Texto: Patricia Campelo Fotografía: Juanjo del Pozo
Reportaje disponible en la revista municipal ‘Rivas al Día’
Si de algo habla con orgullo Ángel Bravo Sanz es, además de su familia, de sus cuadros.
A sus 87 años narra cómo hace dos encontró en la brocha fina una afición que le tiene absorbido. «Hay días en que me levanto a las cinco de la mañana para pintar», asegura. De las acuarelas en folios pasó a los lienzos, sobre los que depura su técnica en las clases de pintura que recibe en el centro sociocultural de mayores Felipe II.
En su vida, han sido varias las casualidades que le han hecho tomar caminos determinantes. Una de ellas, fue la que le hizo adoptar este hábito artístico: «Acababan de pintar el salón de mi casa y pensé que había quedado muy soso, así que decidí pintar unos tiestos con plantas». Después le llegó el beneplácito familiar: «Cuando lo vieron mis nietos les gustó mucho, ‘¡pero si sabes dibujar!’, me dijeron».
El tesón empleado en pintar le ha hecho acumular varias obras dignas de ser expuestas, de modo que el 2 de marzo inaugura una muestra con sus trabajos en el Instituto Nacional de Estadística. «Tengo dos hermanas que viven en Madrid y no saben que pinto, se van a llevar una sorpresa con la exposición», augura Ángel.
Este vecino de Rivas desde hace 25 años pone tanto empeño en todo lo que hace que ya es una constante en su vida destacar en aquello que le gusta. Así, cuando ejercía su profesión de yesero, logró codearse «con los mejores de España» allá por los años 50.
«Nos conocíamos todos y sabíamos quien trabajaba bien el yeso y quien no», rememora. «Yo hacía unos 100 metros a la semana y nos pagaban a cuatro pesetas el metro de yeso; había que hacer kilómetros para ganarse la vida». Su mujer, Rosa, también trabajaba fuera de casa pero aún así, en algunos momentos pasaron sus apuros económicos.
Otra de las casualidades que ha acompañado a Ángel en su vida ha tenido que ver, precisamente, con su oficio de yesero. «Un día, por la calle confundí a un hombre con un viejo conocido mío. Resultó que no era quien yo creía, pero nos pusimos a hablar y terminó ofreciéndome trabajo». Fue así como Ángel empezó a hacerse un nombre propio entre los yeseros del país.
UN REGALO ESPECIAL
Pero los recuerdos de este ripense, madrileño de nacimiento, se remontan más allá de la época del yeso. Su memoria atesora momentos valiosos, como el que vivió con el presidente de la Segunda República Niceto Alcalá Zamora. «Me regaló un avión de juguete por una poesía que recité».
El político republicano había visitado a los menores del colegio Giner de los Ríos en la madrileña Dehesa de la Villa, centro en el que estudiaba Ángel. «Me preguntó [Alcalá Zamora] cómo me había aprendido el poema si no sabía escribir, y yo le respondí ¡pues de oídas!», recuerda esbozando una sonrisa. Eran los tiempos de la luz y la alegría que precedieron a los años grises del plomo y los obuses.
Tras 20 años en París, llegó a Rivas en los 80. «Nadie cerraba las puertas de sus casas», añora
Ángel tenía 12 años cuando estalló la Guerra Civil, propiciada por el golpe de estado de Franco y sus militares contra el Gobierno republicano. Por entonces vivía con su familia en Cuatro Caminos. El miedo aún tiñe los recuerdos que conserva de esos años, y sus ojos se humedecen cuando narra la pérdida de uno de sus tíos, defensor de la República. «Recuerdo cosas malas de aquel tiempo: los obuses, los tiroteos, las carreras hacia el metro de Tribunal para refugiarnos».
Precisamente, ese refugio lo conocía bien porque su padre era operario del suburbano madrileño. En este momento, el relato de Ángel se detiene. Tal vez le pese el dolor de los años, el silencio o las injusticias. «Pasamos un tiempo en Soto del Real, que antes se llamaba Chozas de la Sierra. Mis padres nos mandaron allí para protegernos de los bombardeos».
Cuando Ángel regresó a Madrid, ya habían fusilado a su tío. El dolor que aún siente hace que dirija su relato de nuevo al metro, donde, al igual que en los años de la contienda, se siente protegido. «Trabajé en las obras de los túneles de Alonso Martínez, que por entonces esa parada se llamaba Santa Bárbara». Su labor consistía en trabajar las maderas de las bocas de metro, del «pozo», como se conocía antes la entrada al suburbano.
Cuando Ángel pasea por la capital, algunos edificios le asaltan a recuerdos. No sólo trabajó edificando las entrañas del metro, también realizó numerosas «chapuzas» en el edificio del Ejército del Aire. «Hice encofrados, puertas, cemento Ahí está mi obra», asiente satisfecho.
EXILIO ECONÓMICO
En los años 60, con una amplia experiencia a cuestas, partió hacia París, al igual que otros muchos ciudadanos que buscaban progresar económicamente lejos de la oclusión franquista. La comunidad española en la capital gala era numerosa y, buena parte de ella, organizada. «Se hacían manifestaciones, y allí iba yo con la banderita», apunta Ángel sobre los años en que comenzaba a oficializarse y extenderse la oposición a la dictadura tanto dentro como fuera de España.
20 años después volvió, jubilado, a una España que alumbraba la democracia. En los 80 se instaló en Rivas junto a una de sus hijas. Parte de su familia se quedó en París y, hoy, algunos de sus nietos son franceses. «Tengo una bisnieta que se llama Lola y no habla español», observa divertido.
La ciudad que le acogió tras su exilio económico era bien diferente a como es ahora. «Por aquellos años, en Rivas la gente no cerraba las puertas de sus casas», añora. «Íbamos a los merenderos y todo era más familiar». «Ahora tienes que ver por la mirilla cuando alguien llama a la puerta», se lamenta.
Hoy en día, este yesero, pintor, albañil de bocas de metro, emigrante y militante pasa sus días en el centro sociocultural de Mayores ubicado en el pueblo. Allí se mueve como pez en el agua y confía al centro la salvaguarda de sus cuadros. Tiestos y plantas es lo que suele dibujar, lo mismo que comenzó a pintar en el salón de su casa hace dos años.