Texto: Patricia Campelo
Desde alguna de las prisiones franquistas por las que transcurrieron ocho años de su vida, de 1939 a 1947, Porfirio San Emeterio le dijo a su mujer, Victoria Navas: «Educa a las niñas».
Consciente de la importancia de preparar a sus hijas para el futuro, ella se esforzó en sacarlas adelante, trabajando como «doncella» en la casa de una familia alemana residente en Madrid, e invirtiendo todo lo que podía en la enseñanza de sus pequeñas.
«Nos ponía una profesora a mi hermana y a mí que le costaba lo mismo que ganaba en un mes. Eso te hace la personalidad; dentro de tanto sufrimiento, al menos, hemos tenido una educación», suspira Alicia San Emeterio (Madrid, 1935), veterana vecina y profesora voluntaria de Yoga en el centro de mayores El Parque.
De aquellos años de estudio y de periplo carcelario de su padre, apresado por defender ideales socialistas en la Guerra Civil ¿pisó cuatro prisiones en ocho años-, Alicia conserva escritos que redactaba después de cada visita. «Contaba lo que había visto, cómo era la cárcel, lo que me había impresionado», resume.
Con apenas 4 años conoció el exilio, al sur de Francia, donde fue acogida por una familia. «Recuerdo cómo iban los trenes de cargados. Eso de los refugiados que se ve ahora por la tele lo he pasado yo», ilustra.
En el país vecino vivió dos años, aprendió francés y, a su vuelta a Madrid, continuó estudiando. Cursó diplomas en lengua francesa e italiana. Y en inglés, según asegura, ha logrado el nivel avanzado ‘Proficiency’. «Soy constante, como algo me interese no paro hasta que lo termine», afirma.
Los idiomas le abrieron las puertas del mundo laboral. Trabajó como secretaria de dirección en aerolíneas como Air France o Air Algerie. Y como mujer trabajadora, de esas que lucharon por ganarse un hueco en espacios hasta el momento de hombres, sufrió en su entorno la incomprensión machista. «Me preguntaba la gente por qué trabajaba, si lo hacía porque mi marido no ganaba suficiente. Ésa era la mentalidad. No se pensaba que trabajabas porque quisieras», argumenta.
Con todo, se empleó donde quiso, excepto en la administración pública. La primera vez que lo intentó le preguntaron si tenía antecedentes. «Dije que no, pero que mi padre había estado en prisión. Y me rechazaron», lamenta.
En su etapa madura cursó la carrera de Filología Hispánica, «con especialidad en literatura», apostilla. «La elegí por las lenguas. Leí todos los libros que nos mandaban».
En su incursión en el yoga, hace 50 años, fue también una pionera. «Iba a un gimnasio y conocí a un profesor que después empezó a venir a mi casa para darnos clase a tres vecinas», recuerda.
Así comenzó un trasiego de cursos en distintos centros hasta llegar a Sivananda, donde fue alumna y maestra de yoga durante más de tres décadas, hasta el año pasado, cuando fue operada de cataratas. Incluso viajó a Bahamas para realizar una formación intensiva en los años 70.
Ahora, esta vecina de la zona de Santa Mónica imparte el taller de Yoga en El Parque a un grupo de 20 mayores. Y diez más aguardan su turno en lista de espera. Para ella, esta disciplina mental y física le ha otorgado una visión de la vida más abierta, y le ha enseñado a conocerse más. «Conectas la energía y tratas de comprender a quienes están alrededor. El yoga te despierta la consciencia», defiende.