Una tarde, a mediados de febrero del pasado año, Alberto empezó a encontrarse mal. Sintió una fiebre alta y, descartada la Covid, regresó de Urgencias a casa con la recomendación de alternar antitérmicos. Tres días después, el malestar y la fiebre no remitían, y se sumó otro síntoma, una micción con sangre. Era 22 de febrero y, esa jornada, el ripense Alberto Urraca Acero (Madrid, 1987) reseteó su contador vital. Su cuerpo luchaba a vida o muerte contra una agresiva bacteria de origen desconocido. Pero en ese momento aún no lo sabía. Padre de un bebé de 7 meses y de una niña de 3 años, aquella tarde pidió a Violeta, su pareja, que se fueran a casa de sus familiares para que él pudiera recuperarse e ir a trabajar al día siguiente. Pero la situación no mejoraba, y llamó a su padre para que le llevara a las urgencias del hospital madrileño 12 de Octubre. “Me encontraba fatal, tenía mucho calor y solo quería beber agua, pero no me la daban por si me tenían que operar. Fue muy agobiante, lo pasé muy mal”, relata Alberto al otro lado del teléfono un mes antes de cumplirse el primer aniversario de estos episodios.
Momentos antes de ingresar, le presentaron al equipo médico de la Unidad de Cuidados Intensivos, que le confesó: “No sabemos qué te pasa”. Le ofrecieron un poco de agua y, en el camino a la UCI, se desmayó. “No recuerdo nada más hasta que me desperté del coma inducido 15 días después”, anota.
Lo que pasó, según explica Alberto con una claridad pedagógica, fue lo siguiente: su cuerpo, en esa batalla encarnizada contra la bacteria, había dejado de bombear sangre a sus extremidades para enviarla a los órganos vitales. Atravesaba un fallo multiorgánico generalizado, con shock séptico. La situación era crítica. “Me aplicaron el máximo de antibióticos. Decían que si me ponían más mi cuerpo no lo resistiría, y pensaron que ‘si hoy no sale, ya se acabó’. Mi intensivista me contaba que si expusieran mi caso clínico en un seminario, todo el mundo diría que estaba muerto”.
Alberto ganó la pelea contra la bacteria. Hoy bucea en estos recuerdos y sale indemne. No le tiembla la voz, lo cuenta a renglón seguido. Responde cada pregunta, calma toda curiosidad. Y con ese aplomo visita este mes La Casa+Grande. Viene a la actividad ‘Encuentros con’, el sábado 19 a las 18.00, una iniciativa que cada mes trae a personas con las que abordar temas que generan conciencia social: sanidad pública, machismos, homofobia, racismo…
LA SEGUNDA VIDA
Tras 15 días de coma inducido, comenzaron a retirarle la sedación. Alberto empezó a despertar y, poco a poco, a conocer las secuelas. Su primer recuerdo es el de una médica intensivista preguntándole si quería hablar con su familia para, después, conectarle por videollamada con Violeta. “Luego fui siendo más consciente de dónde estaba pero no veía ni oía bien, ni me movía absolutamente nada. Estaba intubado y no podía hablar. Me pasaban cosas y no las podía comunicar”, describe. “Fueron momentos muy difíciles de sobrellevar”. Aquellos días, según explica Alberto, dejaban pasar a su madre y a su padre por la mañana y a su pareja por la tarde, lo que le proporcionó una cobertura emocional necesaria. Y poco a poco fueron llegando las noticias a lo largo de esos 43 días que permaneció en la UCI antes de ser trasladado a planta, de donde salió transcurridos otros 42 días.
“Tras el alta, me ofrecieron ir a un centro de rehabilitación, pero no podía estar más tiempo sin mi tribu”
Una de las consecuencias de la sepsis sufrida fue la necrosis en las extremidades. “Tenía los pies momificados. En planta me hablaron de la posibilidad de la amputación y pensaron que igual me podían salvar un pie, pero llegó un momento en que me dijeron que no, que me iban a amputar ambos. Fue bastante duro e impactante. No había vuelta atrás”, anota. A finales de abril de 2021 le practicaron las operaciones de los pies y algunos dedos de las manos. Estas últimas habían evolucionado bien. En el caso de ambos pies, Alberto recuerda el posoperatorio como uno de esos momentos fatales: “Sentí el dolor más extremo que he tenido en mi vida”.
