Texto: Nacho Abad Andújar
Si preguntan por ella, los ripenses más veteranos la conocen. ¿La maestra decana de Rivas? María Luisa Llorente García. Llegó en 1968 de tierras sorianas para enseñar en la escuela de la finca agrícola El Porcal, cuando vivían más familias de la explotación del latifundio que empadronados en el casco urbano.
Eran otros tiempos, cuando en las tiendas el género se envolvía en papel estraza y las aulas albergaban lo mismo a un niño de seis años que a un adolescente de 14. Y sólo un autobús diario, el que hacía la ruta Madrid-Chinchón, comunicaba a Rivas con el mundo. Ha llovido desde entonces. Ahora, esta maestra enseña en el colegio público La Escuela, el primer centro educativo de la localidad, que abrió en 1983 y hoy acoge a casi 500 alumnos.
Lleva más de 38 años ejerciendo la docencia. Y no cambia su profesión «por nada del mundo». «Me da muchas satisfacciones. Aprendo continuamente de los chavales. Lo primero, su alegría». Lo dice carialegre, jovial, gesticulante. Sobre los pupitres del aula de informática. Un mediodía otoñal. Del patio se cuela un rumor achispado de voces. Es la chiquillería que juega al balón o corretea antes de pasar al comedor.
Este centro fue el primero en abrir sus puertas en la localidad. En el curso escolar 1983-84. Cuando el país vivía, por fin, el sueño retrasado de la democracia. Cuando, casi 50 años después, volvía a gobernar un presidente socialista. Y cuando los españoles se sobreponían al susto golpista del tricornio de Tejero. Y desde entonces hasta ahora. Primero, con los escolares cuyas familias comenzaban una nueva vida en Covibar y Pablo Iglesias. Ahora, impartiendo clases de compensatoria al alumnado inmigrante, para que se adapte rápidamente a la rutina educativa de su ciudad de acogida.
Hablar con Llorente es escuchar la memoria viva de Rivas. En la conversación se cuelan nombres ilustres: el alcalde independiente Antonio Martínez Vera (1971-1987) o el fraile obrero Martín Balmaseda, con quien trabajaba codo con codo junto a la trabajadora social para diseñar propuestas culturales que presentarle al primero. Se ha dicho: eran otros tiempos. Finales de los setenta, en los que el médico y la maestra se sentaban en la única mesa electoral habilitada en el municipio para supervisar el sufragio. Luego llegarían los ochenta: padres y madres implicados en la existencia cotidiana del centro escolar.
Ahora, el panorama retratado es otro: «La vida va más deprisa. Se pierden valores como la solidaridad o la importancia del esfuerzo, la autoridad del profesor y la familiar disminuye, triunfa el individualismo». Para esta soriana, la época dorada de la educación fue la de finales de los ochenta, «por el equilibrio de participación e implicación de la comunidad escolar».
Defensora tenaz de la escuela pública, Llorente es de las que no entiende cómo una administración pública puede regalar terreno a una empresa privada para montar un centro educativo concertado. La enseñanza, o es privada o es pública, sin pasos intermedios.
Es de las que tampoco entiende cómo la nueva ley educativa no ha sido más ambiciosa en su apuesta por una educación pública definitivamente laica. Y de las que apoya el sistema educativo ripense, donde el Ayuntamiento adelanta el dinero a la Comunidad de Madrid para que construya escuelas, colegios e institutos antes de que los vecinos ocupen los nuevos barrios de la ciudad.
«Esa política permite que aquí no haya barracones», dice. Sobre el modelo educativo actual, opina que se inflinge demasiadas tareas extraescolares a los chavales. «Los programas educativos son, a veces, excesivamente rígidos. No todo el aprendizaje pasa por el libro. Hay que salir a la calle. Sobrecargamos a los alumnos con deberes. Si fuera ministra de Educación quitaría la mitad de los deberes y la mitad de las actividades extraescolares. Los niños deben, ante todo, jugar, divertirse, socializarse».
De Rivas dice gustarle la «diversidad de la gente». A Llorente le quedan dos años para jubilarse. Será en 2008, cuando su colegio de toda la vida celebre su 25 aniversario, y ella cumpla los 40 años en la docencia. Cuando la profesora pasa a un aula para retratarse con los alumnos y alumnas, se arma cierto revuelo. Todos quieren salir en la foto.
«Poned todos nuestros nombres en el reportaje», sugieren Ana e Irene, desde su pupitre. La concisión, en periodismo, es una virtud, y en esta página no hay espacio para esa lista petitoria. Dejaremos dicho, eso sí, que los 19 alumnos del aula pertenecen a la clase de 6º de Primaria del colegio público La Escuela. Para que conste, para que ellos y ellas también lo lean.