Entrevista: Patricia Campelo
Un día, poco antes de cumplir los 14 años, su padre le pidió compañía para ir a corregir unas pruebas de imprenta. Aquel gesto paterno extrañó a la joven hija del poeta Rafael Alberti y de la escritora María Teresa León, pero lo secundó.
Y cuando Aitana Alberti León (Buenos Aires, 1941) sostuvo aquellos originales en sus manos se sintió invadida por un sentimiento de furia: «Eran unos poemas que yo había escrito en un cuaderno que escondía en mi habitación», exclama.
Su madre los había encontrado y había decidido junto a su compañero sorprender a la hija de ambos publicándolos en una edición de regalo por su decimocuarto cumpleaños.
La anécdota la relata su protagonista al otro lado del teléfono durante una pausa de la gira que la ha traído a España desde Cuba, donde reside, para presentar nuevas ediciones de libros de María Teresa León y un poemario propio, ‘Amazona en la centella’, que contiene algunos de aquellos versos de la niñez.
Dueña de dos apellidos ilustres, creció en un universo intelectual por el que desfilaban, cada tarde de sábado entre tazas de café, los principales cerebros exiliados por el franquismo tras la Guerra Civil. Un nutrido grupo de republicanos recaló en Argentina a partir de 1939, entre ellos, la familia Alberti León.
En Buenos Aires, Aitana creció escuchando una y otra vez los relatos nostálgicos del destierro, trufados con la poesía y la prosa de la intelectualidad del continente, como la de Pablo Neruda, un habitual de aquellas sesiones. El peso de sus apellidos la llevó a asomarse con pudor y prudencia al mundo de las letras, publicando algunos relatos y poemas de los que habla restando importancia.
A mediados de noviembre del pasado año visitó el municipio: el colegio que lleva el nombre de su padre y el puente de la Paz, por donde transcurrió en 1936 la evacuación de la pinacoteca de El Prado, operación dirigida por Rafael Alberti y María Teresa León.
¿Qué recuerdos le transmitieron sus padres sobre la evacuación del Museo de El Prado?
Mi madre escribió un breve cuaderno, ‘La historia tiene la palabra’, donde relata la evacuación. Es un informe de lo que pasó y cómo lo preparó todo el Quinto Regimiento. Mi padre también contaba que aquellos chicos eran soldados y muchos de ellos no sabían leer ni escribir, y la primera vez que entraban en un museo era para descolgar cuadros como ‘Las Meninas’. Aquello fue algo único. No recuerdo de qué cuadro se trataba, pero un chico que ayudaba a mi padre le dijo, ‘Rafael, este cuadro tan feísimo, ¿nos lo tenemos que llevar?’, imagínate. Cuando acabaron, mi padre entró en las salas ya vacías y contempló las marcas que dejaron los cuadros en la pared, y decía, ‘aquí estaban ‘Las Meninas’, aquí un Rubens, etc. Porque él conocía el museo de memoria. Cuando llega con sus padres desde el Puerto de Santamaría a vivir a Madrid, con 15 años, quería ser pintor, ésa fue su primera vocación, y cada día se iba al museo del Prado. Para él, ver aquellas paredes desnudas de cuadros fue algo impresionante.
¿Recuerda cómo le explicaron que vivían en el exilio?
No recuerdo cuándo o si me lo explicaron; era algo que fluía en mi casa de Buenos Aires. Durante años, venían los sábados por la tarde amigos que eran también exiliados, y contaban sus propias historias. Llegaban a las tres o cuatro de la tarde, se tomaba café o coñac. Era como una isla con la mirada abierta a ese país inalcanzable que era España. Un ritual. Y en esas conversaciones narraban qué les había ocurrido durante la guerra, varias veces, así que yo escuché estos cuentos que para mi eran relatos, no sabía ni qué habían ocurrido en la realidad, y los contaban con tanta expresividad, con tanto dolor y tanta precisión… Esas historias me acercaron un mundo lejano, un país al que yo no podía acceder, ni mis padres, pero que era el mío también porque yo debería haber nacido en Madrid, donde vivían, y nazco en Buenos Aires. Y creo que ese país lejano estaba presente en nuestra casa, a través de los relatos de estos españoles exiliados que llegaron a la argentina masivamente y que esperaban algún cambio en España que no llegaba.
¿Aumentó el clima de nostalgia y tristeza tras la II Guerra Mundial y la continuidad de la dictadura en España?
En 1945, según me contaban, la avenida de Mayo, una zona con muchos cafés, era un lugar típico de encuentro de republicanos. Allí hicieron una fiesta cuando acabó esa guerra porque creían que iba a caer también Franco, amigo de Hitler y Mussolini. ¿Cómo iba a perdurar una dictadura propiciada y ayudada por esos dictadores que habían sido destruidos por las potencias mundiales? Pero no pasó nada, Franco siguió con la connivencia y apoyo de los países aliados y Estados Unidos. Aquello creó un clima de tristeza entre la comunidad de exiliados.
Es una gran promotora de la obra de su madre. ¿Qué destaca de sus textos?
Podría hablar de ‘Memoria de la melancolía’, libro de memorias considerado por los miembros del 27 como uno de los más importantes de su generación. Es un monumento al recuerdo, a su país, al exilio. Es una prosa contemporánea, hermosa y de una vigencia total. Como toda su obra. El otro día en Salamanca unas chicas leyeron unos cuentos breves y los escenificaron. Era impresionante cómo aquel público joven aplaudía e incluso vi lágrimas en los ojos. Pareciera que los acabara de escribir.
¿Cree que en el mundo de la actual industria cultural podría darse una generación como la del 27? No sé; aquella fue muy especial. Ojalá se diera porque eso enriquece la literatura europea y universal.
Libros reeditados
‘Contra viento y marea’; ‘Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar’ y ‘El gran amor de Bécquer’. María Teresa León.
‘Amazona en la centella’, Aitana Alberti.