Texto: Irene Chaparro.
Lucio de la Nava nació en 1940, un año después de que terminara la Guerra Civil que trajo a España una dictadura que duró más de 30 años. En su casa, una corrala del castizo barrio de Lavapiés, se respiraba un gran ambiente revolucionario: su padre, sindicalista de la CNT [Confederación Nacional del Trabajo, sindicato anarquista fundado en 1919 que llegó a contar con más de un millón de personas afiliadas], siempre tuvo muy presentes sus ideas políticas.
Ese entorno familiar influyó en Lucio, que durante su adolescencia vivió cómo su padre cumplía condena por su implicación social: primero en la cárcel y después en el Valle de los Caídos: “Allí las condiciones de vida eran muy difíciles, con una alimentación paupérrima. Muchos murieron por las detonaciones que se hacían para poder construir el mausoleo. El Valle de los Caídos está construido con sangre”, comenta este vecino ripense. Las dificultades padecidas desembocaron en la muerte del progenitor meses después del fin de su condena, en enero de 1955.
Ese pasado moldeó en el joven Lucio una actitud contestataria, que culminaría en un gran sentimiento sindical, forjado desde sus inicios laborales como electricista en la compañía Isodel Sprecher. Corrían los años 60, y España vivía tiempos convulsos, con la irrupción de movimientos obreros como la célebre huelga minera asturiana de 1962, que reivindicaba mejores condiciones de seguridad tras el fallecimiento de trabajadores a los que la tierra se tragaba.
En aquellos momentos, y a cientos de kilómetros de los pozos del norte, Lucio decidió recoger donativos para las familias mineras entre los compañeros de su empresa. “Lo haces porque tienes una conciencia y una inquietud social, porque tienes claro lo que es la libertad y la opresión. Y eso es lo que te motiva, aún a riesgo de perder la libertad, como fue mi caso, porque eso en realidad va en el ADN de uno”, explica.
TORTURADO
Esa libertad se detuvo en seco una madrugada de la primavera de 1962: la policía fue a su casa y se lo llevó detenido. Y compareció ante un consejo de guerra junto a diez personas que no conocía. Se le acusaba de terrorismo.
“Se presentaron y me preguntaron si conocía a Jacinto, un tipo con un pico de oro que llamaba la atención porque opinaba sobre Franco en voz alta y sin miedo. Resulta que era un topo que se dedicó a delatarnos a todos”, recuerda Lucio, que después contó esta historia a la escritora Almudena Grandes y la incluyó en su novela ‘Las tres bodas de Manolita’. Tras una semana de torturas en la Dirección General de Seguridad [edificio de la Puerta del Sol; hoy sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid], fue condenado a ocho años por terrorismo y trasladado a la prisión de Burgos. Beneficiado por varios indultos, finalmente permaneció encerrado dos años.
BARROTES Y SOLIDARIDAD
Su experiencia en la cárcel fue muy dura, pero al mismo tiempo enriquecedora: se respiraba un gran sentimiento de conciencia política y respeto. Algunos de los presos más formados se encargaban de enseñar a los demás, desde francés hasta matemáticas. “Allí había gente con una preparación tremenda, como los llamados ‘niños de la guerra’, los hijos de los republicanos que fueron enviados a Rusia durante la guerra civil. Años después se promulgó un decreto que aseguraba que podían volver a España sin problemas, pero muchos fueron encarcelados. Y allí me los encontré. Había una hermandad muy fuerte, nos ayudaban mucho. Aquello era casi como una universidad”, rememora.
Sin embargo, lo más difícil estaba por llegar. Cuando recobró la libertad, le fue prácticamente imposible encontrar un trabajo técnico, su deseo. La Dirección General de Seguridad enviaba a las empresas una carta en la que informaban de su certificado de penales como ‘terrorista’: “Me tuve que dedicar a la construcción, hasta que un tiempo después encontré oportunidades en otras empresas en las que me empleé como comercial hasta la jubilación”.
Lucio jamás ha pensado en renunciar a sus ideales políticos, a pesar de los momentos duros que jalonan su biografía: siempre ha mostrado una gran inquietud social y un enorme compromiso en la lucha por la libertad. Sin embargo, a día de hoy, todavía figura como ‘terrorista’ en algunos archivos oficiales: una marca administrativa que, por ejemplo, le impidió viajar con su familia a Nueva York hace tres años.
LEYES DE MEMORIA
A pesar de que participó en la elaboración de la Ley de Memoria Histórica del Gobierno de Zapatero (2007), pidiendo la anulación de todos los consejos de guerra, ese borrado no quedó finalmente recogido en el texto aprobado. Y así vive Lucio, cargando aún con su injusto sello de ‘terrorista’.
Desde 1984 reside en Rivas, donde dice sentirse muy a gusto, no solo por las grandes prestaciones públicas que tiene la localidad, desde parques y bibliotecas hasta centros para mayores, sino por el gran sentimiento de solidaridad ciudadana, que él define como una “auténtica burbuja” dentro de Madrid. Precisamente, en 2019, el Ayuntamiento de Rivas presentó, en su nombre y en el de otros represaliados por el franquismo, una querella para que se anularan los consejos de guerra, pero ha sido denegada recientemente por la justicia.
Lucio confía en que la nueva Ley de Memoria Democrática ultimada por el Gobierno pueda por fin poner las cosas en su sitio, aunque también reconoce que es bastante probable que ni él ni los que sufrieron junto a él puedan llegar a verla. “Yo jamás he oído una palabra de venganza de nuestra parte. Lo único que queremos es justicia y reparación, aunque parece que de momento no se consigue”, concluye.