Texto: Nacho Abad Andújar
Quién no recuerda a su profe de Educación Física. En el santoral docente que cada cual atesora de su vida estudiantil, probablemente sea una de las figuras más evocadas. Especialmente si supieron trasmitir su amor por lo que enseñaban. Tal es el caso de Jaime Velasco, un maestro que deja sedimento y estela. A sus 60 años, y tras 34 cursos dedicados a la docencia, ha colgado el chándal en el vestuario del centro donde ha enseñado desde 2002: el instituto público Profesor Julio Pérez.
Tal ha sido su dedicación, y el aprecio de la comunidad educativa, que el pabellón deportivo donde tantas mañanas hizo ejercitarse a la juventud lleva ahora su nombre. Un homenaje con el que su instituto quiso mostrarle su gratitud el pasado 30 de octubre: “Fue toda una sorpresa. Me trajeron engañado. Yo creía que venía a hacer un último favor a un compañero con un tema administrativo. Y cuando llego, están mis compañeros, mi mujer, mis hijas, un cartel del ampa, el alcalde, el concejal de Educación y Lorena [técnica municipal de Infancia y Juventud]. Y la placa con mi nombre. Supone un reconocimiento a mi labor por encima de lo que podía esperar”.
Jaime recuerda la escena dos semanas después, una mañana de noviembre en una de las mesas metálicas del soportal del instituto. Queda media hora para que finalicen las clases. Y habla: “Me he dejado la vida en este instituto, pero me la he dejado con gusto. Lo he dado todo. Que se quede ahí mi nombre refleja una realidad de mi vida. Tuve la suerte de llegar a un centro donde siempre he estado rodeado de grandísimas personas”.
Para la foto, Jaime se ha vestido con una sudadera de la ‘marea verde’. Eso es algo que no se negocia: los valores y la defensa de la escuela pública: “Es la gran compensadora de las desigualdades sociales. En la escuela pública todos somos iguales. Ahora tenemos un problema: la masificación de los centros. La Comunidad de Madrid nos va a instalar módulos en el patio para incrementar aulas. Y lo que Rivas necesita son más centros, no ampliar los existentes. Este patio era para el alumnado y ahora se le quita espacio”.
BOTONES EN UN BANCO
La vida laboral de Jaime comienza en los años 70, cuando España transitaba de una dictadura a una democracia. Botones del Banco Central. “Entré con 15 años. Y fui subiendo de categoría. Lo dejé cuando aprobé la oposición de profesor, en 1986, a los 26 años”. La plaza de funcionario se la ganó con sudor: “Trabajaba de ocho a tres. Por la tarde, entrenaba con el Real Madrid, donde jugué desde los infantiles [a pesar de todo, siempre fue aficionado del Atleti y hoy es socio abonado; un tipo con principios]. Y de seis a diez de la noche iba a clase en el bachillerato nocturno. Eso para prepararme el acceso a la universidad”.
Ya como estudiante universitario de INEF, que entonces solo se podía cursar en Madrid y Barcelona, y con apenas 180 plazas por promoción, continuó la brega: “El año de la oposición, después del banco impartía clase en un colegio de monjas de cuatro a seis [el curso de adaptación pedagógica (CAP)]. Luego me venía a Arganda, donde también trabajaba como monitor de musculación en un gimnasio. Y en el trayecto en coche entre Madrid y Arganda, esto es muy romántico, escuchaba en el radiocasete los temas de la oposición que había grabado antes con mi voz. Aprobé el primer examen. Luego me pedí un mes de empleo sin sueldo en el banco para prepararme a fondo la encerrona [el examen oral definitivo]. Y la saqué”.
