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Marta Fernández, enfermera: «Los diagnósticos de VIH en mujeres son más tardíos»

Entrevista sobre el VIH con perspectiva de género, con motivo del Día Mundial de la Lucha Contra el Sida.

Marta Fernández, enfermera:
Marta Fernández, enfermera con 12 años de experiencia profesional, trabaja actualmente en el ámbito de la docencia en violencia de género.

Entrevista: Concejalía de Feminismos

Marta Fernández Salgado (Madrid, 1987), enfermera familiar y comunitaria con 12 años de recorrido profesional, trabaja actualmente desde 2018 en el ámbito de la docencia en violencia de género y terapeuta gestalt. La entrevistamos con motivo del Día Mundial de la Lucha Contra el Sida, para abordar el VIH con perspectiva de género. Marta estudió Diplomatura en Enfermería en la EUE La Paz, 2005-2008. A partir de entonces trabajó para en la Atención Primaria de la Comunidad de Madrid, encadenando contratos eventuales y de suplencia en múltiples centros de salud de la región. Realizada la especialidad de Enfermería Familiar y Comunitaria vía EIR de 2016 a 2018, durante sus años de carrera profesional ha realizado formaciones variadas, especialmente orientadas a la salud comunitaria, el género y la diversidad sexual.

¿Cómo atraviesa la cuestión de género al VIH: afecta de manera desigual a hombres  y mujeres?

Para hablar de salud, lo hago desde el marco de los determinantes sociales. Es decir, hay múltiples factores que no son del ámbito biológico que promueven unas condiciones de vida que nos hacen enfermar de manera diferente a las personas. En este contexto, la vivencia del género desde el sistema patriarcal supone un factor transversal, porque nos determina a todos los niveles: cómo nos relacionamos afectiva y sexualmente, cómo ejercemos los autocuidados, el acceso al trabajo remunerado o no remunerado, el acceso al sistema sanitario o la investigación científica sobre unos problemas de salud y no otros, por ejemplo. Todo ello afecta directamente a las vivencias del VIH. En el plano más biológico, hay diferencias en los mecanismos de transmisión, teniendo más riesgo la persona que reciba una penetración con una eyaculación de semen. El resto de diferencias forman parte de otros factores: en España, el 14,7% de nuevos diagnósticos de VIH son en  mujeres, pero estos se producen más tarde que en los hombres, tanto en la edad del diagnóstico como en el estado de salud cuando se realiza. Además, se estima que tienen más dificultades a la hora de negociar el uso del condón por la desigualdad de poder en las relaciones afectivas, siendo ellas las más vulnerables en las prácticas sexuales. Y, por otro lado, el preservativo femenino es más caro que el masculino. Otra cuestión es la violencia sexual, factor que aumenta el riesgo de transmisión y a la que están expuestas todas las mujeres, dentro y fuera del ámbito de la pareja. La violencia sexual también atañe a todas las personas que se salgan de la heteronormatividad: mujeres trans, hombres que tienen sexo con hombres y que se les atribuye el rol femenino. Además, hay una relación entre violencia de género y VIH: las mujeres que están en una relación afectiva violenta tienen mayor riesgo de contagio y el hecho de ser una mujer con VIH aumenta el riesgo de vivir violencia de género.

Otro plano que no se debe olvidar es el económico.

La pobreza supone un aumento de la vulnerabilidad en la infección del VIH, porque establece relaciones de mayor dependencia, siendo las mujeres y colectivos LGTBIQ la población más empobrecida. A veces, el modo de subsistencia es el trabajo sexual, lo cual aumenta también el riesgo de contagio por las prácticas sexuales sin protección y la violencia antes mencionada.

¿Y en el nivel del sistema sanitario?

