Son ‘chaconeros’, y así se autodenominan en algunas de las alegres pancartas que inundan el vestíbulo del colegio público de educación infantil y primaria Dulce Chacón. Una fotografía de la escritora extremeña que da nombre al centro vigila la entrada; a su derecha, el panel con los acontecimientos del año vividos por el alumnado, como los carnavales. Al lado, la sala de informática, cuyo letrero está también escrito en cirílico. Y en frente, un cartel de UNICEF reza que «todos los niños tienen derechos». Una madre ataviada con el velo ‘hiyab’ espera sentada en un banco de la entrada y otra, de melena rojiza, pregunta si ya han abierto las puertas.
El ambiente multicultural enriquece este centro educativo, uno de los más activos de la ciudad. La última muestra de este espíritu internacional e integrador tuvo lugar el pasado 7 de junio, con la actuación del Coro Infantil, formado por 60 niños y niñas de segundo a sexto de primaria (de 7 a 13 años), aunque el día de la última exhibición, ante el alcalde Pedro del Cura y el edil de Educación José Alfaro, pudieron cantar 46 participantes.
«Faltan los de sexto, que están de viaje de fin de curso, y otros que al haber ya horario reducido no se quedan a comer», informa Érica Zisa, profesora de música de la Fundación GSD, entidad que promueve esta iniciativa junto a Servicios Sociales del Ayuntamiento de Rivas y el propio colegio Dulce Chacón.
La idea nació en 2013 fruto del convenio entre el Consistorio y la Fundación GSD para la consecución del proyecto ‘Integración social desde la música para niños y niñas en riesgo de vulnerabilidad social’. «Lo del coro como actividad viene porque funciona con lo más barato que puede tener un alumno: la voz. Y se podía aunar la disciplina y el trabajo colectivo para mejorar individualmente y en conjunto. Así ven que se pueden ayudar, y además es un instrumento divertido», explica Francisco Bouzas, presidente de la fundación que realiza proyectos de integración vinculados al ámbito de la cultura.
China, Polonia, Marruecos o Rumanía son algunas de las 14 nacionalidades a las que pertenecen algunos de los miembros del conjunto musical. También hay menores de etnia gitana. El resultado, al final del curso, tiene que ver con una mejora de la convivencia, entre otras bondades.
«La disciplina se trabaja mucho a partir de la música. También mejoran la relación con los otros y el acercamiento a la cultura, algo que muchas de estas familias no tendrían si no se les brindan oportunidades como esta», anota Montse López, trabajadora de los Servicios Sociales municipales. Durante los dos primeros cursos, apenas dos decenas de chavales integraron el coro, cuyos ensayos se celebraban en horario extraescolar. El salto cuantitativo llegó este año.
«Propuse a la dirección hacerlo en horario de comedor y dijeron que sí. Cuando empezaron las inscripciones, el jefe de estudios no daba abasto. Se apuntaron 54 y la cifra llegó a 60», explica Érica. Así, este orfeón infantil ha trabajado la voz un día a la semana en su hora de comedor, restándole tiempo al juego, pero con ilusión.
«Lo hacen con ganas y eso es algo contagioso», asegura la directora del coro, algo que corroboran algunos de sus integrantes. Fátima Tadidi, de 11 años, ha descubierto una posible vocación profesional: «Me gusta, me hace pasar el tiempo y me ayuda a cantar mejor». Francisco Javier Castilla, de 10, y futuro «futbolista» o «profesor de educación física», enumera lo aprendido: «A respetar a los compañeros cuando están hablando, a estar en silencio cuando la profe nos enseña, a dejar espacios cuando decimos una frase y a cantar mejor».
Por su parte, Nekane Medrano, de 10 años, que quiere ser secretaria de mayor «porque se gana mucho dinerito», asegura que le llamaba la atención el coro por ser algo desconocido: «Nunca había estado en una actividad así y quería ver qué era. Puede que repita al año que viene». La actividad continuará el próximo curso a tenor del éxito de esta tercera edición en la que se tuvieron que cerrar las inscripciones al llegar a 60 niños y niñas por criterios organizativos.
El proyecto, además, está abierto a otras ramificaciones que conecten el coro ripense con los de ciudades con las que también trabaja la Fundación GSD. «La idea es poder hacer hermanamientos y actividades conjuntas. También salir a conciertos», expone Javier Barrero, miembro de esta entidad.