trabajo. Yo no creo en los discos, creo en la música. Que se acabe un sistema de intermediación entre el artista y el oyente no me preocupa. Lo que me preocupa es el desafecto. La masificación está estropeando más el afecto que se pueda tener por el arte. El disco tiene que ser un recuerdo del directo. Por eso mis tres últimos discos los he hecho en directo. No tengo ninguna fe en el laboratorio. El laboratorio es para los científicos, la música es una cosa inmediata.

Esa masificación, ¿hace que el público escuche peor?

Depende del gusto musical que uno ha desarrollado y del significado que la música tenga en su vida. Hay quien dispone de la música como un soniquete que está ahí mientras hace cosas, consume mucha y cree que es un gran aficionado. Pero si no trasciende y respira lo que oye, si nada se agita en sus adentros, no es un gran aficionado a la música, es otra cosa. El público que oye bien lo vive con una cierta espiritualidad, y da igual con qué soporte escuche. La obscenidad es la acumulación, uno de los múltiples flecos defectuosos y vergonzosos de este mundo consumista y capitalista: tener por tener y no por disfrutar. Esa es la obscenidad que pone en peligro cualquier cosa, no solo la música.

¿Las ganas de componer se pierden con la veteranía, uno ya lo ha dicho casi todo?

En la juventud uno quiere descubrir la piedra filosofal cada vez que hace una canción. Quiere, como decía Sabina, hacer la canción más hermosa del mundo. Quiere que cada nueva composición sea única y maravillosa. Cuando se tiene juventud, y se han probado menos cosas, se puede vivir cada composición como un acontecimiento. Con el tiempo eso se pierde un poco, aunque no el entusiasmo de acometer bien la creación. Y se pierden las opciones de la sorpresa. Uno es quien es, y aunque crezca con nuevas influencias, todo se estabiliza. A menos que uno sea un tipo muy experimental, de laboratorio, que se dedique a destilar lo que ya estaba destilado, que no es mi caso.

Es de los pocos músicos cuyo nombre el público transforma en verbo: ‘Ruibaléame’. ¿Qué siente cuando lo oye?

Es un detalle simpático. Es una generosidad por parte de la gente dar a entender que escuchar mi música es estar en un estado especial. Probablemente se refieren a que mis canciones buscan, quizá suene pretencioso, que quien las oiga entra en un pequeño trance, no con todas, pero sí con muchas, que hablan de arrebatos amorosos y de situaciones, aromas, lugares y colores que tienden a hipnotizar. Pero en mis conciertos también se puede bailar. Decía Juan Luis Guerra que hay que cantar al corazón y a los pies, para la emoción y para la diversión.

Probablemente sea uno de los músicos que más respeto genera entre colegas, algunos como Sabina se confiesan ‘ruibalistas’.

Agradezco esos piropos y complicidades. Todo el mundo sabe que nunca seré un número uno, algo que no he ambicionado pero de lo que tampoco me he apartado estoicamente diciendo eso de no quiero que las masas me sigan. Siempre me he mantenido al margen de estrategias y he concebido los discos sin pensar en ellas. El último, ‘Sueño’, estratégicamente es lo peor que uno puede hacer en su carrera, porque nadie te contrata con una orquesta con la misma facilidad que para un acústico o tu quinteto. Sin embargo, ese disco lo he hecho en el momento que creía podía hacer una buena aportación a la música española. Ese afecto que tienen por mí otros artistas igual es porque uno trabaja de una forma muy artesanal y tradicional, tomándose mucho tiempo, y eso resulta llamativo.

¿Por eso habla de oficio más que de arte?

Nosotros tenemos que hacer pequeñas piezas que lleguen lejos, calen hondo o tengan una utilidad de acompañamiento para un momento del día o para las relaciones entre personas. Las canciones tienen un destino. Esa inmediatez y ese espacio tan reducido en el que hay que contar una historia que llegue y se sostenga por sí misma requieren más de oficio que de otra cosa. Uno puede tener una gran idea, pero luego ha de concretarla.

Es ahí donde se ve el trabajo de taller.

Y el empeño por no renunciar a que la última palabra sea la mejor dicha. Yo aprendí mi oficio de los que lo han hecho muy bien. Y me alegro cuando veo la buena factura de las canciones de Sabina, que ha salido antes en la conversación, que no da por buena una palabra hasta que no la ha pensado y repensado, la ha puesto en todos los lugares de la canción y ha visto que ése es el suyo. Ése es un trabajo artesanal, muy bonito y poco valorado actualmente porque con la música se ha hecho una utilización banal y comercial en las últimas décadas. Hacer una canción tiene un encanto del que se disfruta mucho. Yo me veo en mi tallercito como el artesano que calza la piedra en la joya o hace un trabajo de marquetería de incrustaciones sobre madera y todo lleno de detalles.