Existen recursos específicos de detección y seguimiento de VIH/Sida dentro del sistema público que suponen un importante pilar. Sin embargo, acudir a los mismos implica una mayor visibilización y, quizás, esto pueda ser una traba para alguna parte de la población. También me parece que falta formación, tanto en género como en su intersección con el VIH, y que haya recursos concretos puede invisibilizar la importancia de este tipo de intervenciones en Atención Primaria, por ejemplo. En cuanto a la investigación y la información: de los hombres trans no he encontrado datos sobre VIH, lo cual creo que constituye otro sesgo importante. Y los datos de mujeres trans son más bien generales, pero poco detallados. Además, faltan datos sobre prácticas de mujeres lesbianas, personas bisexuales o no binarias. Sabemos que hay prácticas sexuales de menor riesgo de transmisión, pero el problema es que las asociamos muchas veces a orientaciones sexuales y no a prácticas concretas. Además, la invisibilización de algunos de estos grupos pasa por ignorar cómo son sus relaciones sexuales o, directamente, entender que la relación sexual es únicamente la penetración vaginal. Esto produce una grave falta de atención por parte del personal profesional.

 

Hemos hablado del contexto español, ¿pero a nivel mundial que nos encontramos? Las cifras son una clara muestra de las diferencias de género y VIH respecto a lo mencionado anteriormente: en 2019, el 48% de las personas diagnosticadas con VIH fueron mujeres, subiendo a un 59% en África Subsahariana. Además, hay multitud de países donde se condenan las prácticas no heteronormativas, influyendo en la vulnerabilidad en salud.

¿Y cómo atraviesa la cuestión racial al VIH en el estado español, qué formas tienen las personas en situación irregular de acceso a diagnóstico y tratamiento?

El racismo es estructural, así como lo es el patriarcado. Es decir, es un eje de desigualdad que pertenece a esos determinantes sociales de la salud y que merma la salud. Hay cifras sobre la migración, que supone en términos de población general en España el 37,6% de los nuevos diagnósticos. Si se relaciona con el género, la cifra aumenta a un 59.2%. Esto quiere decir que ser mujer y migrante aumenta la vulnerabilidad frente al VIH en el contexto español. Porque son personas con mayores niveles de pobreza, de trabajo no remunerado, a veces con dificultades de acceso a la información y al sistema sanitario por el idioma o por el cambio legislativo que se ha ido produciendo en concreto en esta comunidad autónoma. Hay un mayor número de nuevos diagnósticos en trabajadoras y trabajadores sexuales migrantes, con exposición a mayores niveles de violencias, incluyendo la institucional. Si a esto le sumamos la negación y/u obstaculización en su legalización en el estado, toda vulnerabilidad aumenta. Hemos vivido un proceso de exclusión sanitaria muy importante tanto en la Comunidad de Madrid como en el estado español, que forma parte de ese racismo institucional. Si bien es cierto que se aprobó un Real Decreto, RDL 07/2018,  para revertir esa exclusión, la realidad parece muy distinta. Ya es bastante complicado entender el sistema sanitario y su acceso para cualquier persona. Si además te encuentras en otro territorio con cambios legislativos y la vulnerabilidad que ello conlleva en la práctica, el acceso y seguimiento no está asegurado. En este sentido hay colectivos, como Yo Sí Sanidad Universal, trabajando y denunciando la ambigüedad legislativa que lleva a que, en la práctica, se vulneren los derechos en salud de estas personas. Esto es algo que ha ido sucediendo con frecuencia: no se ha formado y a veces ni informado alpersonal profesional en los cambios, de modo que no se han operativizado y, por ende, no se ha cuidado de la salud del colectivo migrante en situación irregular, especialmente para las personas que llevan menos de 90 días en el estado.

¿Cómo perjudica la reducción de subvenciones a la prevención y tratamiento del VIH en la Comunidad de Madrid?

