Texto: Patricia Campelo
Que la población ripense crece es un hecho contrastado en las cifras del padrón municipal de habitantes, tal y como se apuntaba en el reportaje que abrió esta revista el pasado mes. Pero el municipio no vive ajeno a otra realidad demográfica: la del colectivo joven que, ante la falta de oportunidades laborales, hace las maletas y se marcha a vivir al extranjero.
Acceso tardío al mercado de trabajo y precariedad son las características del escenario que afrontan muchos jóvenes en España. Fuera, la ocasión de prosperar se vuelve más evidente. Según datos del Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero (PERE) a 1 de enero de este año, la población emigrada alcanzaba la cifra de 2.305.030 personas, un 56% más que en el inicio de la crisis económica. De ellas, 415.545 tenían entre 20 y 34 años.
Sin embargo, desde iniciativas de denuncia como No nos vamos, nos echan, del colectivo Juventud sin Futuro, se considera que estos números son mayores, ya que sólo tienen en cuenta a quienes se inscriben en los consulados de sus países de acogida. «Se estima que cada semana emigran varios miles de jóvenes», afirman en su web.
En Rivas, de enero de 2014 a enero de 2016, 384 vecinos y vecinas se marcharon a vivir al extranjero, según las cifras del PERE relativas al municipio. Santiago Laguna (19 años) es uno de esos jóvenes ripenses que ha probado suerte fuera de España, en Londres (Inglaterra), y ha descubierto un horizonte de empleabilidad que en su país no cree haber podido siquiera rozar.
Con orgullo relata cómo superó en inglés la entrevista de trabajo para las cocinas de un restaurante italiano en el centro de la capital londinense y cómo firmó, en ese mismo idioma, su primer contrato laboral. «Tengo un amigo que estaba allí trabajando, en la parte de pizza porque había estudiado un módulo de cocina. Me dijo que habría hueco recogiendo o lavando platos, lo típico», detalla.
La propuesta le llegó el pasado febrero, mientras aclaraba ideas en Irlanda después de abandonar el segundo curso de la carrera de Derecho tras percatarse que no era lo suyo. «El compañero de piso de mi amigo se marchaba, así que me fui para allá».
Así, este joven de Covibar hizo su primera incursión en el mundo hostelero un día a la hora de las comidas, «para ver cómo me desenvolvía». Y debió cumplir, ya que le ofrecieron directamente un puesto en la sección de pasta, un punto de partida desde el que considera que puede seguir creciendo. «Es muy fácil encontrar trabajo allí. En cada tienda o restaurante hay un español trabajando. Hay mucha oferta y movilidad», asegura optimista. «Y aunque no sea un trabajo de lo tuyo, puede llegar a serlo porque vas aprendiendo. Eso, en España, lo veo muy difícil», compara.
Se refiere Santiago a la carrera profesional que se puede emprender en suelo londinense, el que él ha conocido y donde se cobra 7,20 libras la hora. «En el restaurante, casi todos los jefes empezaron lavando platos. Poco a poco obtienes méritos y te vas sacando títulos para trabajar en distintas áreas del local. En dos meses, más o menos, ya puedes hacer los exámenes para subir de nivel. Si apruebas, se te sube el suelto». Y, ¿en caso de suspender?: «No pasa nada, no te echan, solo te lo repiten más adelante», resuelve.
Ahora, Santiago pasa unos días de descanso en Rivas, antes de volver a cerrar sus maletas. Aún no sabe si regresará a Inglaterra o probará suerte en otro país. Mientras, le da vueltas al proceso de salida de Reino Unido de la Unión Europea. «Me preocupa, no me agrada nada que tenga que ver con poner más fronteras, pero igual toca jugar con eso», concluye.
A fecha del pasado 1 de enero, 102.498 españoles residían en el Reino Unido, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
ERASMUS ANTES DE LA CRISIS
El caso de Lidia Rodríguez, de 32 años, pertenece a otro contexto y otra generación, la de quienes hoy cumplen los treinta y pocos y accedieron al mundo laboral justo antes del estallido de la crisis. Aquellos que vivieron este escenario trabajando en el extranjero arraigaron en sus países de destino.
Muchos no volvieron, y no pronostican hacerlo a corto o medio plazo. A este contexto se le añade el agravante de una formación académica obtenida en España, o buena parte de la misma, y el desarrollo de los frutos de esa educación vertido en otro país.
«Me fui a estudiar cuarto de carrera en París con una beca Erasmus y se me pasó muy rápido. Creía que tenía mucho que aprender aún en el extranjero», rememora Lidia mientras disfruta en Rivas de unas mini vacaciones de cuatro días con su familia y el bebé de 4 meses que ha tenido con un ciudadano francés. Para prolongar su estancia y seguir sus estudios de Ingeniería de Telecomunicaciones llegó a un acuerdo con las universidades española y francesa.
«Me quedé hasta 2005 y obtuve un doble diploma», cuenta. En su área no le resultó difícil hallar un empleo en ese año. «Encontré una beca muy rápido, pero eso es normal en Francia, forma parte de los estudios al acabar. Y después de un par de meses, logré el trabajo en la empresa en la que todavía estoy», indica.
