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Filomena, sangre flamenca en sus venas

Figuras como Marifé de Triana y Manolo Escobar conocieron su arte. A sus 75 años sigue enseñando a bailar a mujeres mayores y a niñas del Casco Antiguo.

Filomena, sangre flamenca en sus venas

Texto: Patricia Campelo

Comenzó en el mundo del baile cuando era una niña. A hurtadillas, para evitar la regañina materna, acudía a la llamada de vecinos que la pedían bailar en fiestas de bautizos o comuniones en la zona del Puente de Vallecas, donde vivía. A cambio, recibía propinas con las que compraba caramelos. Los que no se comía los vendía en un improvisado puestecito callejero a los vecinos que subían a pie por la Albufera.

A Filomena Domínguez, Filo, (Madrid, 1940) los pies se le movían solos cuando escuchaba a los artistas de su época por la radio, «lloraba con Lola Flores», confiesa, y pronto convirtió el baile en una forma de ganarse la vida. «Yo le decía a mi madre ‘quiero bailar’, y mis vecinas también le pedían que me dejara», recuerda Filo, la penúltima de seis hermanos.

A los 14 años, su padre, ferroviario, y su madre, que criaba pequeños animales de granja, lograron ajustar el escaso presupuesto familiar para costearle a Filo los estudios de baile: 25 pesetas al mes. En la academia de la calle Relatores 2, en Madrid, aprendió este arte durante dos años con el maestro Orduña y Carmen Palos. «Me examiné en el teatro Calderón, y me dieron mi carnet profesional», relata.

«Formé con dos compañeros, Irene Aguilar y Cándido Menéndez, el Trío del Puente, y con ellos estuve diez meses en el extranjero», detalla Filo sobre el periplo que la llevó por Turquía y que terminó antes de lo esperado. «No nos pagaban, y fue una odisea porque nuestros padres nos tuvieron que mandar el dinero para que pudiéramos volver a casa», lamenta.

Ya en España, recorrieron pueblos y ciudades, cobrando de 65 a 150 pesetas por espectáculo a repartir entre los tres. «Me gustaba mucho viajar; íbamos en bus de pueblo en pueblo. Me he recorrido toda Andalucía, Castilla La Mancha, Barcelona. Luego también estuve en Egipto y Grecia», enumera.

Filo vivió también la experiencia de bailar flamenco y clásico español junto a figuras como Marifé de Triana, Manolo Escobar o Manolo el malagueño, y en lugares emblemáticos como el antiguo circo Price.

Tras casarse, a los 24 años, fue retirándose poco a poco del mundo profesional, aunque continuó impartiendo clases de baile en colegios y academias. Por otro lado, la práctica con las castañuelas la había conferido habilidad para otra dedicación laboral, bien alejada del arte: montar piezas eléctricas de las centralitas de teléfonos, una actividad que desempeñó durante año y medio. «Estuve en la Estándar Eléctrica, en la calle Hierro, en Madrid. Tenía que poner una especie de pila a las resistencias. Imagínate, yo, bailarina, y con las tenazas, alicates y destornilladores», exclama entre risas.

A Rivas llegó en 1977, cuando sólo existía el Casco Antiguo. «Mi marido puso un taller de chapa y pintura donde hoy está el polígono. Yo tenía una academia en La Poveda y también fui profesora en la Casa de Andalucía de Arganda», concreta. «Después, mis hijos se casaron con jóvenes del pueblo», explica sobre el motivo que les llevó a trasladarse a Rivas definitivamente.

Hoy, Filo continúa su trayectoria artística desde la docencia. Ha cumplido una década impartiendo como voluntaria el taller de baile del centro de mayores Felipe II, donde acude martes y jueves. Además, enseña a bailar a niñas y jóvenes en la nueva Casa de Asociaciones del Casco, cada lunes y miércoles. Su próximo espectáculo será durante la Semana de Mayores, donde se la podrá ver derrochando arte sobre el escenario.

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