Cuando hablamos de VIH/Sida estamos hablando de un problema de salud pública que es prevenible. Esto es fundamental porque, a pesar de la gravedad de la enfermedad, tenemos mucho terreno en el que trabajar eficientemente. Ya hemos visto que hay factores que aumentan esa vulnerabilidad, y la mayoría son sensibles a la prevención. Si esta no se produce, lo que nos encontramos es un empeoramiento de la salud de la población y, además, una necesidad de mayores recursos en la asistencia de la enfermedad, cuando la prevención es más rentable en parámetros sanitarios y económicos. Me gustaría señalar que no son únicamente los recortes presupuestarios los que nos llevan a esta situación, sino también las condiciones laborales precarias, como, por ejemplo, la externalización a la que están sometidos muchos recursos de acceso público de la Comunidad de Madrid.

El VIH se ha relacionado popularmente y mediáticamente con la comunidad LGTBI. ¿Cómo se puede desmontar esa creencia que estigmatiza y provoca situaciones de vulneración?

Para mí lo más importante no es la creencia en sí, sino el hecho de que se promueva y/o mantenga la discriminación sobre un problema de salud porque se plantea desde una culpabilización moralista que tiene que ver con ese sistema cisheteropatriarcal. Porque se asume que la información es lo único que necesitamos para cuidarnos, y tenemos múltiples ejemplos de cómo no es así en nuestro cotidiano. Importan los determinantes, las relaciones de desigualdad. Porque leerte un folleto que te explica el uso del condón es útil, pero no lo suficiente a la hora de negociarlo siendo una mujer en situación de violencia, por ejemplo. O porque el hecho de pertenecer al colectivo LGTBIQ  hace que sea más difícil acudir al sistema sanitario y hablar de relaciones sexuales. Y, además, esa violencia estructural la introyectamos, es decir, asumimos la discriminación internamente y no sentimos el poder ni el derecho de cuidarnos. Es cierto que hay unas cifras mayores en parte del colectivo, para lo que se necesitan medidas específicas no desde el castigo sino desde vivir el placer con el menor riesgo posible. Y, desde luego, no desatender las poblaciones a las que sigue afectando la infección pero están más invisibilizadas o a la población que tiene menor riesgo de contraer el VIH pero mayor posibilidad de transmitirlo en una relación heterosexual, como, por ejemplo, los hombres cis.

¿Cuáles son las claves para lograr la desestigmatización hacia las personas que conviven con el VIH independientemente de su identidad?

Me parece que siempre es fundamental cambiar el marco desde el que entendemos y, por tanto atendemos, la salud. Que sea con el objetivo de los cuidados, el placer, el manejo de los riesgos sin señalar a determinadas personas y la transformación de las desigualdades, que son las que verdaderamente empobrecen la salud. Necesitamos favorecer las representaciones del colectivo seropositivo, pues todavía a día de hoy pocas personas se nombran públicamente como tal. Igual que hay un armario si eres LGTBIQ lo hay por tu estado serológico. Y desde el ámbito profesional debemos mostrarnos disponibles a trabajar sobre este tema. A veces pensamos que hemos avanzado mucho y ya no es tal el estigma, pero no es así. Esperamos a que las personas salgan de sus armarios en las consultas cuando la realidad es que eso requiere de cierto empoderamiento y asegurarse de que van a recibir el trao adecuado por el personal profesional. Lamentablemente esto no siempre se produce. Por otro lado, el hecho de que en la pregunta se plantee una vivencia del VIH independiente de la identidad es un cambio de perspectiva. Vivimos en una sociedad basada en las identidades binarias, obligadamente cerradas y falsamente permanentes. Desde ahí no se puede cuidar la salud de, por ejemplo, un hombre trans bisexual. Porque el marco no te ayuda a preguntarle cómo son sus prácticas sexuales concretas, cómo se siente con sus experiencias, qué riesgos toma en base a qué motivaciones. El marco actual te insta a asumir que es un hombre (si tiene determinada fisionomía) cis y heterosexual, por tanto le recomendarás el uso del condón masculino siempre. O insistirás en el uso de este preservativo asumiendo la promiscuidad y el riesgo elevado en un hombre cis homosexual en base al estereotipo de población de riesgo para contraer VIH. Para desestigmatizar tenemos que ampliar el foco de lo que entendemos por salud, por sexualidad y cuestionar la heteronormatividad. Creo que es muy importante también reflexionar sobre cómo las normas sociales nos impiden desarrollarnos con mayor libertad y placer, estemos en el lado que estemos en el ámbito de la salud. Asimismo no podemos olvidar que no hablamos, en última instancia, de cuidar la salud de la población por capricho o porque se lo merezcan, sino desde un posicionamiento de los derechos humanos, del respeto a la vida libre de violencias en las que debemos cuidar específicamente a aquellas personas que estén en una situación de mayor vulnerabilidad.

