Entrevista: Nacho Abad Andújar
Es una de las voces de referencia en el ámbito psicológico desde que se decretó el confinamiento en las casas y el estado de alarma. José Antonio Luengo Latorre, secretario del órgano ejecutivo del Colegio Profesional de Psicología de Madrid y especialista en psicología educativa y sanitaria, dedica sus días y parte de su noches a atender a medios de comunicación, grabar audios y vídeos o redactar píldoras informativas con las que difundir pautas para hacer más respirable y llevadera esta situación inédita que vive el país. Suya es la guía ‘Orientaciones para la gestión psicológica de la cuarentena por el corovanirus’, documento de referencia en estos tiempos de incertidumbre, salidas al balcón, convivencias forzosas y estancias recluidas.
Han pasado ya semanas de confinamiento en casa y aún queda. Lo que al principio se pudo idealizar y romantizar, ahora pesa. ¿Cómo mantener la calma según pasan los días?
Muy buena observación. En este tipo de situaciones uno se enfrenta, de buenas a primeras, a un cambio drástico de rutina, costumbres y maneras de estar y ser. Animados por la gente, por ‘ese tenemos que hacerlo, cumplir con nuestra obligación y ser responsables’, se pudo encarar el confinamiento al principio como si fuéramos a hacer una carrera de 100 metros, cuando en realidad es una prueba de 20 kilómetros: salir atolondrados, con muchas ganas, haciéndolo todo de la noche a la mañana y pensando que todo va a ser maravilloso. Pero luego nos encontramos que es una carrera de fondo, no de velocidad. Es necesario planificar, organizar y pensar lo que vamos a hacer.
Prevenir que habrá momentos de tensión, agobio y ansiedad.
Es muy importante para la convivencia de quienes vivimos en casa que preparemos cómo queremos que se responda cuando los nervios, la inquietud o el desasosiego lleguen. Cómo queremos que se comporten los demás. Qué les pedimos. Preverlo como si fuera a ocurrir dentro de cinco minutos, visibilizarlo. Qué frases vamos a evitar. Cómo intentar comprender a quien lo está pasando mal. Todo esto es especialmente importante. Planificar bien este tipo de situaciones, incluso escribiéndolas. Yo suelo recordar estos días el mantra del entrenador del Atlético de Madrid, Diego Pablo Simeone, ese ‘partido a partido’. Y no pensar en objetivos a largo plazo, sino fase a fase. Planificar día a día. Que cada día sea agradable, tranquilo, razonable. Y entender que habrá momentos malos que habremos de superar.
¿Cómo se protege la mente para no caer en depresión o ansiedad?
Hay orientaciones de carácter general, sencillas pero muy útiles porque funcionan. Es importante que, cuando uno empiece a sentirse tenso, nervioso, inquieto o agobiado, hable en los primeros instantes con las personas con las que está y ponga en aviso de que esa circunstancia se está produciendo. Es como cuando se inicia un dolor de cabeza, que atacamos la situación ante los primeros síntomas y tomamos un paracetamol. Es mejor actuar que esperar a que el dolor de cabeza se dispare e instaure, no solo fisiológicamente sino mentalmente. Las otras personas nos pueden ayudar: te comprendemos, ¿necesitas algo?, ¿cómo te podemos ayudar?, ¿necesitas estar un rato solo? Es, por ejemplo, importante cambiar de actividad, no caer en bucle. A veces, por ejemplo, el agobio nos llega en la cama: levantémonos. En esas situaciones de oscuridad, donde no se oye nada, los pensamientos entran y se insertan como si fueran raíces profundas: mejor levantarse, pasear un rato, sentarse a leer un libro o escuchar música que nos guste.
Actuar ante los primeros síntomas.
Es muy importante también el ejercicio físico. La actividad física genera endorfinas, que en el fondo es morfina, pero de nuestro organismo. Y las endorfinas elevan significativamente la sensación de bienestar. Son auténticos batallones contra la ansiedad. La actividad física hace que amaine el desasosiego extremo. Pero tenemos que ser disciplinados. Igual que una medicación ante una enfermedad actúa con más o menos rapidez, pero actúa, estas pautas psicológicas funcionan en estas situaciones de confinamiento.
Nuestro particular mundo de seguridad se desmorona. ¿En qué nos puede ayudar lo que vivamos ahora para el día de mañana?
