Reportaje: Patricia Campelo
Las rutinas de Majed Hajbi (43 años) y Hanan Osman (34), matrimonio sirio que vive refugiado en Rivas desde junio, discurrían con normalidad hasta 2011. Tras años de periplo huyendo de los conflictos políticos que aún azotan su tierra, los Altos del Golán, la pareja había recalado en la ciudad siria de Homs con sus hijos, Mohamad y Hiba.
Allí, Majed trabajaba como técnico de aparatos de oxígeno para hospitales y, en vacaciones, disfrutaba con su familia del mar, donde aprendió a manejar una embarcación tipo zódiac. A finales de 2012, casi dos años después del estallido de las revueltas que precedieron el actual conflicto bélico en Siria, la familia volvió a empaquetar sus cosas y emprender el exilio. Primero, en la capital, Damasco, donde vivían los padres de Majed, y después en Turquía.
Tres años más tarde, la desesperación ante a falta de oportunidades se sumaba a la conclusión de que el final de la recrudecida guerra siria se atisbaba lejano. Según datos del Centro Sirio para la Investigación Política publicados a principios de año, 470.000 personas han perdido la vida desde el inicio de la contienda, el 11,5% de la población del país.
Así, la pareja tomó la difícil decisión de marchar a Grecia. Y en esa determinación, los conocimientos marítimos de Majed le sirvieron para guiar una de esas ‘lanchas de la muerte’ que cruzan el Mediterráneo cada noche abarrotadas de vidas desde la costa turca, pilotadas por los propios pasajeros. Muchas no resisten la elevada ocupación, y acaban rotas en mitad del trayecto que dura dos horas y media, arrojando al agua al desesperado pasaje.
La Agencia de la ONU para las personas refugiadas, ACNUR, concluye que de enero a septiembre de 2016 perdieron la vida en el Mediterráneo 3.501 personas, una cifra menor a la que especulan las organizaciones humanitarias que trabajan sobre el terreno. La embarcación que manejaba Majed, en cambio, tuvo suerte. Pero desde su lancha de caucho vieron cómo se hundía otra similar.
«Íbamos llorando, pero cuando al fin vimos luces en la costa empezamos a sonreír», recuerda Hanan mientras Majed muestra en su teléfono móvil un vídeo grabado durante la travesía. «Sabíamos el riesgo que conllevaba subir a esa lancha. Conocíamos amigos y familiares que habían fallecido tratando de cruzar. Pero no teníamos más recursos. Era quedarse en Turquía, sin papeles, y pasar hambre o subir a esa barca hinchable», explica Hanan. «Además, una vez en la costa turca, no podíamos dar marcha atrás. Como ya sabías dónde estaba el embarcadero ilegal, los traficantes no te dejaban marchar. Te pegaban y te obligaban a subir a una lancha con muchas más personas de su capacidad», añade Majed.
La familia pagó el equivalente a 1.000 euros por plaza. «Te decían que sólo subían 30 personas, pero no salía ningún barco con menos de 50», puntualiza.
El viaje de Siria a Turquía lo pudieron realizar por su cuenta, prescindiendo de la acción de las mafias que actúan ante la ausencia de vías de escape seguras. Pero antes de huir de la guerra siria, la familia sufrió el exilio interior en su país. «Atacaron nuestro barrio, en Homs, y nos quedamos en la calle, así que nos fuimos a Damasco», relata Majed. Pero en la capital, la pertenencian de Hanan y Majed a una etnia minoritaria perseguida se sumó a los problemas que ya azotaban esta parte del país.
«Había mucha persecución, también, por no ser residentes de esa ciudad; así que debíamos evitar los ‘chek point’ porque nos podían llevar para interrogar. Y eso es muy difícil sobre todo si vienes de lugares como Homs, una de las ciudades donde empezó el conflicto. Además, todo se complica al ser de la etnia ‘sharka’, algo que enseguida ven por el apellido. Por eso siempre tratábamos de evitar los controles», explica Majed.
Así, la vida comenzó a complicarse demasiado, y comenzaron la huida hacia la frontera turca: 28 horas de un trayecto que, en condiciones normales, se realiza en cuatro. «Teníamos que evitar los puntos de control de todas las partes en el conflicto».