¿Es importante realizar talleres de educación sexoafectiva con jóvenes para trabajar la prevención y sensibilización? ¿Se muestran receptivos o creen que le es algo ajeno?

Siempre es importante realizar prevención y sensibilización, sin olvidar los grupos con mayor vulnerabilidad. En cuanto al VIH, de los casos de nuevos diagnósticos, el 2% está en una edad entre 15 y 19 años, y dentro de estos el 18% son mujeres con una transmisión por relación sexual heterosexual. Esta cifra es mayor que el porcentaje de mujeres adultas diagnosticadas. Si nos vamos a cifras a nivel mundial 3 de cada 5 nuevos diagnósticos se producen en mujeres de 15 a 25 años. Por otro lado, la adolescencia y juventud es un momento de mayor apertura y exploración, entre otras cosas de la sexualidad. Además vivimos en un momento donde persisten los tabús o, directamente, el rechazo a la sexualidad diversa y la mayoría de los referentes en este sentido se encuentran en la pornografía mainstream [tendencia principal], que sabemos que reproducen los ejes de desigualdad. Por tanto, es una etapa de interés especial para la educación sexoafectiva. Siempre y cuando entendamos esta educación como algo más que una mera transmisión de información ajena a sus realidades. En ocasiones, he visto intervenciones en las que se aplicaba una pedagogía poco adaptada, se insistía en el uso del preservativo y en evitar otras ITS o embarazos o se hablaba desde un discurso del miedo y el señalamiento del riesgo. Me parecen cuestiones relevantes si se hacen también desde el respeto y la escucha de lo que les sucede, desde algo más positivo y orientado al placer y los cuidados. En mi experiencia personal, cuando he trabajado con adolescentes he vivido una gran participación y curiosidad. Creo que tendemos a culparles en vez de cuestionarnos a la gente más adulta qué les hace sentirse ajenos, porque en general creo que vivimos en una sociedad muy segregada, también por edad, y sumimos los estereotipos en vez de conocernos mutuamente. De ahí que también me parezca interesante la educación sexoafectiva en otros colectivos también, que además no sean solamente los que mayor vulnerabilidad experimenten, sino aquellos que sostengan la desigualdad.

¿Hay alguna cuestión que no hayamos tratado y quiera comentar?

Me gustaría señalar la necesidad de mirar también al personal profesional del ámbito de la salud. Existen informes y documentación sobre poblaciones con problemas de salud, pero siento que falta indagar más sobre este sector que detentamos una posición de autoridad y poder y que también reproducimos ciertas normas sociales que vulnerabilizan a las personas. En general, nos falta bastante formación, venimos de un aprendizaje basado en el paternalismo y esa bata que nos ponemos de omnipotencia va en detrimento de nuestras intervenciones. A veces, es ideología y a veces una falta de oportunidad para reflexionar, así como también nos afectan los determinantes sociales, por ejemplo en la precarización de los contratos laborales. Creo que mirar en este lado ampliaría ese foco e implicaría un mayor diálogo, quizás dirigido hacia un mayor empoderamiento y disfrute de buena salud.

 

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