Difícil de contestar. Creo que socialmente vamos a salir más fuertes. La sociedad española tiene en su historia reciente momentos especialmente duros, que hemos superado con solidaridad, apoyo y pensamiento optimista. Apretando el hombro. Socialmente vamos a salir beneficiados. Pero hay una crisis económica que se cierne que no sabemos muy bien a dónde nos llevará, que afectará significativamente a muchas personas. Desde el punto de vista psicológico, vivir una situación de crisis, trauma y shock, relacionada con el miedo a la enfermedad y la muerte, pero también con cambios de rutinas tan profundos que se derivan del confinamiento, te hace más fuerte cuando se supera. Porque sacas resistencias, capacidades y competencias que ni siquiera sabías que estaban ahí. Quien tiene que aprovechar esta situación para que seamos mejores como colectividad es el sistema educativo, las escuelas. Si algo nos muestra la realidad es que, al final, lo importante es la convivencia, sentirnos juntos, la amabilidad, el trato, el cariño, apoyar a las poblaciones más vulnerables, ser conscientes de la gente que sufre, aportar una visión de la convivencia democrática, pacífica, saludable y ética. Todo esto tiene que formar parte del corazón de los planes educativos.
Desde la psicología social, ¿valoraremos más a partir de ahora el sujeto social que el individual, se alzará el nosotros sobre el yo?
Ese es mi deseo. Y mi esperanza. El confinamiento nos está enseñando que el ritmo de vida que llevábamos, el modo en que vivíamos, nuestro cuidado personal, de los nuestros y nuestros mayores, las prioridades de nuestra vida, se alejaban mucho de lo razonable, de lo que hace el buen ser de las personas: el buen trato, la amabilidad, disponer de tiempo para los tuyos y no solo tu familia (hijos, pareja o padres), sino tus amistades y compañeros de trabajo. Yo he elaborado un listado de personas con las que hace tiempo no hablo, para ponerme en contacto con ellas. Quiero volver a escuchar su voz, recuperar las muchas vivencias que forman parte de mí y que hicieron que sea lo que soy hoy. Pequeñas acciones que adecuadamente ordenadas marcan un camino diferente en tu vida: cómo tienes que estar en tu casa, cómo tienes que mirar a tus hijos, cómo plantearte ser mucho más sensible y afectuoso con lo que viven los demás, a pesar de que cada cual viva sus propias tempestades. Esto no es un buenismo ramplón. Es una manera de estar en la vida que, al final, te hace estar y sentir mejor.
Es ocasión para tejer redes comunitarias, esos favores de hacer la compra a personas mayores que viven en nuestro portal.
La expresión es esa: tejer redes, construir comunicación entre las personas, cadenas de favores, andamiajes. Mirar a quien tienes al lado y pasa más dificultades que tú. Gestos que ayudan. Es lo que cuento en el artículo ‘La actitud de dar’, que publiqué en mi blog ‘Educación y desarrollo social’: lo que ganamos en la vida cuando damos y ofrecemos, con mirada amable. Tiene muchas ventajas. Es uno de los aspectos que más abordo en los talleres con adolescentes en centros educativos. Esa visión de la vida proactiva, solidaria, donde surge la bondad y la empatía, el buen trato por encima de todo.
¿Por qué comprender que estamos haciendo lo correcto ayuda a llevar mejor la situación?
Lo importante no es lo que nos pasa, sino lo que pensamos sobre lo que nos pasa. Al final, el pensamiento es esa especie de caja donde se interpreta la vida y que te permite comprender cognitivamente lo que está pasando e interpretarlo desde una perspectiva negativa u optimista. El optimista no es una persona que vive en un mundo de fantasía. Es quien sabe encontrar los aspectos negativos de la realidad, los coteja, siente y toca, pero amplía la observación para ver lo bueno que tiene su vida. Y así entra en un proceso de valoración cognitivo para valorar cómo resolver los problemas y no centrarse en la mala suerte o el pozo profundo y sinuoso que le ha tocado vivir.
Las familias con niños y niñas lo tienen especialmente complicado en un enclaustramiento, ¿consejos?
Hay claves muy sencillas, aunque dependen de la edad. En términos generales y siempre que podamos: lo que vayamos a decidir, cómo organizarnos, qué rutinas establecemos, todo eso hagámoslo con ellos, sentémosles, departamos, dialoguemos. Una niña o niño de cuatro años puede dar su opinión, puede ser muy creativo. Hay que darles responsabilidades, que se encarguen de algunas propuestas, de organizar, establecer horarios… La disciplina, en estos días, es fundamental: la personal, en relación con la higiene, dieta, sueño o el ejercicio, y la social, que busquen propuestas en la red y hagan aportaciones, que sean proactivos de cara al futuro, qué vamos a hacer cuando esto acabe, cómo vamos a darnos un homenaje, un premio por lo que hemos vivido. Que asuman su protagonismo también.
También importa cuidar el estado de ánimo: lo que decimos y cómo lo decimos.
