Entrevista: Nacho Abad Andújar
La actriz Eva Isanta (Ceuta, 1971, aunque con cinco años ya era vecina getafense) alterna actualmente su interpretación en la exitosa serie televisiva ‘La que se avecina’, donde da vida a Maite Figueroa, La Cuqui, con la representación en teatro de ‘El cíclope y otras rarezas de amor’, un texto escrito y dirigido por Ignasi Vidal, estrenado en agosto de 2017 en los Teatros del Canal de Madrid, que toma como referencia el capítulo 7 (el del beso) de ‘Rayuela’, la novela escrita por Julio Cortázar.
«El amor no es ese cuento de hadas que nos contaron cuando éramos pequeños. ‘El cíclope’ es una obra de vidas cruzadas en la que sus personajes tienen que volver a aprender a amar», dice su autor.
El montaje se representa en el auditorio Pilar Bardem el sábado 17 de febrero (20.00, 11 euros, entradas aquí). Isanta comparte cartel con Sara Rivero, Celia Vioque, Manu Baqueiro y Daniel Freire. Responde a las preguntas por teléfono desde Sevilla, donde se encuentra representando la función.
Once años trabajando, y a gusto, en la parodia televisiva ‘La que se avecina’: proyectos teatrales como éste ayudan a oxigenarse.
El cambio de personaje y de registro, más que oxígeno, es una necesidad. Como artesanos de la interpretación, hay veces que la parte más creativa necesita tocar nuevas teclas. Si un músico siempre toca la misma pieza, comprobará que no sabe qué altura puede alcanzar. Lo mismo sucede en la interpretación. Por eso apetecen nuevos retos. Y ‘El cíclope…’ lo es.
Dice que con esta obra ha redescubierto ciertas facetas como actriz. ¿Cuáles?
La faceta de trabajo más dramático y realista. Trabajo en una parodia televisiva [Maite Figueroa], que no quiere decir que esté exenta de verdad, porque la comedia, si no la haces desde la verdad más absoluta, no funciona. Pero al estar todo teñido y sobredimensionado con la hiperexageración, el tono, el ritmo y la energía que conlleva el personaje de televisión lo sitúa en un registro diferente al tono realista y dramático de Marta [‘El cíclope’], una mujer corriente, que trabaja en una inmobiliaria, está casada, con una niña y tiene una crisis matrimonial. Un problema de la vida cotidiana de cualquier mujer está más cerca de Marta [teatro] que de los problemas de Maite Figueroa [serie televisiva]. El tono es más naturalista, no tan paródico.
Ignasi Vidal dice que su texto es «la versión anti Disney del amor, lo contrario a la visión patriarcal del amor».
Según vas viviendo, compruebas que la sensación de éxtasis amoroso que experimentas en la juventud no es la misma que cuando alcanzas la madurez. A todos nos ha angustiado perder la sensación de enamoramiento, las mariposas en el estómago. Todo eso nos crea mucha incertidumbre. Pero hay muchas formas de amar y entender el amor. En esta función, el espectador se va a sentir identificado con momentos de su vida y con las diversas formas de amar.
Confiesa que este trabajo le ha hecho reflexionar sobre el amor.
Dice Álex Rigola [director teatral] que a él no le interesan los actores o actrices como intérpretes de unos personajes, sino las personas que dan vida a esos personajes. Como persona, al involucrarme en esta maravillosa reflexión del amor, he descubierto cosas de mí.
¿Por ejemplo?
He tenido que poner en juego vivencias propias. No puedo sacar una conclusión acerca del amor. Tampoco el espectador. Pero sí queda la pregunta en el aire. Y eso es el teatro, no sólo entretenimiento, sino proponer un viaje emocional que plantee preguntas y reflexiones, aunque no dé respuestas. Esta obra me ha despertado mucha curiosidad sobre mi propio corazón y la manera que tengo de afrontar las relaciones, analizando el pasado y el presente y cómo quiero que sea el futuro.
¿Y le gusta lo que ha visto de usted?