Arreglada la parte corporal, tocaba sumar el trabajo psicológico para asumir la nueva situación. “La recuperación no solo era física”, declara. En ese esfuerzo mental, contar con su familia y amistades, su “tribu”, como él les llama, jugó un papel clave. Incluso, con el alta hospitalaria, le ofrecieron el traslado a un centro de rehabilitación, pero el ripense afincado en Madrid prefirió regresar con su familia, y volvió a casa de sus padres, en Rivas. “Me informaron que en este centro sería más rápida la recuperación pero yo no podía estar más tiempo sin mi familia, amigos y amigas”. Contra todo pronóstico, al final, esos afectos cercanos aceleraron la recuperación y, el pasado noviembre, el joven, profesional del sector de la educación no formal, que trabajaba en proyectos de la Concejalía ripense de Educación, Infancia y Juventud, regresó a la UCI del 12 de Octubre pero esta vez para dar las gracias al equipo médico. Y lo hizo caminando.
VOLVER A CAMINAR
Hoy, Alberto trata de hacer una vida lo más parecida a la anterior, con todas las limitaciones de las prótesis con las que camina y que poco a poco va normalizando. “He pasado por un periodo de adaptación difícil porque los muñones tienen que hacerse a las prótesis y las prótesis a mí. Te pasan cosas que son muy difíciles de describir. Pero ahora estoy en fase estable, ando mejor pero aun así depende de muchos factores, como el frío, que encogen, o el calor, que las dilata. El periodo de recuperación y estabilidad son dos años desde la amputación, y han pasado unos nueve meses. Sé que falta tiempo, pero estoy en una fase buena y disfrutando”. En su cuenta de Instagram narra su proceso y celebra cada victoria, como la del día que pudo recoger a su hija andando del colegio. O la tarde en que se quedó solo por primera vez al cuidado de sus peques. “Ahora ya lo hago con normalidad pero al principio me dio mucho miedo”, confiesa.
“Me aplicaron el máximo de antibióticos. Dijeron, ‘si hoy no sale, se acabó’. Y lograron matar a la bacteria”
Olvidarse de las prótesis es el objetivo. Caminar y sentir que no las lleva. “Me han dicho que es tiempo y es verdad. Lo estoy notando”. Una de las reivindicaciones de Alberto respecto a sus nuevos pies tiene que ver con la escasa cobertura de la sanidad pública. “Son muy caras. La Seguridad Social te cubre un 30 por ciento de lo que cuestan. Puedes tener unas gratuitas pero son muy malas y al final el objetivo es andar como lo hacías, sin dolores. Para hacerlo bien tienes que gastar dinero y es mucho. Además no te duran para siempre, van por piezas, algunas, de un año y otras de siete. Las tienes que ir cambiando y es un gasto durante toda tu vida para poder andar”.
SIN DIAGNÓSTICO SOBE EL ORIGEN
Para Alberto ha pasado ya el momento de reflexionar y pensar una y otra vez por qué le sucedió esto. Pero durante un tiempo se lo preguntó, en balde, porque nadie tiene la respuesta. Hubo muchas hipótesis, según relata, pero no se sabe ni qué bacteria le atacó ni dónde pudo adquirirla. “Al principio fue muy difícil asumir eso porque no es lo mismo si tienes un accidente de tráfico, o una mala vida y te pasa algo que es tu responsabilidad. Yo hacía una vida normal, trabajaba, estudiaba, cuidaba a mis hijos… Lo último que hice fue una ruta con ellos por el monte”. Pero un día dejó de pensarlo. “Al final decides que te ha tocado y no hay otra que seguir adelante”.
Y si Alberto ha podido seguir adelante, tiene claro que es gracias a la sanidad pública. Su elección, en concreto, de acudir al 12 de Octubre, el centro más cercano a su actual domicilio, marcó la diferencia. “La máquina que me pusieron para el corazón no la tienen en todos los hospitales. Me dijeron que si hubiera estado en otro, me habrían tenido que trasladar y nadie habría firmado un traslado en mi situación”, explica. “Hay que luchar por la sanidad pública. La están destruyendo y, sin ella, muchas personas no estaríamos aquí. Los servicios públicos son muy necesarios y hay que llenarlos de recursos materiales y humanos. Yo estoy encantado con el trato recibido, de celadores a personal médico. Gracias a ellos hoy estoy aquí”, remata.
SÁBADO 19 FEBRERO / 18.00
La Casa+Grande. Calle de Suiza, s/n.
Edades preferentes: 13-35 años.