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Sección incluida en la revista municipal ‘Rivas al Día’ de febrero.
1912 es el año en que se hundió el Titanic, Nueva York acogió la primera manifestación feminista, el Tibet se declaró independiente y, en diciembre, nació en la provincia de Segovia Aquilina Pulido Lobo.
La protagonista de la sección ‘Palabras Mayores’ llegó al mundo el 6 de diciembre de ese año y ha celebrado su último cumpleaños rodeada de su familia y amigos. «Estoy bien, pero mi cuerpo ya es tierra», se lamenta esta longeva vecina que es, al mismo tiempo, la más joven de las seis mujeres centenarias que hay en Rivas (ningún hombre).
«No sé si tengo buena memoria», asegura, aunque esa afirmación queda desmentida cuando empieza a repasar, recuerdo a recuerdo, todo un siglo de vida.
Aquilina nació en el pequeño pueblo segoviano de Castroserracín. Es la cuarta de ocho hermanos. A los 12 años, en 1924, un año después del golpe de estado de Primo de Rivera, llegó a Madrid a trabajar en el taller textil de la familia. «Cosía botones, hilaba y cortaba; después ya me puse a servir». «Recuerdo que por aquella época sólo comíamos lentejas», remarca.
A los 22 años, en 1934, año de la Revolución de Asturias, Aquilina se casó en Madrid y después nació su hijo José, con quien vive en Covibar desde hace 15 años. Dos años después estalló la Guerra Civil, y el recuerdo de aquellos años lo ha grabado a fuego en su memoria, donde aún resuenan los ecos del hambre.
«Mi marido estaba en el frente y, al poco, nos evacuaron a Valencia con mi hijo y mi hermano pequeño que vivía con nosotros». «Allí, le destinaron a Carabineros, por lo que cobraba un sueldo y podíamos comer bien». Lo peor llegó al acabar la contienda. «El dinero de la República no servía, y vendimos ropa y enseres para pagar el tren de vuelta a Madrid». «El viaje duró tres días; íbamos en un vagón de carga y llevábamos un saco de pan y una lata de sardinas». «Pasamos mucha hambre». Pero la familia de Aquilina pudo salir al paso del hostil contexto que se vivía en la capital gracias al trabajo de su marido en una empresa de autobuses.
Antes de estallar la guerra, Aquilina inscribió a Paco en una academia de oficios «En el grupo escolar me dijeron que era muy buen estudiante, que podría hacer una carrera». «Pero cuando volvimos de Valencia ya habían pasado tres años, él ya tenía unos doce y era mayor para seguir estudiando».
Paco, ya fallecido, no pudo estudiar una carrera, pero sí logró inspirar esa senda educativa -que quiso darle Aquilina- a su hijo, hoy catedrático en la universidad de Valladolid.
Lo que lamenta hoy a esta inquieta mujer es que su cuerpo no acompañe a sus ganas de estar activa. «Yo hacía sombreros de ganchillo para Galerías Preciados; siempre estaba haciendo algo». «Mira, esta manta la he hecho yo», asegura mostrando un trabajoso ganchillo de colores que le cubre las piernas. Lanza un suspiro al aire. «Tú ya has hecho de todo en la vida», le replica una de sus nietas.