Texto: Nacho Abad Andújar
Se enteró de la noticia a 11.000 kilómetros de casa. En la habitación de un hotel en Ho Chi Minh, la ciudad más habitada de Vietnam. Recién aterrizada y junto a otros siete compañeros de la Facultad de Medicina. Rastreaban la publicación en España de las notas del examen MIR (Médico Interno Residente) por el único móvil del grupo que disponía de datos con conexión a internet.
Bajo el pegajoso bochorno del sudeste asiático, Belén de Nicolás Ruanes, ripense por los cuatro costados y 24 años de edad, supo que había obtenido la cuarta mejor calificación del país en la evaluación que da acceso a la especialidad médica en hospital. La cuarta entre 15.000 graduados. Casi nada. Hasta el delta del Mekong voló con sus compañeros de promoción en un viaje que cerraba un ciclo vital: adiós a los estudios, bienvenida a la incorporación laboral.
“Todos sacamos buenas notas. Y salimos a celebrarlo. Pero como teníamos jet lag [desfase horario] nos tomamos una cerveza y vuelta al hotel”, recuerda una semana después de su regreso, ya en Rivas.
Confinada en casa ahora por el estado de alarma con su familia (madre, padre y hermano), apura la letanía de los días de cuarentena con algo de ejercicio físico, lecturas de novela negra (Agatha Christie es su autora favorita: “Además, es mujer”, agrega) y desovillando la duda final: ¿dermatología o cirugía general?
¿Quedarse en la piel o abrirla para sanar las profundidades del cuerpo humano? La primera suponen cuatro años de formación en hospital; la segunda, cinco. “Cirugía me ha gustado desde siempre, especialmente la intestinal. Pero cuando estudiamos dermatología, también me atrapó. Es una especialidad donde no precisas tanto de pruebas diagnósticas, con la vista puedes obtener mucha información. He estado dudando entre ambas, pero, según pasa el tiempo, me inclino por dermatología”, se aventura. “Además, es una especialidad menos sacrificada y con más salidas laborales”, concluye esta antigua alumna del colegio Luyfe, oriunda del barrio de Covibar y hoy habitante de la zona residencial del parque Bellavista.
PREMIO EXTRAORDINARIO
Sí. La cuarta entre 15.000, ya se ha dicho. Pero no es su primer despunte entre la masa estudiantil. Fue premio extraordinario de la Comunidad de Madrid tanto en ESO como bachillerato, reconocimiento exclusivo que la Consejería de Educación otorga a los 25 mejores escolares. “Nunca me ha costado estudiar, no lo he vivido como un sacrificio. Lo he visto como una inversión de futuro. Soy muy perfeccionista. Y he tenido el ejemplo en casa: mi madre y mi padre siempre han estudiado mucho y son muy trabajadores”. Ella, estudiante de Administración y Empresas y con el título de Turismo, es empleada pública hoy en la Oficina Española de Patentes mientras prolonga su formación académica en la UNED. Él, ingeniero de Telecomunicaciones y prejubilado de Telefónica, se aplica en alemán y ciencias sociales.
Se viven días extraños. Coronavirus, crisis sanitaria y socioeconómica, reformulación de valores… Belén también cohabita con la incertidumbre. El COVID-19 ha trastocado la vida de medio mundo: “En teoría nos incorporábamos a los hospitales a finales de mayo. Pero ese plazo ha cambiado ante el estado de alarma”. Ante la emergencia sanitaria, el Gobierno recluta personal nuevo [tras celebrarse esta entrevista, Belén se incorporó a un hotel medicalizado en Parla].
La catástrofe no trastoca su visión de la profesión: “Sabía que servía para salvar vidas y curar a la gente, aunque la presión que está padeciendo el personal sanitario es tremenda. A los médicos residentes [ella lo será próximamente] les han cancelado las rotaciones y destinado a los servicios con más carga. Quienes ingresamos ahora no lo hacemos en centros de nuestra elección [ella, con su cuarta plaza, no tendría problema en escoger], sino donde más se nos necesita”.
VIETNAM, KENIA O EEUU
Viajera empedernida, entre sus aventuras trotamundos recuerda sus andadas por Indonesia (Java, Bali y Lombok), EEUU o Kenia. Hace tres veranos se echó el macuto a la espalda y voló hasta la selva lluviosa ecuatoriana de Camerún, para enfrascarse en un proyecto de cooperación de la ONG Zerca y Lejos, con el pueblo pigmeo Baka, que sobrevive a la destrucción de su mundo [etnia minoritaria en el país africano].
Esos viajes peregrinan ahora por su memoria. La de una joven que, tras completar bachillerato, estuvo a punto de matricularse en el grado doble de Matemáticas y Física, para decantarse finalmente por la bata y el estetoscopio. Tal vez, Rivas y el mundo perdieron a una física matemática. Pero han ganado una gran médica. “Eso espero”, dice ella.