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Manuel y Cristina, querella contra el franquismo

Vecinos y vecinas se suman, a través de su Ayuntamiento, a la querella contra el franquismo abierta en Argentina.

Manuel y Cristina, querella contra el franquismo

Texto: Patricia Campelo Fotografia: Luis García Craus

Su vida de jubilado de paseos y mañanas en el centro de mayores no hacen sospechar el inmenso dolor que sintió tiempo atrás, fruto de una vida atravesada por las despedidas. Manuel Blanco Mesón (Madrid, 1934) encierra en sus apellidos la historia amarga de su familia. Apenas tenía dos años cuando estalló la Guerra Civil, pero el recuerdo del horror se le quedó grabado bien pronto.

«Mi madre huyó conmigo y con mi hermano, de 6 años, a un pueblo de Ciudad Real, Almadén, y regresamos a Madrid cuando ella pensaba que había acabado todo y que empezaba la paz», relata entrecomillando la palabra ‘paz’. En la capital les esperaba la sorpresa: «Toda la familia de mi madre estaba en la cárcel, toda». Incluida su famosa tía, Juana Doña, dirigente comunista condenada a pena de muerte, conmutada después por 30 años de prisión tras interceder por ella la argentina Eva Perón, que visitó la España franquista de 1947.

El marido de Juana Doña, y tío de Manuel, Eugenio Mesón, activo militante que propició junto a otros compañeros la unificación de las juventudes comunista y socialista, no corrió la misma suerte. «Estaba en la cárcel de Porlier, y le sacaron a fusilar frente a las tapias del cementerio del Este, en julio de 1941», recuerda Manuel. «Teníamos un apellido maldito», lamenta. Tanto, que su madre, Elena Mesón, no paró de salir y entrar de prisión desde que puso sus pies en el Madrid de la posguerra. «Le acusaban de bandolera, y la primera condena fue de 12 años y un día. Nosotros no teníamos piso, vivíamos a salto de mata y aun así decían que en nuestra casa recibíamos a bandoleros, anarquista y comunistas».

Así, Elena pasó cuatro años en la cárcel de mujeres de Ventas, donde Manuel la visitaba cada 24 de septiembre, día de la Merced, único momento del año en que los niños y niñas menores de 14 años podían entrar a prisión a ver a sus madres. «Recuerdo unos pasillos larguísimos y todo lleno de mujeres y niños llorando. Era horrible», rememora.

Mientras Elena permanecía presa, Manuel y su hermano saltaban de familia en familia, trabajando durante su infancia para poder salir adelante. «Antes de cumplir los 12 años había vivido en unas 12 o 13 casas. Y siempre separados, porque no podían acoger a dos niños; todos eran muy pobres», revela.

Sobre su padre, Manuel conserva un recuerdo demoledor. «Estuvo preso en un campo de concentración, y le liberaron cuando estaba a punto de morir. Recuerdo que un día llegó a casa y alguien me dijo, ‘Mira Manolito, es tu padre’. Yo debía tener 5 años. Al día siguiente murió», deplora. «No le fusilaron, y no sé si hubiese sido mejor eso que morir de hambre y enfermo», lamenta.

El delito de Mariano Blanco Cano fue poseer un camión con el que trabajaba de transportista. Al inicio de la guerra, le fue requisado, y cuando las tropas de Franco entraron en Madrid y se hicieron con el camión del padre de Manuel, vieron que ese vehículo había servido a la República durante la contienda. «Le mandaron a un campo de concentración; mi madre recordaba que se llamaba Gibraltar, pero no sabemos mucho más», titubea Manuel. De su abuelo, en cambio, sí sabe el lugar donde perdió la vida: un campo de concentración en Alicante. «Le detuvieron porque se llamaba igual que mi tío, Eugenio Mesón, y pensaban que era él», suspira.

Con todo, hoy Manuel ha sumado su testimonio, a través del Ayuntamiento ripense, a la conocida como querella argentina, el proceso penal abierto contra el franquismo en un juzgado de Buenos Aires en 2010.

El Consistorio aprobó en el último pleno una moción para unirse a esta demanda y lograr el reconocimiento de las víctimas, la única meta que persigue Manuel. «Me gustaría que un tribunal obligase a estos que gobiernan a reconocer que el franquismo era una dictadura horrible y asesina, con eso me conformo».

ROBO SISTEMÁTICO DE BEBÉS

Cristina Serrano (Madrid, 1961) es otra de las vecinas del municipio, víctima del franquismo, que ha incorporado su testimonio a la querella argentina. Ella suma su denuncia a la de las miles de víctimas de la trama del robo de bebés. Su madre falleció sin conocer la verdad; su padre, de 94 años, no puede creer que se dieran estos casos, y Cristina augura una lucha de años antes de desenmascarar a los responsables y hallar a los bebés robados.

Su caso es el de otras tantas familias: su madre acudió a dar a la luz a la clínica Santa Cristina en 1956, centro donde trabajó la monja María Valbuena, imputada en el caso de los bebés robados y fallecida antes de ser juzgada. El padre de Cristina recuerda que dejaron a su mujer en una habitación, sola, y a él le empujaron a marcharse a su casa y regresar al día siguiente. Cuando volvió, le comunicaron que su hija había fallecido, que había nacido «demasiado grande» y se había muerto.

«Mi padre no entiende que hubiera tráfico de niños, dice que eso no puede ser, que es algo muy inhumano. Y piensa que la niña murió por abandono porque si mi madre estaba sola en una habitación cómo se iban a dar cuenta que iba a parir; eso cree», relata Cristina.

Mientras, su madre, que había perdido el conocimiento en el parto, se despertó sin saber nada. «Después insistieron mucho en verla y les enseñaron a una niña desnuda en una mesa de acero. Mi padre siempre dice que esa niña había nacido criada, que al menos tenía siete kilos y el pelo rizado y rubio», aporta Cristina.

Tras un periplo de reclamaciones y denuncias, el caso de su hermana llegó a un juzgado, que lo archivó por «falta provisional de pruebas». La familia pudo al menos descubrir el certificado del cementerio que, hasta entonces, la institución funeraria se negaba a facilitar. «Según dijeron, fue una muerte intrauterina», asegura Cristina, un dato que contrasta con el que figura en el certificado de defunción que logró de la propia clínica, donde se afirma que «nace viva» y que «muere a los diez minutos por asfixia».

Por todo, esta vecina de Rivas pide que se investigue de forma global, reconociendo la trama que supuso el robo de bebés, una práctica que, según recuerda, comenzó con el rapto de hijos a las presas republicanas y luego continuó convertido en un «negocio rentable», hacia los años 60.

«Nos quieren canalizar de manera individual, decir que son casos familiares pero no, es un problema generalizado, hay muchas personas ahora mismo que tienen una identidad cambiada y no se investiga a ese nivel», lamenta Cristina.

Contacto de la asociación: Todos los niños robados son también mis niños.

Tlf.: 618774916. www.2015bebesrobados.com  

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