SAN BLAS
Su primer destino como profesor titulado fue el instituto Gómez Moreno de San Blas. En 1992 se vino a vivir a Rivas con su mujer. A un piso de Covibar donde aún habita la pareja. Entre 1997 y 2002, con excedencia de por medio, ejerció como preparador físico en el fútbol profesional, en equipos de Segunda División: Toledo, Hércules y Extremadura. “Al quinto año tenía un contrato extraordinario firmado con el Córdoba, pero se le acabó la excedencia a mi mujer, empleada de Iberia, y tuvimos que volver a Rivas”, recuerda.
Y empieza su etapa en el instituto que ahora le dice adiós, donde solicitó el traslado. Entonces el centro era una sección dependiente del instituto Europa. “El curso que aterrizo, 2002, deciden independizarlo y convertirlo en el instituto número cuatro de Rivas [hoy, con 55.000 habitantes más en la ciudad, el Gobierno autonómico solo ha construido un quinto instituto]. Y ofrecen a Julio Pérez, que ejercía como director en Mejorada del Campo, la dirección. Y Julio nos propone, a Juan Carlos Hervás y a mí, ser parte del equipo directivo. Juan Carlos, como jefe de Estudios; yo, de secretario”. Y como le dijo Rick Blaine al capitán Renault en ‘Casablanca’: ‘El comienzo de una bonita amistad’.
Fallecido Julio en 2009, Hervás recogió el testigo en la dirección y el centro cambió de nombre en recuerdo a su primer responsable. Y Jaime continuó como secretario hasta este verano de 2020. En el camino, el Premio al Compromiso Educativo recibido en 2013.
“Lo mejor de Jaime es el ánimo positivo que tiene. Hace que se mueva la gente en la buena dirección. Nada permanece estático a su alrededor. Se le echará de menos. Nadie es insustituible, pero es difícil encontrar a alguien que provoque lo mismo”, dibuja Hervás en la puerta del instituto después de cruzarse con el protagonista de este reportaje, que no pisaba el centro desde su despedida, hace dos semanas.
“Como compañero es excepcional, una persona a la que jamás he escuchado una mala palabra de otro compañero. Siempre tiene una sonrisa. Muy comprensivo. Su alumnado le adora. Nunca quieto, siempre de aquí para allá. Y como secretario del instituto, eficaz. Tiene mucha alma en el centro”, añade Lucía Currás, profesora de Inglés y jefa de Estudios adjunta.
Juan Ramón Lobato, jefe del departamento de Educación Física, dirige la última clase del día en la cancha de baloncesto. Se ven. Se abrazan. “Es mi hermano del instituto”, proclama Jaime. Y su colega replica: “Al final es una relación que se extiende más allá de lo profesional: compartes emociones y vivencias. Jaime, como profe, sobresaliente. Como persona, lo dobla. Alguna vez se lo he dicho: su legado para nosotros es un reto”.
“Hola, profeeee”, le parlotea un grupo de alumnas. “Jaime, qué alegría verte”, vitorean otros estudiantes. Y él reparte saludos. Por el alumnado, siempre una debilidad especial: “Lo mejor de ser profe es la relación tan cercana con los estudiantes. Soy un defensor de la juventud. Creo en ella, en su naturalidad y espontaneidad. En su solidaridad y capacidad para ayudar al de al lado. Lo que me ha guiado en mi comportamiento con las chicas y chicos es tratarles siempre como me hubiese gustado que tratasen a mis hijas. Cuando me dirigía a un estudiante, siempre he visto a mis hijas Natalia o Julia en ese alumno o alumna que tenía delante”.
Lo que Jaime tiene ahora delante es esa pradera placentera de la vida jubilar. A él, el techo de casa no se le caerá encima. “Qué va. Miedo, ninguno. Podré disfrutar más de mi mujer y mis hijas. Y de mi madre, de 86 años: pasear con ella y atenderla mejor. Y a seguir haciendo deporte, sobre todo bici de carretera”.
Pues eso, a pedalear la vida, que aún quedan muchas etapas por quemar. Y más a un profe que no para, que hace que la gente se mueva en “la buena dirección”.