Ya en Turquía, donde pensaban permanecer un tiempo, «sólo hasta que se solucionase todo», las condiciones les fueron asfixiando. Al principio contaban con ahorros, alquilaron un piso, aprendieron el idioma y comenzaron su vida. «Pese a nuestra experiencia y formación, allí éramos mano de obra barata», lamentan. «El gobierno turco abrió la frontera pero no nos dio ningún derecho para optar a papeles, por lo que lo que los empresarios se aprovechan. Te pagan una cuarta parte del sueldo que dan a los turcos», deploran. «Y, a veces, no te pagan y te dicen que vayas a denunciarlo a la policía. Sin papeles, saben que no vas a protestar». «Con la gente, en cambio, estuvimos muy bien. Guardamos buen recuerdo de los vecinos que teníamos, de la población turca en general», matizan.
SIRIA, TURQUÍA, GRECIA… RIVAS
El pasado 3 de marzo, el matrimonio junto a sus dos hijos y el hermano de Hanan alcanzaba la costa griega. Al arribar antes del 21 de marzo, fecha de entrada en vigor del acuerdo entre la Unión Europea y Turquía que frena y torpedea la llegada de personas refugiadas, la familia Hajbi Osman pudo acelerar los trámites.
«Llegamos a las dos de la mañana. Nos subieron a un autobús y nos metieron en un campamento. A las 6.00 nos tomaron las huellas. En una semana estuvimos en tres sitios distintos, hasta que obtuvimos los documentos de solicitantes de asilo y partimos en un ferri hacia Atenas». Una vez en la capital, sin más ayudas ni guías, compraron una tienda de campaña y la instalaron en el puerto de El Pireo, donde se asentaban otras familias desplazadas.
Hasta su desmantelamiento, el pasado abril, llegaron a malvivir en el muelle griego cerca de 5.000 refugiados. «Estuvimos una semana, la situación era miserable; nadie nos decía nada«, lamenta Majed. Hasta que la organización griega Praxis les invitó a entrar en el programa de realojo para obtener techo y comida. «Firmamos las condiciones del acuerdo y nos llevaron a un hotel. Nos hicieron muchas preguntas sobre nuestra vida y nos pidieron las preferencias de países a los que queríamos ir, aunque luego nos podían asignar cualquier otro lugar», explica Hanan.
Desde el pasado junio, la familia participa en actividades del municipio y reside en uno de los pisos alquilados en Rivas por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), entidad con la que el Ayuntamiento firmó en abril un acuerdo de colaboración. Durante el verano Mohamad, de 10 años, y Hiba, de 8, disfrutaron de los campamentos urbanos.
En tres meses, la familia finaliza la primera fase del dispositivo de acogida y, aunque contará con ayudas durante 18 meses, Majed y Hanan desean ahora terminar de aprender bien el idioma y emprender una vida autónoma.
«Podéis imaginar las cicatrices que deja una guerra. Nunca nos podremos curar; los niños tampoco. Ellos aún se despiertan con pesadillas. Después de todo el sufrimiento, ahora nos sentimos bien, tranquilos, y queremos seguir en Rivas, pero echamos de menos la casa y la familia que sigue en Siria», subraya ella.
Para Ahmed Abuzubaida, español hijo de palestinos, de 32 años, y técnico de CEAR, es una «compensación» que el matrimonio sirio desee continuar en el municipio. «En otros centros de acogida de otros lugares donde hemos trabajado, al terminar la primera fase de acogida nadie se quería quedar, todos buscaban irse a Madrid, a la capital», señala.
27 PERSONAS ACOGIDAS
Actualmente, Rivas cuenta en su dispositivo de acogida con 28 plazas, en las que residen 27 personas solicitantes de asilo internacional. Se trata de familias que vienen de Siria, Irak, Afganistán y América Latina y residen en tres pisos de particulares y dos de la Empresa Municipal de la Vivienda (EMV).
