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SÁBADO 4 NOVIEMBRE / 19.30.
Proyección y posterior homenaje.
Edificio Atrio.
El 40 aniversario del primer orgullo LGTBI español, celebrado en Barcelona, coincidió con el fin de curso de Alejandro Marín en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Era el verano de 2017 y, a partir de este encuentro, el joven cineasta natural de Málaga se topó con una realidad que desconocía: la represión institucionalizada y legal hacia el colectivo durante el franquismo. Las leyes de vagos y maleantes y peligrosidad social, las terapias médicas, electroshoks, campos de concentración o cárcel. Comenzó a investigar y llegó a un episodio concreto que, al desgranarlo, confirmó cómo el poder de lo colectivo empezó a desequilibrar los cimientos patriarcales. Así se fraguó su primer largometraje, ‘Te estoy amando locamente’, en cartelera desde el pasado julio y que se presenta en Rivas el sábado 4 de noviembre en el marco del LesGaiCineMad.
Marín, junto a la coguionista y productora Carmen Garrido, narra el nacimiento del movimiento por los derechos LGTBI en Sevilla, en 1977. Y lo hacen hilvanando la historia desde la relación de un joven, Miguel (Omar Banana), con su madre, Reme (Ana Wagener), a quien la homosexualidad de su hijo la enfrenta a sus prejuicios. Los personajes que nutren la trama, interpretados por Alba Flores, La Dani, Lola Buzón o Alex de la Croix, encarnan ese incipiente activismo por las libertades sexuales desde distintas ópticas. Y flanquean toda la narración con ritmo y comedia. Mucha luminosidad para contar uno de los momentos más oscuros de nuestro pasado reciente.
De todas las historias de represión al colectivo, ¿por qué recuperan esta que sitúa la acción en esa frontera entre dictadura y democracia?
La historia nos llegó desde un inicio y nos cautivó. Supimos de ella a través de Mar Cambrollé, que fue la que trajo el movimiento a Sevilla, y que está representada en el personaje de Paca (Lola Buzón). Nos fascinó lo que dice, ese grito esperanzador de que gente de la juventud eurocristiana se metiera en el movimiento LGTBI sevillano. Quisimos traer este relato al presente para darnos cuenta de dónde estamos y lo importante que es recuperar estos referentes. La intención no era hablar desde las víctimas, que también lo eran, sino desde las heroínas y héroes de entonces y lo valientes que fueron.
¿Qué fue lo que más le llamó la atención en el proceso de documentación?
Lo transversal que era la lucha respecto a día de hoy. Lo importante que era la lucha en sí, y no desde dónde se hacía, sin pararse a matizar tanto como hacemos hoy, que está bien pero a veces nos perdemos por estar de acuerdo en pequeños matices que nos hacen individualizar mucho cuando es importante ir de la mano de la lucha de clases y de la lucha feminista.
En la película, tiene un papel protagónico la comunidad: desde los movimientos sociales que confluían en el palacio arzobispal, al cura obrero o el movimiento feminista, pero también ese patio andaluz, con ese vecindario. ¿Tenían claro que era algo a resaltar?
Sí, porque al final es evidente que la lucha colectiva llega más lejos que la individual y creímos importante poner eso en valor en los tiempos que corren en los que nos hemos dormido y vamos a lo nuestro. Al final, con la vida en comunidad organizándonos se pueden cambiar grandes cosas.
Cada vez hay menos espacios comunitarios, menos palacios arzobispales.
No sé donde nos viene, pero es verdad que ahora nos miramos mas el ombligo. Me daba envidia hablar con los activistas, como Mar Cambrollé o Antoni Ruiz, y ver cómo se organizaban y eran otros tiempos donde era mucho más difícil y sin embargo todo resultaba más efectivo.
La película recoge de una manera muy natural las alianzas del movimiento LGTBI con el feminismo, sin fisuras. ¿Deberíamos tomarlo como una llamada a la reflexión?
Sí, totalmente. Eso era lo que más importante nos parecía, darnos cuenta de que todas esas luchas tienen un lugar común contra el sistema capitalista y patriarcal que tenemos tan interiorizado. Al final estamos hablando de lo mismo y es importante moverse por las luchas de otras para llevar a cabo la tuya también.
La amnistía era una de las demandas del colectivo en un momento en que la ley de 1977 dejaba fuera a los presos sociales y en el que no encontraron el apoyo de la izquierda, algo que se refleja también la película.
Al final era una cosa que sucedía, que la transfobia estaba tan institucionalizada que llegaba incluso a las personas con ciertos ideales progresistas. Se sabía, y hay declaraciones de políticos de entonces muy desafortunadas en torno al tema. Nos parecía muy importante no olvidar esto y no blanquear en ningún momento nada sino ser sinceros con la realidad de entonces, algo que aún queda pues seguimos teniendo homofobia por la cultura y por cómo se nos ha educado.
De ahí esa frase recurrente en la película: Las cosas están cambiando. Pero no han cambiado todavía. ¿Sufristeis la vigencia de esa afirmación durante el rodaje?
Sí, en la escena de la recogida de firmas en la calle. Estábamos rodando un momento en el que pasa eso, que llega un hombre y les grita ‘¡maricones!’. Y justamente, entre toma y toma cruzó un hombre y empezó a gritarnos. Más de 40 años después, estamos rodando una película sobre esto y justamente sucede lo mismo.