A corto plazo no se plantea volver. Más adelante, «ya se verá». En comparación con compañeros y compañeras de universidad que se quedaron en España, Lidia considera que su sector ha seguido desarrollándose, creciendo e innovando, pero que la crisis no le ha sido ajena y ha golpeado las condiciones laborales, degradándolas. «Tienen dificultades, y llevará tiempo que alcancen la media europea. Pero no han sido los que peor parados han salido», resume.
Según las estadísticas del INE del pasado enero, 232.693 españoles residen en Francia, siendo el segundo país con mayor número de nacionales, sólo por detrás de Argentina.
‘VENTE A ALEMANIA, PEPE’
Como reza la expresión popular, los años 60, otro de los grandes momentos de flujos migratorios en España, fueron otro cantar. Tras el éxodo de la Guerra Civil y de la represión franquista, en aquella década la gente abandonaba un país sumido en una dictadura para buscarse la vida fuera, y apenas llevaban consigo viejas maletas raídas y atadas por cuerdas huyendo de una pobreza extrema.
Aún recuerda Manuel Santamaría (Madrid, 1940) esos trenes llenos hasta la bandera que partían de Madrid hacia Hendaya. «Sobre todo había hombres; pocas mujeres recuerdo. Y jóvenes. Casi todo gente de pueblo, muy humilde, con el pantalón de pana y sacos. Aquello se me quedó grabado», recuerda.
En su caso, no huía de la necesidad ni partía con el ánimo desesperado de sus compañeros de vagón. Él era un chico de urbe de 20 años, hijo de un taxista de barrio que logró reunir un poco de dinero para el viaje de su vástago. «Gracias a unos amigos conseguí el pasaporte, que no me lo querían dar. En la ciudad era más difícil», asegura. Después de 24 horas de trayecto, el tren llegó a la ciudad fronteriza francesa, y los gendarmes confiscaron los embutidos españoles. «No les dejaban pasar con comida pero, ¿crees que la iban a tirar? Me sentó muy mal ver eso», lamenta Manuel.
Este vecino de Rivas, de 76 años y residente en el municipio desde 1982, había estudiado francés e inglés y quería marcharse «para aprender y conocer». Así, permaneció un año en París antes de recalar en Londres. En la capital francesa trabajó «colgando la ropa de un millonario», algo que le ayudó a ahorrar y continuar su periplo.
En Londres se empleó en un hospital psiquiátrico mientras estudiaba enfermería. Y en sus ratos libres golpeaba puerta tras puerta tratando de vender paquetes vacacionales en España. «Me subía las mangas para que vieran que estaba muy morenito y que así podían estar ellos también».
Después, Alemania, donde fichó por una empresa americana dedicada a vender terrenos a las fuerzas americanas repartidas por todo el mundo. «Me ofrecieron muy buenas condiciones», reconoce. Interrogado sobre si establece comparaciones entre la migración de antes y la de ahora, Manuel lo tiene claro: «No se parece. El mundo ha cambiado. La inmensa mayoría de quienes se marchan ahora tiene una carrera. Entonces no sabían ni hablar casi español. Hoy, quien más o quien menos sabe un poco de inglés; no mucho, porque lo enseñan muy mal, la educación está fatal en España, pero algo saben», defiende.
Siguiendo las estadísticas del INE, en Alemania residían hasta el pasado 1 de enero 139.555 españoles. En la familia de Manuel, su hija Belén y su nieta Jimena han seguido sus pasos migratorios, marchándose a trabajar a Malta, primero, y a Londres, después.
EN LAS COCINAS DEL MUNDO
Cuando Christian Nsue, antiguo estudiante del instituto Duque de Rivas y del módulo de cocina del Hipatia, buscó trabajo después de su formación se topó con muros elevados. «Fue muy difícil porque era muy joven todavía y apenas salía de la escuela sin experiencia alguna, solo la que obtienes en las prácticas pero no es suficiente y menos en Madrid», detalla.
En mayo del pasado año preparó el equipaje y viajó a Francia, para trabajar durante la temporada estival. Cinco meses después se hizo con un puesto en la cocina de un restaurante en Estambul (Turquía), hasta el pasado febrero.
«Ahora estoy de nuevo en Francia, y en unos meses me volveré a ir otra vez», avanza. Salvo un mes empleado en una tienda de ropa, Christian, de 23 años, ha podido vivir siempre de su profesión. «Las condiciones como trabajador, la situación económica y el entorno laboral son más favorables que en España ahora mismo. De los diez compañeros que nos graduamos, unos tres siguen vinculados a la cocina y trabajando en España», revela.
Sus expectativas a corto plazo se las entrega directamente a lo que le depare el futuro, y siempre que le ofrezcan un puesto fuera, tiene claro que seguirá en el extranjero. «A largo plazo sí me gustaría trabajar de nuevo en España por tener cerca a mi familia y amigos», anhela. ·