Texto: Patricia Campelo
«Mira mamá, es la abuela. Quiero ir a darle un beso», gritó un niño en un supermercado mientras trataba de soltar la mano de su madre. «Que no es; la abuela se ha quedado en casa», le contestó ella extrañada. El pequeño, llorando de insistencia, se salió con la suya y la mujer se acercó a aquella extraña que su hijo identificaba como ‘la abuela’, algo que acabó resolviendo la veterana.
Se trataba de Conchita Aceves, de 70 años, una de las integrantes del programa municipal de Intercambio Generacional, la iniciativa que lleva a un grupo de seis mayores de entre 58 y 88 años por los colegios ripenses narrando costumbres y tradiciones de la infancia del siglo pasado.
La anécdota, según concluye Conchita, terminó con el pequeño secándose las lágrimas mientras le apostillaba a su madre, «ves como sí era la abuela». «Algunos padres y madres no conocen esta actividad», reconoce la integrante del programa que conecta pasado y presente a través del relato oral en las aulas del municipio desde hace 20 años.
La mayor del grupo, Juana Martín, de 88 años, inauguró estas sesiones en la década de los 90. «Al principio éramos pocas; luego se fueron animando», esboza sobre una iniciativa liderada por ellas. «Alguna vez hemos tenido algún hombre, pero sobre todo estamos nosotras; según el año, somos seis o siete», aclara la benjamina, Juana Pérez.
Durante las sesiones, una atmósfera nostálgica envuelve el aula, y el alumnado de educación primaria (6 a 11 años) viaja al pasado. Las dos Juanas y Conchita, junto a Mercedes Gutiérrez (76 años), Laura Villamil (68) y Kika Conejo (65), se transforman en actrices que interpretan sus propias experiencias, las vividas varias décadas atrás.
«No sólo cantamos; escenificamos utilizando cualquier objeto, como muñecos de una vaca, si la canción es ‘La Vaca lechera’ o cartulina o emitimos los sonidos del animal», ejemplifica Juana Pérez.
La curiosidad infantil lleva a interrogar a las ‘abuelas de los coles’, tal y como las identifican, por los métodos de comunicación en una época en la que la telefonía móvil era ciencia ficción. «Les contamos que escribíamos cartas», reconoce Juana.
«También les llama la atención que no teníamos cuarto de baño, y nos bañábamos en un barreño con un estropajo hecho con una cuerda machacada por una piedra para que se quedara blandita. Con eso te frotaban», rememora.
Los interrogantes versan también sobre su indumentaria o el interior de las mochilas escolares. «Preguntan si llevábamos pantalones vaqueros o carro para el colegio, y les contamos que no, que teníamos un cabás con una asa para llevarlo y, dentro, dos cuadernos, la cartilla, un plumier y cuatro lapiceros», relata Conchita.
«También, que teníamos un pupitre con dos rayas para poner los lápices y un tintero que pasaba más tiempo caído en el suelo que encima de la mesa», añade. «Cuando les decimos los nombres y la edad nos dicen, ‘como mi abuela’ o ‘como mi tía’, son muy graciosos», anota Mercedes, integrante de Intercambio Generacional desde hace un año. «Cuando nos enteramos que se había quedado viuda le dijimos que se viniera, que la íbamos a alegrar», informa Conchita sobre un logro del grupo. «Estoy encantada», afirma Mercedes con rostro sonriente.
PEONZAS Y CHAPAS
Para demostrar la veracidad de sus relatos, las seis mujeres suelen portar juegos de la época: canicas, chapas, peonzas o aros. La necesidad agudizaba el ingenio de quien pasó su infancia en la España de los años 30 a 50, y otro de los entretenimientos que el grupo relata a los niños ripenses es el que se fabricaba con huesos del tarso de algunos animales: la taba, cuya silueta emula a un dado.
«Tirabas la taba hacia arriba y te tenía que salir hoyo, pico, taba y fondo. Quien sacaba las cuatro ganaba», explica Conchita. Otro día les mostraron la enciclopedia Álvarez, fuente de referencia educativa. «Es un taller muy agradecido, tanto por los niños que nos reciben con los brazos abiertos, como para nosotras. Te da mucha energía; a las 9.00 ya estamos cantando», sostiene Juana. «Se quedan alucinados con las anécdotas que les contamos. Y ahora, además, el taller es más dinámico, ellos también nos cantan sus canciones. Interactuamos más. También gracias a Laura, que se le ocurren muchas cosas», reconoce Kika sobre una de sus compañeras.
Estas vecinas de Rivas dedican su tiempo de manera voluntaria a la transmisión del pasado. Sin experiencia docente, ni más recursos que su propia memoria, las seis mujeres han encontrado en este programa organizado por la Concejalía de Mayores un lugar de encuentro y refuerzo emocional en su edad madura.
Un sexteto con mucha historia
Conchita Aceves. Fue peluquera de profesión. Nació en Íscar (Valladolid), pero vivió buena parte de su vida en Madrid. Llegó a Rivas hace 28 años. Es sobrina de la famosa bailarina y coreógrafa Mariemma.
Juana Martín. Madrileña, hija del conductor de la infanta Isabel de Borbón, ‘La Chata’, vivió en un piso para familias refugiadas en la calle de Goya (Madrid) tras la Guerra Civil. Aprendió peluquería y se ganó la vida peinando a domicilio hasta que se casó.
Juana Pérez. Trabajó como auxiliar de enfermería, pero su principal logro fue ser una de las primeras mujeres de España en obtener el título de patrona de embarcación. Es canaria, pero reside en Rivas desde 2003.
Laura Villamil. Pasó su infancia en la zona madrileña del Puente de Toledo y, desde los 13 años, trabaja en su profesión: librera. Lleva la papelería de la plaza de Pau Casals desde hace 27 años.
Mercedes Gutiérrez. Nació en Burgos, pero pronto viajó por todo el país gracias a la profesión de su padre, jefe de tren. Uno de sus nietos es alumno del centro de educación especial Mª Isabel Zulueta, donde también realizan el taller.
Kika Conejo. De Mérida, pero ripense desde hace un cuarto de siglo. Guía de forma voluntaria las exposiciones culturales del centro García Lorca, con la asociación Ripa Carpetana. Trabajó en la popular casa de discos Fonograma, en la capital.