La biografía de Inés Díaz, una vallecana de 55 años que vive en la urbanización Pablo Iglesias desde 1989, es un mapa de solidaridades y luchas sociales. Activista LGTBI. Integrante de la ONG Rivas Sahel y de la asamblea feminista 8-M. Madre de dos hijas en acogida con quien, junto a su mujer, componen una de las familias solidarias que cada cada verano reciben en casa a la infancia saharaui gracias al programa ‘Vacaciones en paz’. Sindicalista. Miembro de la Plataforma por la Sanidad Pública de Rivas. Son solo algunas de las plazas que pueblan una cartografía vital edificada sobre una base sembrada de ideales. Donde lo que importa es la gente. El barrio. La ayuda mutua. Lo común. Los cuidados.
Por su compromiso social y activismo LGTBI, el Ayuntamiento quiso que el homenaje con el que cada año reconoce la labor de una persona o entidad en la Semana del Orgullo recayera este 2024 en ella. En ella que siempre ha reivindicado su identidad de manera pública y orgullosa. En ella y en todas las Inés de Rivas. También las que habitan desde un lugar más discreto y personal. Una forma de visibilizar desde lo institucional a las mujeres lesbianas y su lucha cotidiana.
“Yo soy solo una portavoz de tantas voces y personas que no estaban en ese homenaje el pasado mes de junio. El homenaje no es a Inés, sino a todas esas voces. Yo soy un poco de ti y un poco de la otra. Las personas nos hacemos a las personas. La gente que me rodea es quien construye esa idea”, repasa una tarde de julio, tras visitar el monumento contra la LGTBIfobia que se levanta en el parque del Orgullo, frente al edificio Atrio, y donde se la retrata para este reportaje. El mismo lugar donde recibió la placa institucional en aquel reconocimiento municipal.
Inés trabaja como técnica de enfermería en el hospital Gregorio Marañón. Con 40 años se sacó también la carrera de trabajadora social, con una idea: “Luchar por las personas más desfavorecidas, por las que nadie pone el ojo. Tirarme a la calle y trabajar para la gente”. Con media vida por delante aún, Inés es ya una habitante veterana de esta ciudad.
Los pliegues de la memoria aún dibujan la Rivas que la recibió cuando se emancipó de su familia vallecana y se compró una casa en Pablo Iglesias con apenas 19 años. La misma vivienda que hoy habita: “Hemos ido construyendo el barrio a imagen y semejanza nuestra. Un barrio joven y luchador. No teníamos nada. Salíamos a cortar la carretera de Valencia para reclamar colegios. Todo lo fuimos peleando”.
“Hemos ido construyendo el barrio [Rivas] a imagen y semejanza nuestra. Un barrio joven y luchador. No teníamos nada. Salíamos a cortar la carretera de Valencia para reclamar colegios. Todo lo fuimos peleando”
Exceptuando el pueblo, cuna primigenia del municipio a seis kilómetros de Covibar, la Rivas de los 80 era un Macondo urbano donde todo estaba por construir, donde todo era reciente.
Si hay una seña de identidad que delata a la ciudadanía precursora de esa Rivas remota es la palabra ‘barrio’. Cuando alguien como Inés la emplea desvela su autoctonía local: ese sentimiento de orgullo de haber forjado una residencia inicial entre descampados, aceras recién levantadas, primeras tiendas y primeros jardines y arboledas en calles y plazuelas de Covibar y Pablo Iglesias, se haya o no nacido en la que luego se autoproclamaría aldea gala de España.
Inés, que fue de esas personas, llegó a saltar en parapente desde el cerro del Telégrafo, cuando había una escuela de vuelo y todo parecía eterno.
Esa urbe incipiente, recuerda, “aún no tenía nombre: se le llamaba el km 14 de la carretera de Valencia. Aún no era ni Rivas ni Covibar. También se le decía donde los comunistas [por las dos cooperativas de viviendas asequibles para clase trabajadora]”.
LAS PAELLAS FAMILIARES
Su primer contacto con los páramos y riberas ripenses se produjo en la infancia. En los años setenta. “A mi padre le gustaba salir al campo los domingos y hacer paellas. Y uno de esos sitios para la comida familiar era Rivas y su vega del río Jarama”, recapitula. Entonces todo era erial. Apenas 600 habitantes pioneros en las lejanas callejuelas del casco.
“Vallecas me enseñó a caminar viendo que había mucha pobreza. Salir a la calle, mirar a las personas y ver cuál es su necesidad”
Inés es hija de un ama de casa. Y también de las calles de la Vallecas del final de la dictadura, barrio obrero y de barro en los zapatos, donde la solidaridad vecinal se tocaba de puerta a puerta. La escapada familiar dominical hacia el sureste le acercó a Rivas. Y hoy se siente, ante todo, ripense. “Rivas es mi sitio, esta es mi gente”, afirma parafraseando un verso de Ska-P, uno de sus grupos musicales favoritos; vallecanos, también.
