Texto: Patricia Campelo
Pudo ser un teléfono de baquelita negro de la Standard Eléctrica, de pared o de sobremesa – artilugio típico de los años 50 en España-, el utilizado por José Luis Arrese, ministro franquista de Vivienda, para comunicarse con su subsecretario, el señor Reguera, aquel jueves de verano pasadas las ocho de la tarde.
Aquella llamada transportó por primera vez el sonido desde la zona hoy conocida como el Casco Antiguo, y llevaba un mensaje concreto: el nuevo pueblo de Rivas Vaciamadrid quedaba inaugurado. Y con él, la central de telefonía, estrenada esa misma jornada. Además, un grupo escolar, la casa del médico, el edificio del ayuntamiento, la iglesia y las primeras viviendas alumbraron la vida municipal entre sotanas y uniformes militares. Era el 23 de julio de 1959.
Este episodio del que hoy ya quedan pocos testigos supuso un rayo de luz en mitad de la oscuridad y la pobreza de la España franquista. El vecino Faustino Díaz (finca de El Porcal, 1930) tenía 29 años, y lo recuerda como un día festivo.
«Los que éramos de aquí sabíamos que al fin tendríamos un pueblo», reconoció el pasado abril, en el marco de un reportaje sobre el crecimiento poblacional. Antes de la inauguración, el vecindario pionero residía en las mismas fincas donde trabaja, como El Piul o El Porcal, donde la vida agrícola transcurría al otro margen de la carretera de Valencia. «Si perdías el trabajo te quedabas también sin hogar», puntualiza Faustino.
En el interior de estas grandes superficies de terreno, propiedad de unos pocos terratenientes, las rutinas de trabajo y sociales adquirían autonomía. Festejaban fiestas patronales en honor a San Isidro Labrador, y El Porcal contaba con una escuela.
Pero las fincas no constituían una población al uso, y la inauguración del nuevo pueblo reorganizaba la vida municipal en torno a instalaciones públicas consolidadas y viviendas independientes. Una de estas casas fue adquirida por otro vecino veterano, Agustín Sánchez, autor de ‘Rivas Vaciamadrid. Mi pueblo’ (2002).
«El Ayuntamiento exigió a los dueños de los solares que en un año tenían que haber edificado las viviendas. Mi padre le compró el terreno a uno que no le daba tiempo a construir, y luego yo hice ahí la casa», explica. En 1970, Agustín ya vivía en su nueva vivienda, por la que pagó 250.000 pesetas «con enganche de agua, de luz y cédula de habitabilidad», detalla. «Pedí un crédito a Caja Madrid de 100.000 pesetas y me lo dieron a cinco años y a un interés del 12%», añade.
LEGADO HISTÓRICO CUSTODIADO
Crónicas de las hemerotecas de los diarios La Vanguardia y ABC, relatos orales, planos o fotografías son algunos de los documentos que custodia el archivo municipal sobre la jornada inaugural de Rivas. Pese a la bisoñez de la localidad, este servicio público de custodia y conservación de documentos crece poco a poco gracias al fruto de las investigaciones de sus profesionales y de las aportaciones vecinales.
El propio Agustín Sánchez donó su fondo documental personal a estas dependencias. «El archivo tiene una doble función. Por un lado, la conservación adecuada de la información en cualquier tipo de soporte, siguiendo unos parámetros profesionales y, por otro, la difusión del patrimonio histórico, que se pone así al servicio de la ciudadanía, garantizando el derecho a la investigación y a la información», señala Sonia Crespo, archivera municipal.
Con el objeto de acercar este servicio a la ciudadanía, el pasado mes, a propósito del Día Internacional de los Archivos, se celebraron unas jornadas de puertas abiertas y de digitalización de imágenes. «La ciudadanía que conserve documentación o relatos sobre el pasado del municipio puede venir a depositarlos en el archivo en cualquier momento», invita Crespo.
RIVAS EN LA PRENSA NACIONAL
La reconstrucción de pueblos y ciudades devastados durante la Guerra Civil se sucedió durante los años posteriores al conflicto bélico. Además, se crearon pueblos de colonización franquista, en los que el nuevo vecindario debía trabajar las tierras y entregar más de la mitad de la cosecha a las autoridades de la dictadura.
Pero en Rivas no hubo reconstrucción, ni se edificó siguiendo el trazado de los asentamientos típicos del Instituto Nacional de Colonización. Aquí, nació el germen de una nueva urbe que echó a andar con 250 vecinos y vecinas.
«Se trata del antiguo Vaciamadrid, que se hallaba situado a la orilla del río Manzanares y que ahora queda emplazado junto a la estación del ferrocarril y casi al borde de la carretera», escribió el cronista en una nota publicada por ABC y La Vanguardia, entre otros periódicos de la época, el 24 de julio de 1959.
Como era costumbre, la loa y el boato franquista acompañaron la jornada inaugural: banda de música que interpretó el himno nacional mientras el ministro «descendía del coche entre vítores, aplausos», cohetes y la «bendición del poblado» por parte del obispo auxiliar de Madrid.
La pieza informativa detalló el número de construcciones y el precio de las obras. «La Dirección General de Arquitectura ha construido los tres edificios y 16 viviendas, que constan de cocina, comedor, tres dormitorios, cuarto de aseo y corral. El Ayuntamiento y los vecinos han construido 72 más. Y pensándose en el crecimiento del pueblo, se han distribuido diez solares», prosiguió el gacetillero. Las obras costaron diez millones de pesetas, de los cuales, seis se destinaron a la urbanización.