«Dime si vale la pena amar tanto el mar y enterrarse en la arena», dice en una de sus canciones. ¿No es lo que hacen ciertos gobiernos de izquierda?

Hay dos maneras de sentir la izquierda. Una es el posicionamiento vital y otra el estratégico. Cuando quieres estar en la estrategia, te metes en política y eres capaz de decir la primera mentira, te jodiste para siempre. La primera mentira, ambigüedad o falso testimonio lo estropea todo. Se puede hacer un paralelismo con el mundo de la música, donde todo va bien hasta que ganas el primer millón.

¿Qué pasa entonces?

Que corres el riesgo de que se te vaya la cabeza al pensar que en este pequeño oficio, y desde tu tallercito, puedes ganar un millón, e inmediatamente alcanzar cinco o seis. No me gusta la ambigüedad con la que se ha comportado la izquierda en ciertos momentos, la complicidad con desvíos del sistema democrático. ¿Cómo un país, España, puede estar en el consorcio de las democracias desarrolladas y ser fabricante de armas? Un presidente que se dice socialista no puede vender armas donde se está machacando y acribillando a la gente. También es muy poco de izquierdas realizar una reforma constitucional sin consultar al pueblo. Aunque no sea obligatorio. Que la derecha lo haga como le dé la gana, pero la izquierda debe hacerlo bien, y consultar.

Especialmente cuando se han pasado 30 años advirtiendo de los inconvenientes de tocar la Constitución.

Y van y la tocan en una tarde. Otro detalle de absoluta obscenidad antidemocrática es, cuando uno sabe que va a perder las elecciones, dejar instalado un escudo antimisiles en la ciudad de Rota (Cádiz). Ellos, que llegaron al gobierno a la voz de ‘OTAN, de entrada, no’. Todas esas vergüenzas las van a purgar. Sólo deseo un rearme moral. Quien tenga esa capacidad para rearmarse, que se salga de ahí. Los últimos coletazos de ese partido en el Gobierno son consecuencia de la soberbia y el comportamiento del señor Felipe González Márquez, cuando llegó la hora de los fastos de 1992 y declaró a bombo y platillo que estábamos más de moda que Cristo, que éramos un país de primera calidad, interesantes, guapos y podíamos ganar dinero. Lo que deberían hacer es operarse del apellido, quitarse lo de ‘obrero’ y ‘socialista’. Y lo de ‘español’, como ya dijo mi buen amigo Javier Krahe, habría que demostrarlo, porque quizá también sea americano. El escudo antimisiles de Rota me parece el colofón del despropósito y la desvergüenza.

¿Y qué espera del nuevo Ejecutivo popular?

No espero nada. Se va a dedicar a hacer lo mismo que el anterior pero con una codicia y descaro irrefrenables para favorecer la acumulación de capitales, la riqueza obscena, la petulancia y la actitud despótica con que se comporta el dinero y sus representantes. Sólo espero que no echen vinagre en la herida.

¿Qué se juega Andalucía con las elecciones de marzo?

Lo mismo que todo el país. El PSOE perderá seguramente la Junta. Hay quien dice que por desgaste de poder. Yo creo que ha habido bastante inmovilismo. Es cierto que se puede decir que el Gobierno central hizo leyes como la de igualdad, la del matrimonio homosexual o la del aborto. Pero ésa era su obligación, pertenece a la lógica de los partidos de izquierda. Lo que no puede, amparándose en eso, es besar el culo de los banqueros. Eso es un despropósito absoluto. En Andalucía habrá un cambio por desgaste, pero también por otras cuestiones de inmovilismo.

¿Por ejemplo?

La televisión andaluza, una de las situaciones más vergonzosas del abanico de antenas televisivas mundiales. Es vergonzosa la exaltación que se ha hecho de un andaluz que ya estaba en todos los chistes más vulgares y ordinarios, ese andalucismo de feria, rocío y semana santa. Han cometido tal cantidad de torpezas con una entidad que debía ser una guía de información y formación, lo han hecho tan garrafalmente mal, que solo quiero que entre alguien y cambie esa tele, que así es una mierda.

¿Votará en las elecciones autonómicas?

Tengo que pensar qué votar. Yo no los he votado a ellos [al PSOE]. Siempre he votado a izquierda, y mi voto irá, como siempre, a quien tiene que ir.

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