Yo llevo unos años ya, debe de ser la edad, 46 palos, en los que sé que debo estar bien conmigo misma. Si yo no soy mi propia fuente de felicidad, equilibrio, paz o amor, es muy complicado que pueda compartir con alguien. Y al revés, igual: las relaciones que tienen al amor como tabla de salvación, donde la felicidad del otro depende de que tú estés y que te estén esperando porque sin ti no es nada, no caben en mi vida.
El amor no es un cíclope de un solo ojo, que cada ser que ame conserve su propia mirada.
El amor es compartir libertades sin la atadura tradicional, esa sensación de apego absurda. El amor no puede estar ligado al sufrimiento ni la posesión. Y no estamos educando bien a nuestra juventud. Debemos enseñar que la felicidad pasa primero por quererse a uno mismo. Eso lo cambia todo: no habría tantas relaciones tortuosas ni tantas mujeres maltratadas o asesinadas si no se entendiera el amor como sometimiento o esclavitud.
Una gran labor pedagógica para emprender desde la infancia.
Los datos son preocupantes. Ahora tenemos que incorporar, a toda esta tradición patriarcal, las redes sociales, muy presentes en la juventud actual. Las relaciones se establecen a través de un fluido virtual más que de un fluido vital: mensajes, fotos, vídeos… Las estadísticas dicen que muchos jóvenes utilizan las redes sociales como instrumentos de control de sus parejas. Mal vamos si incorporamos herramientas útiles, que amplían la comunicación, para repetir modelos viejos y controladores.
Sin desmerecer al cine y la televisión, ¿qué le da el teatro que no encuentre en los otros dos medios?
Un momento único es la salida al escenario. O cuando notas la conexión con el público, que llora o ríe contigo. Hay una retroalimentación tan grande que se comparte cada silencio y cada emoción. Eso es algo que no te da el cine o la televisión. Es el medio que te permite sentir la reacción del público en vivo. Es un acto íntimo entre el actor y el espectador. Compartimos vida, el aquí y ahora. Y ese subidón tan salvaje no lo experimentas en la tele o el cine.
De joven, su familia le obligó a compaginar el estudio de arte dramátrico con una carrera universitaria [Comunicación Audiovisual]. ¿Le impondría esa dualidad a su hijo si le dijera que quiere ser actor?
Le diría que fuera a la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAC), que ahora está reconocida como grado universitario y tiene más salidas además de la interpretativa: dirección, escenografía, docencia, escritura… Muchas madres me comentan que su hija o hijo quiere ser intérprete. Pues que estudien la carrera. E idiomas, para que se puedan ir a Hollywood, si les llaman, claro.
Porque en la profesión actoral hay mucho paro y trabajo temporal.
Es una profesión bastante maltratada. A las artes escénicas se les castiga con un IVA de lujo. Es un poco triste que se considere a la cultura una enemiga en vez de una aliada. Y eso hace que la industria sea débil. En ocasiones, hasta se la boicotea. Quienes tenemos trabajo nos consideramos afortunados. Sabemos que es una profesión cíclica, una carrera de fondo. Yo he pasado épocas en las que no sabía para dónde tirar. Y eso genera solidaridad entre compañeros y te permite apreciar el momento que vives: cada día doy las gracias por salir al escenario o tener que ir a un plató, aunque sea a las cinco de la mañana.
¿Por qué decidió ser actriz?
Yo tenía bastante fe religiosa de joven. Ahora no tengo ninguna. Cantaba en el coro del colegio y se me erizaba la piel al cantar y vivir el rito de la misa. Me metí en un grupo de teatro en Getafe, donde vivía, a los 15 años. Y cuando empecé a interpretar, reviví una sensación muy parecida encima del escenario. Esa comunión con el público me erizaba aún más la piel. Y el rito del teatro me pareció más potente, real y humano que el eclesiástico. Poco a poco lo fui sustituyendo. Y el teatro, ahora, tiene un carácter casi sagrado. Me hace muy feliz.