Texto: Patricia Campelo Fotografia: Luis García Craus
Si hay una realidad que se escapa a la lógica de los planos arquitectónicos es aquella por la cual, Mónica García y Javier Rubio, hoy profesionales autónomos, fundadores del estudio Cómo crear historias, cruzaron sus caminos. Compañeros de clase en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, se percataron pronto de sus muchos puntos en común. «Hasta nacimos el mismo día, del mismo mes y año», relata divertida Mónica desde el salón-oficina de su casa en la calle María Zambrano.
De aquel tiempo universitario hasta hoy han pasado muchos años, ahora ambos tienen 39, y un importante rosario de galardones por su labor profesional. De momento, el último de ellos les ha llegado de Baku, capital de Azerbaiyán, lugar que se ha fijado en la obra que ambos ripenses ejecutaron en Cehegín, un pequeño pueblo murciano.
«Llevamos muchos años haciendo concursos de ideas, y este premio, que es por un edificio y un parque, procede de un concurso que ganamos para construirlo. Este mismo proyecto lo hemos presentado a otros premios», aclara Mónica sobre una vía a la que recurren profesionales del sector para sobrevivir: la participación en concursos de arquitectura, nacionales o internaciones.
Por el de Baku recibirán una distinción que se traduce, al cambio monetario, en unos 2.000 euros. La obra premiada consiste en un edificio que alberga unas oficinas cuyas ventanas asoman a un jardín que aprovecha la ladera del monte sobre el que se enclava el pueblo. Además, el proyecto aúna belleza, practicidad y sostenibilidad, al reutilizar el agua sobrante de los hogares del pueblo a través de unas plantas de ribera que la depuran para el riego.
Precisamente, este proyecto también fue merecedor del Reconocimiento Europeo de Construcción Sostenible, otorgado por la fundación Holcim. «Cehegín está en un casco antiguo muy consolidado, en una ladera, y faltaban espacios de disfrute público. Además, en Murcia hay problemas de agua, por lo que decidimos reutilizar la usada del pueblo. En la parte alta hay mucha pendiente, y aprovechamos la caída por la gravedad, para que el agua vaya pasando por plantas de ribera que la va depurando y al final obtienes agua para regar un jardín en paralelo», explica Mónica.
El punto de partida para que este jardín mágico cobrara vida y convirtiera un terraplén sin uso en un espacio verde urbano fue el mencionado certamen de ideas que celebró la administración local. «Al menos antes, los ayuntamientos sacaban estos concursos de arquitectura para los espacios públicos, aunque no todos los que ganabas se terminaban construyendo», advierte Mónica. En el caso del pueblo murciano, tuvieron en cuenta los ‘designs parks’ o caminos alternativos que marca la gente, bien por lograr atajos u obtener vistas más bonitas.
«Fue difícil por la pendiente, pero en Murcia nos basamos en eso», apunta Mónica. La observación del entorno para transformarlo en el escenario público, adecuado y amable para crear historias es el punto fuerte de esta pareja arquitecta. Así trataron de hacérselo ver al anterior equipo de gobierno en el Ayuntamiento de Madrid.
Tras ganar otro concurso, les encargaron la construcción de unas viviendas públicas en Villa de Vallecas, pero la falta de fondos paralizó el proyecto. «Propusimos llegar a cota cero para que la gente pudiera usar ese espacio, si no, iban a tener ahí un agujero negro, pero me dijeron que estaba hablando como una ciudadana, y me remitieron a hablar con Ana Botella», lamenta Mónica. «Como barrio, se necesita una respuesta a ese espacio», recomienda.
LOS COMIENZOS
Acabada la carrera, Mónica y Javier empezaron pronto a compatibilizar las colaboraciones en estudios de arquitectura con la participación en certámenes. «Nos lo decían en la escuela, si no tenéis contactos ricos, a los concursos», recuerda Mónica. «En los estudios te decían que te dieras de alta de autónomo, es un mundo¿ No sé si habrá cambiado ahora, pero el tema de los falsos autónomos era lo normal. Sobre todo en los más famosos», aporta Javier, apostado al otro lado de la mesa de trabajo ubicada a orillas de una pared con una pizarra infantil llena de garabatos de lo que parece la vocación heredada de la hija de ambos, de 4 años.
Después de algunos concursos ganados -hoy acumulan 24 distinciones-, se pusieron por su cuenta, en una lucha contra los elementos. «Parece que la tendencia es tratar de eliminar a los estudios pequeños a favor de empresas grandes que tengan también la parte de ingeniería», detecta Javier. «Nosotros queremos aportar algo a la ciudad y que la gente se sienta a gusto en ella desde nuestro conocimiento de la arquitectura y vincularla con el espacio público», defiende Mónica sobre la esencia de su pequeño estudio.
«Una ciudad sana necesita a su ciudadanía en la calle usando el espacio, porque un espacio sano es un espacio seguro», resume. En Rivas, una ciudad hacia la que tienen ideas que ya hierven en sus cabezas, llevaron a cabo la iniciativa Partes Sueltas, mediante la cual, niños y niñas crearon paisajes lúdicos a través del juego.
Es su forma de contribuir poco a poco a mejorar el municipio que acoge, al menos a Mónica, desde los 12 años, y desde el que tomó la decisión de estudiar arquitectura mientras estudiaba en el instituto Las Lagunas, el único que había en Rivas entonces.
«Me gustaba mucho dibujar, pero también la literatura; tenía mis conflictos», asegura. «En 3º de BUP nos hicieron un test durante varios días para orientarnos y eso me ayudó un montón. La arquitectura al final está en todos los sitios, y es una actitud que tienes y con la que te sientes capaz de hacer muchas cosas, desde diseño industrial, de un objeto a una ciudad», defiende Mónica. «Al final es construir relatos, escenarios donde la gente desarrolla sus historias», concluyen casi al unísono.