«En esta primera fase, de seis meses prorrogables por otros tres, trabajamos de una manera constante con ellos. Pasado ese tiempo, se trasladan a otra vivienda, y las 28 plazas que tenemos pasan a ocuparlas otras personas que solicitan asilo», explica Yasmin Manji, de CEAR. «Tratamos que en estos primeros meses obtengan los recursos necesarios para su vida autónoma. Estos plazos los marca la Oficina de Asilo y Refugio [dependiente del Ministerio de Interior]. El ministerio también selecciona quién va a cada ciudad en función de las solicitudes que recibe», aclara Manji.
Según datos de Oxfam Intermón del pasado mes en su informe ‘España suspende en su respuesta a la crisis mundial de desplazados’, el país ha recibido a 474 personas refugiadas del total de 17.387 que el Gobierno se comprometió a acoger dentro del cupo de reasentados y reubicados desde Grecia y Turquía.
61 de ellas llegaron a la región hasta el pasado 15 de septiembre, informa la Oficina de Atención al Refugiado de la Comunidad de Madrid. De ellas, Rivas ha acogido a la familia de Majed y Hanan, a dos familias sirias más y a otra de Irak: 19 personas, lo que supone un 31% del total del cupo que ha recalado en territorio madrileño y que se distribuye por distintos municipios.
PLATAFORMA CIUDADANA
Un impulso ciudadano comenzó hace un año a movilizar la conciencia de la ciudad respecto a la actual crisis humanitaria a las puertas de Europa. La Plataforma de Apoyo a las personas refugiadas nació en septiembre de 2015 con vecinos y vecinas del mundo de la participación pública, la cooperación al desarrollo y el activismo solidario. Miembros de entidades como Guanaminos sin fronteras, Banco del Tiempo, Amnistía Internacional, XXI Solidario, Cruz Roja, Kambahiota, Red de Recuperación de Alimentos, Rivas Sahel, el colectivo Rivas Va Hacia Palestina y representantes de los partidos políticos, entre otros, integran esta nueva entidad creada para visibilizar la problemática de quienes tienen que solicitar protección internacional.
Su primer logro: la intermediación para la firma del acuerdo entre el Consistorio y CEAR para la cesión de un espacio en la Casa de Asociaciones y la integración de las personas acogidas en actividades de la ciudad.
Asimismo, lo recaudado en las fiestas del barrio de Pablo Iglesias de este año y del pasado ha ido a parar a entidades que trabajan con personas refugiadas. Con el mismo objetivo se celebró en diciembre de 2015 una gala solidaria. También han organizado charlas para dar a conocer la crisis humanitaria resultado del último éxodo de personas, el mayor desde la Segunda Guerra Mundial, y los mecanismos para poder ayudarlas.
Además, tienen presencia en acontecimientos de la ciudad para recaudar ayudas, como el rastrillo de Covibar, el mes pasado, o las fiestas de mayo. Ahora, se mantienen a la espera de poder celebrar una reunión con el Ayuntamiento para definir nuevas actuaciones. «Todo comenzó con un artículo que publicó Guanaminos titulado ‘También son nuestros muertos’, denunciando el drama del Mediterráneo, y con la petición al Ayuntamiento de que convocara al Consejo de Cooperación para movilizar a la población civil», explica María Dolores Ramírez (58 años), sobre el origen de la Plataforma. «Es un tema urgente y prioritario que llevábamos tiempo reclamando», apunta.
Esta vecina del barrio Pablo Iglesias, además, viajó a Grecia este año para colaborar como voluntaria independiente. «Me dirigí a un campamento improvisado que se formó cerca de Policastro, donde llegaba gente que huía de Indomeni [el asentamiento disuelto por el gobierno griego en mayo]. Estuve 15 días. Al poco de irme, lo desmantelaron todo, y se llevaron a la gente a los campamentos militarizados», relata. María Dolores lleva la solidaridad a flor de piel desde que participara como voluntaria en Chiapas (México) en 1995. «A partir de ahí, comencé también con Aula de Solidaridad [la entidad embrionaria de la cooperación al desarrollo en Rivas], con las primeras jornadas sobre estos temas en la Universidad Popular y preparando proyectos de cooperación», rememora.
