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Esperanza Negueroles, divulgadora de la historia de las mujeres

La vecina de 73 años, economista y fundadora de la asociación ripense Por la senda violeta, mantiene una activa agenda diaria.

Esperanza Negueroles, divulgadora de la historia de las mujeres
Esperanza Negueroles en una imagen de archivo, en el parque de Asturias. KIKE AYALA / RIVAS ACTUAL

‘Rivas al Día’ habla con ella durante la cuarta jornada de cuarentena tras el decreto de estado de alarma para prevenir contagios por COVID-19. Esta situación ha alterado la rutina que la conducía al centro de mayores El Parque cada martes y jueves a impartir el taller Historia de las mujeres, a sus clases de tai chi o a sus visitas al museo de El Prado. Esta última actividad incluso la había suspendido días antes. “En cuanto empezaron a llegar noticias preocupantes dejé de ir”, comenta al otro lado del teléfono Esperanza Negueroles (Madrid, 1947), una veterana vecina muy activa en la vida de su ciudad. Incluso ahora, desde el confinamiento en el hogar: “Para que mis alumnas puedan seguir aprendiendo les envío por mail los apuntes”.

Esperanza vive esta extraordinaria situación en su casa junto a su hijo, su nuera y dos nietos de 6 y 12 años. Con el pequeño traza estrategias de entretenimiento. “Como él se inventa que es un superhéroe yo le digo que pruebe el poder de correr rápido, y le tengo un rato dando vueltas por el pasillo”, describe deslizando sonrisas, pero a continuación reconoce la dureza de este momento histórico. “No es fácil en una casa pequeña, con tantas personas”.
A sus 73 años, Esperanza acumula experiencias de reflexión colectiva que le evocan a estos tiempos del coronavirus. Recuerda, por ejemplo, la guerra del Golfo como un momento “preocupante”, o la crisis del ébola, más reciente. “Reflexionas sobre cómo hemos llegado a estas situaciones, lo precaria que es la sanidad en algunos países y las consecuencias de los recortes que hemos sufrido en Madrid, donde se desmanteló la sanidad pública y muchos, en lugar de salir a protestar, se hicieron seguros privados que no entran en epidemias”.

Sobre la sociedad que quedará después de la pandemia, la veterana ripense no es más optimista. “Creo que las posibles reflexiones se borrarán con el siguiente partido de fútbol que se pueda jugar o con la bandera que vuelva sacar alguien”, lamenta.

LABOR HUMANITARIA TRAS UN HURACÁN

Pese a lo insólito del estado de alarma que vive el país cuando se escribe este texto, a mediados de marzo, para Esperanza no es su primera vivencia excepcional en primera persona. Recién licenciada en Económicas por la Universidad Complutense de Madrid, a mediados de los 70, se marchó a vivir con su marido a República Dominicana, un lugar en vías de desarrollo y en estado de pobreza generalizada. En ese contexto, la isla caribeña fue azotada por un fuerte huracán, y a Esperanza le encomendaron la distribución de alimentos en una de las poblaciones. “Fue toda una experiencia, una aventura y algo muy provechoso para la vida. Te das cuenta cómo en estas situaciones algunos viven muy bien mientras otros sufren”.

En Dominicana, Esperanza residió de 1974 a 1982, la mayor parte del tiempo ya divorciada, según relata, y con empleos de responsabilidad. “Estuve en la oficina nacional de planificación; después, como asistente del consultorio económico del presidente de la republica; también en la Comisión Nacional de la Energía y di clases en la Universidad Autónoma de Santo Domingo”, enumera.

Para que sus hijos, nacidos en el país del Caribe, pudieran continuar estudios en España, Esperanza regresó con una oferta de trabajo que resultó ser una trampa. “Para acceder al empleo debía aceptar otra propuesta extra”, lamenta sobre una proposición abusiva por parte del empleador y, probablemente, un punto de inflexión en su lucha feminista. Con una beca concedida en Madrid para un máster de dirección y administración de empresas, remunerada con 12.500 pesetas (unos 75 euros), no le alcanzaba para cubrir gastos, y encontró una salida en el colegio de sus hijos cuidando el comedor y el patio.