Si somos conscientes de que estamos haciendo lo correcto, siendo responsables y buenos ciudadanos y que formamos parte de un elenco de personas que lucha colectivamente, nuestra respuesta va a ser mejor. No es lo mismo pensar: ‘Nos están engañando, esto es horroroso, qué situación más dramática, no confío en el gobierno, estos que salen a las ocho a aplaudir…’. No es igual eso que pensar en clave optimista. Esto es lo que tenemos que hacer y toca, tenemos que buscar respuestas, ser cuidadosos de no impregnar la casa de información nociva. Los comportamientos que tienes después de pensar de una manera u otra son muy diferentes. Pero además del pensamiento, es especialmente importante el mundo de los afectos y las emociones.
¿En qué sentido?
Cómo voy a responder, sacar mi mejor sonrisa, dar una respuesta amable, entender que la paciencia es muy significativa en estos momentos. Cuando una persona con la que convivimos lo está pasando mal, hemos de evitar frases del tipo ‘no te pongas nervioso’, ‘tranquilízate’, ‘estás sacando los pies del tiesto’. Son frases que generan más tensión y acumulan agobio y desasosiego. Mejor utilizar palabras del tipo ‘te entiendo’, ‘¿quieres pasar un rato solo?’, ‘¿necesitas algo?’, ‘lo que precises, dímelo’, ‘estoy aquí para lo que quieras’. Pero sin entrar en un consejo paternalista.
¿Qué importancia social tienen esos momentos que se comparten desde los balcones?
Dos dimensiones importantes: una tiene que ver con la creación de redes de solidaridad. Funcionan como cadenas de favores. Y nos encontramos un poco mejor. Y la respuesta que damos luego a pequeños conflictos en nuestra casa va a ser más correcta. Y tiene, por otro lado, una parte fundamental porque actúa generando buenas sensaciones y endorfinas, como la actividad deportiva. Y te hace sentir miembro de una colectividad. Y te sientas en el sofá diciéndote: qué bien. El cerebro segrega sustancias que nos hace sentir de una manera más satisfactoria. Hay una repercusión social y otra personal, incluso fisiológica.
¿Llegará un momento en que también haya que dosificar esas salidas al balcón?
Eso está muy estudiado, en el mundo de la publicidad, por ejemplo. Un anuncio no funciona mejor cuantas más veces lo muestres, sino cuanta más calidad tenga. Eso es aplicable al tipo de comportamientos de los que estamos hablando. Hay que diversificar y dosificar esas acciones solidarias y de reconocimiento. Es significativo cómo las televisiones sacan cada vez testimonios más diversos, personas muy mayores hablando de sus experiencias diciendo que de esta vamos a salir, personal de supermercados, artistas que hacen conciertos en la red… Hay una iniciativa que estamos moviendo por la red de cómo chicos y chicas autistas cuentan cuentos infantiles, personas con muchas dificultades para hacer eso. Estamos diversificando y ampliando el mensaje, que ha de ser más igualitario, provocando que la respuesta de cansancio no aparezca o lo haga de forma más reducida. Se está hablando muy poco del profesorado. Tenemos mucho que agradecerle. La mayoría está trabajando desde casa con su alumnado a través de plataformas digitales y grupos de WhatsApp. Y hay que dar visibilidad a ese colectivo.
Hay un lema, ‘Todo va a salir bien’. Pero hay familias para lo que esto ya no ha salido bien: han perdido a seres queridos, incluso no les han podido ni despedir.
Ese es uno de esos escenarios de diversificación, reconocimiento y sensibilidad del que hemos hablado. Cada vez hay más reconocimiento hacia quienes han perdido familiares. Esto es especialmente importante. Desde el Colegio de Psicología de Madrid estamos trabajando en proyectos para atender el duelo en diferido que se está viviendo. Dar orientaciones a personas que viven estas situaciones. Cómo llevar estos momentos en los que ni siquiera pueden despedirse de un familiar fallecido. Hablar de estos colectivos, explicar lo que viven y darles visibilidad, ayuda.
Desde algunas instancias se emplea un vocabulario belicista: estamos en guerra. ¿No se exacerba así el imaginario colectivo de agresividad?
En la guerra hay personas enemigas a las que se mata, aquí no. Esto no es una guerra. Es una grave crisis, que inicialmente se consideró sanitaria pero ha incorporado los tentáculos dramáticos de lo económico y que puede alcanzar lo personal y social. Es una crisis humanitaria que tiene un enemigo: una pandemia, una enfermedad, contra la que se puede luchar. Necesitamos que aflore el ser humano. Sin odios hacia nada ni nadie.