DE SARAJEVO A RIVAS
La guerra en los Balcanes supuso otro episodio dramático que provocó el éxodo de miles de desplazados. En 1992, Rivas empezó a recibir familias que huían de uno de los conflictos más sangrientos padecidos en tierra europea el siglo pasado: la desmembración de la antigua Yugoslavia. Por entonces, Una Budimlic, refugiada bosnia acogida en el municipio, tenía seis años, y afrontó una experiencia traumática que aún recuerda con nitidez.
«Primero salimos solos de Bosnia mi hermano Adnan, de 9 años, y yo a casa de unos familiares en Skopje (Macedonia). Después nos juntaron con mis abuelos y mis primos en un campo de refugiados, donde mi abuela murió, y mi abuelo, solo, no podía con todos los nietos», relata Una quien, en septiembre, visitó Rivas con su marido y sus dos bebés recién nacidos.
«Siempre que puedo vuelvo a Madrid, y también vienen a visitarnos a Sarajevo. Este año es especial porque he venido con mi marido Adnan y mis mellizos Adian y Ema para enseñarles donde viví y crecí, y para que conozcan a la gente que tanto significa para mí», se sincera.
La madre de Una logró salir de Bosnia con documentación falsa -«como musulmana, era imposible salir, muy peligroso», puntualiza- y llegar hasta el campamento macedonio, desde donde partió con su familia al exilio. «Pensábamos que la guerra terminaría pronto, y buscábamos un país cercano, pero no nos dieron otra opción».
Después de unos meses en la provincia de Soria, les trasladaron a Rivas, donde fueron habilitadas las dependencias de la Policía Municipal y el juzgado, «sencillo, pero con todas las comodidades para vivir», reconoce Una. La ciudad contaba por entonces con 20.000 habitantes. Buena parte de los mismos se volcaron con los refugiados, donando enseres personales para que pudieran organizar su vida aquel inverno de 1993.
«La vida no era como lo que dejamos en Sarajevo, pero éramos niños y no nos importaba, pasábamos el día en la calle, e íbamos al colegio público Las Cigüeñas. Ahí conocimos a todos esos amigos geniales cuya amistad aún mantenemos», defiende. «Mi profesor preferido era Tomás. Me regalaba libros en español y era muy bueno conmigo. Tenía mucha paciencia para enseñarme todo», añade.
Así, la vida transcurrió hasta 1996, año en que Una y su familia regresaron a su tierra. «Tenía muchas ganas de volver porque mi padre y el resto de familia seguían en Sarajevo», confiesa sobre un retorno más difícil de lo esperado. «Todo estaba destruido; de nuestra casa no quedó nada. Y los niños que se quedaron en el país durante la guerra eran un poco duros con nosotros por las cosas horrorosas que habían vivido».
Hoy, Una mantiene una relación estrecha con su «familia» de Rivas. «Nunca perdimos el contacto con la gente que nos rodeaba. Primero fueron muchas letras que intercambiábamos. Y ahora, con internet es todo más fácil», resuelve.
INFANCIA REFUGIADA DEL SÁHARA
A mediados de los 90, Aula de Solidaridad organizó en Rivas el primer programa de Vacaciones en Paz: la iniciativa ciudadana con la que viajan a España cada verano menores de entre 8 y 12 años de los campamentos de refugiados del Sáhara.
Después de aquel verano ‘piloto’, tres semanas de convivencia, las 15 familias que acogieron a los primeros niños y niñas del desierto decidieron continuar con la experiencia, y fundaron la asociación Rivas Sahel, que organiza desde 1997 la llegada de estos menores.
El objetivo es alejarles de las condiciones extremas del desierto, donde el termómetro roza los 60 grados centígrados en el estío, y proporcionales ocio y revisiones médicas. La mitad del pueblo saharaui vive exiliado en el suroeste de Argelia, en los campamentos de Tinduf, desde hace cuatro décadas. La otra mitad resiste en las ciudades del Sáhara Occidental que ocupó Marruecos ilegalmente en 1975. El Frente Polisario es su interlocutor político desde entonces.
Rivas es una de las ciudades que ha mantenido su nivel de compromiso con las víctimas de este conflicto, y no ha mermado la cifra de menores que acuden cada año no. Gracias al esfuerzo económico del Ayuntamiento, las familias de acogida pueden costear el vuelo de los pequeños refugiados.