“Después ya me salió trabajo en la Consejería de Salud y Bienestar Social, de donde me fui como subdirectora del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial; después estuve en el Instituto Madrileño de Desarrollo y en el Banco de Crédito Agrícola”. Tras ese periodo de buenos empleos, a esta economista le tocó padecer la crisis de principios de los años 90, que la envió al paro durante cuatro años. Con el tiempo regresó a su último trabajo en el banco, de donde la prejubilaron en 1999 con el 80% del salario. “Me coincidió después la conversión al euro, lo que supuso una pérdida de poder adquisitivo”, apunta.

Una vez liberada de sus obligaciones laborales, Esperanza, de naturaleza activa y comprometida, se volcó en el AMPA del instituto de sus hijos y emprendió un viaje hacia las teorías del feminismo. “Me di cuenta que me movía una rebelión contra una serie de temas que nos afectan a las mujeres, pero me faltaba una base teórica para poder responder y explicar qué es lo que nos pasa”, clarifica sobre un tiempo que la llevó a participar en el Consejo de la mujer de la Comunidad de Madrid, en el fórum de política feminista y a fundar la asociación Mujeres porque sí.

El feminismo comenzó a tintinear en la cabeza de Esperanza tras ver una película cubana, ‘Retrato de Teresa’ (1979), en República Dominicana. “La gente me identificaba con el personaje porque yo también trabajaba fuera de casa y me había divorciado”, recuerda. Pero antes de aquel momento, la ripense nacida en el madrileño barrio de Chamberí ya intuía que el mundo le ponía trabas por una única razón: ser mujer. “Mi padre me dejó ir a la universidad pero por la lógica de entonces, que allí encontraría un marido universitario”.

Criada en una familia de izquierdas, Esperanza ya vivió en su casa el compromiso por las causas e ideas justas. Su abuelo fue Juan Negueroles, el tendero que ostentó el puesto número 1 de la Cuesta de Moyano, en Atocha, donde se podían encontrar los libros prohibidos por el franquismo. Según ha podido saber su nieta, “ayudó a escapar a judíos de Europa, y fue amigo de Azorín, con quien participaba en tertulias”. De su faceta más familiar, sin embargo, la ripense recuerda las visitas de los domingos al puesto, los dulces que compraban en la pastelería del hotel Nacional (hoy, un local de comida rápida) y los paseos hasta la calle de Los Madrazo, donde vivían los abuelos. Con el tiempo, el tío de Esperanza heredó la caseta de libros, pero tras su muerte nadie más en la familia siguió la tradición. “Ya me pilló mayor, si no, lo hubiera cogido porque mi pasión son los libros. Después de la remodelación de la cuesta volví a pasar por allí, y ya no estaba el nombre de mi abuelo. Me eché a llorar”.

NUEVA ASOCIACIÓN FEMINISTA

Fruto de su labor en el feminismo, Esperanza ya prepara la presentación de la asociación ripense Por la senda violeta. Con ella busca “trabajar todos los días y debatir sobre todo tipo de temas para poner la perspectiva de género en todo”. Además de esta actividad, la pandemia la sorprendió preparando la charla ‘Brujas, sanadoras y médicas’, prevista durante las actividades suspendidas de la campaña municipal por el 8M.
Con un gran interés en la historia de las mujeres, Esperanza se ha convertido en divulgadora de grandes referentes femeninos a quienes da difusión en conferencias en los centros de mayores o en la exposición ‘El trabajo de las mujeres’, un repaso desde la Edad Media hasta la Transición. También, desde su recién estrenada columna en el digital ripense ‘Rivas Actual’.

Una intensa actividad que ha quedado en estado de espera y, como su propio nombre indica, de esperanza.

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