Texto: Patricia Campelo
1948 fue el año en que explotó su talento. El dolor provocado por dos muertes de seres muy querido lanzó a Teresa Nistal (Ponferrada, 1930) a las letras escritas. Se sirvió del lápiz y del papel para derramar su aflicción, y los versos fluyeron y tomaron distintas formas. Primero convocó al amor perdido, a la madre ausente, al recuerdo de una infancia atravesada por la guerra y a una juventud de pobreza absoluta. «Recogía del suelo la publicidad de los cines, que la gente tiraba, y aprovechaba la parte de atrás que estaba en blanco», explica esta vecina ripense, usuaria del centro de mayores El Parque. Una vez en casa, cosías esas hojas publicitarias, formando cuadernos en los que plasmaba emociones.
«No escribo yo, lo hace mi corazón con lo que siento en cada momento, y sobre cosas de la vida. Yo cojo un bolígrafo y en un momento te hago una poesía», resuelve.
Así fue como su afición acabó derivando en crónicas poéticas: escritos en los que aún hoy traza en verso las historia de sus familiares o amistades. «Habrá poca gente en Rivas sin una poesía mía», bromea. «Hace poco me pidieron una para el cumpleaños de un nieto. Para escribirla les pregunto la edad y qué cosas les gustan».
Así, la cifra de poemas, según estima Teresa, sobrepasa los 200, pero probablemente sea mayor ya que, según relata, sólo a sus nietos les dedicó un manuscrito con un centenar de trovas sobre la historia de ambos con su abuela. Otro de sus últimos trabajos ha sido un librito de cuentos y tonadas para las niñas y niños del colegio Dulce Chacón, con quienes canta Teresa, junto a mayores de Rivas, en un coro intergeneracional. Y cuenta con dos premios de poesía en certámenes organizados por el Ayuntamiento.
DE MADRID A PONFERRADA
Esta vecina poeta, nacida en el Bierzo -la última de 13 hermanos-, sufrió su infancia en el Madrid de la Guerra Civil, donde llegó con su familia en 1936, con 6 años. De esa época conserva recuerdos «muchos, y muy malos», como los «sustos por la sirena que anunciaba los bombardeos» o «el refugio del metro», donde se resguardaban pasando la noche con una manta.
«No se me olvidan los horrores de la guerra y la posguerra», lamenta. En su juventud vivió en el grupo escolar donde su padre trabajaba como conserje, y ella ganaba dinero sirviendo en casas ajenas «de criadita», expresa, hasta que se casó. «Iban a trasladar a mi padre a Astorga, y yo sólo podía o casarme o vivir sirviendo en una casa». Teresa optó por el matrimonio, y celebró la boda en el colegio donde residía, con una fiesta «pobre pero simpática».
Según rememora, cocinaron pestiños y rosquillas, prepararon limonada, adornaron el patio con farolillos y, como era habitual en el Madrid de la época, alquilaron un organillo. «La noche antes creo que ni dormí preparándolo todo».
Tras una vida de estrecheces, cuando llegó a Rivas hace 19 años Teresa comenzó «a vivir», según reconoce. Pasaba sus horas en el centro de mayores El Parque, y participaba en todos los talleres que podía. También, con sus poesías en la extinta revista ‘Revivir’.
Hoy, según cuenta, la sordera le ha limitado la actividad, pero sigue una rutina activa. «Me levanto, preparo mi casa y me voy a andar tres o cuatro kilómetros, a mis actividades en el centro o a piscina los días que toca», enumera.
Ávida lectora de Rosalía de Castro y de Federico García Lorca, Teresa cambia los inquietos hábitos de la mañana por tardes de libro y sofá. «Leo mucho; también el periódico cada día. Me gusta enterarme de todo lo que pasa en el país», apunta. Incluso, de la información bursátil: «No tengo dinero pero me gusta ver cómo funciona la Bolsa, qué empresas suben o bajan».·