“Vallecas me enseñó a caminar viendo que había mucha pobreza. Salir a la calle, mirar a las personas y ver cuál es su necesidad. Pero hoy no tengo el corazón dividido. Hoy me cuesta mucho reconocer a aquella Vallecas donde fui feliz. Rivas es mi lugar, por la gente que está a mi lado”.
De su padre, un propietario de almacén para materiales de construcción donde ella empezó a curtirse laboralmente con apenas 14 años como ayudante, siempre recuerda una enseñanza grabada a sangre en su biografía. “Mi padre solía preguntarme de niña: ‘¿Qué tienes en las manos?’. Y yo le decía: ‘Nada’. ‘Pues llénalas de gente. Tienes unas manos para la gente’. Y he crecido buscando gente que me llenara las manos”.
Apasionada de los viajes en furgoneta, estuvo casada “dos años con un muchacho, lo que tardé en volar y darme cuenta de que mi historia sentimental es con las mujeres. A veces, haces cosas que no quieres y cambias de senda”. Hoy comparte maternidad con su mujer y compañera. Del movimiento LGTBI en Rivas, asegura que “está debilitado. Habría que impulsarlo. No hay un activismo claro, no se ven mujeres ni hombres jóvenes a pie del tajo. Yo, con 55 años, no tengo ya que salir a la calle a luchar, ya lo he hecho”.
“Mi padre solía preguntarme de niña: ‘¿Qué tienes en las manos?’. Y yo le decía: ‘Nada’. ‘Pues llénalas de gente. Tienes unas manos para la gente’. Y he crecido buscando gente que me llenara las manos”
De su anecdotario vital rescata un suceso mientras trabajaba en el hospital el día que se legalizó el matrimonio entre parejas del mismo sexo en 2005, cuando España se convirtió en el tercer país del mundo en aprobar ese derecho: “Estaba en una habitación del hospital con un paciente, un cargo importante de la conferencia episcopal. Mientras daban por la tele la noticia, me dijo: ‘Hay que ver dónde va este mundo’. Yo le respondí: ‘Este mundo va de la represión de la iglesia y del franquismo a la libertad sexual’. Yo sabía perfectamente quién era él, pero él no sabía quién era yo”.
REFERENTES
Entre sus referentes cita a Pedro Zerolo (“Lo he seguido muchísimo y me acuerdo mucho de él”), la activista Boti García, la actriz Anabel Alonso o la activista y diputada Carla Antonelli. Le preocupan los discursos de odio que proliferan, “reforzados con el auge de la extrema derecha”. “Son discursos de odio no solo hacia el colectivo LGTBI, sino de un odio generalizado. Si eres LGTBI, se te odia. Si has venido en patera, se te odia. Si eres pobre, se te odia. ¿Todo se odia? El mismo día del homenaje en Rivas, mientras celebrábamos el acto, pasó un coche con gente gritándonos ‘Maricones’. Solo con que insulten a una persona del colectivo me están insultando a mí”.
Entre sus referentes cita a Pedro Zerolo (“Lo he seguido muchísimo y me acuerdo mucho de él”), la activista Boti García, la actriz Anabel Alonso o la activista y diputada Carla Antonelli
Cuando se le pregunta por la infancia saharaui, que cada estío llega a su casa desde 2012, la sonrisa le sube hasta los ojos: “Aprendes a mirar la vida, que en esta Europa nos parece la leche, a través de la mirada de una niña o niño que no tiene casi nada, salvo una familia que les quiere. No tienen agua ni luz. Niñas y niños a quienes les da miedo salir a la terraza de nuestro piso porque no conocen las alturas. Usar una bañera les alucina. Y cuando ven a un señor pidiendo dinero en la calle ya te desarman: ‘Por qué no traer a casa a ese señor y darle comida’. Ellos sí son cuidadores de sus familias extensas, no dejan a sus mayores tirados”.
Y remacha con otra anécdota: “Cuando les señalas que tienen una mancha en la camiseta y hay que cambiarla por otra limpia, te dicen: ‘Sí, hay una mancha, pero solo aquí, el resto de la prenda está limpia. No hace falta cambiarla’. Solo les importa que haya comida para todos”.
De todos estos retales y otros muchos que no cabe enumerar en esta pieza informativa ha tejido su vida esta Inés “disfrutona y soñadora”. Una ripense que cuando se mira las manos nunca las encuentra vacías. Porque las tiene llenas de gente.