Lo suyo es sobrevivir a las carreras a pie más duras del mundo. Bordear durante 166 kilómetros, por ejemplo, las faldas del Mont Blanc, el techo de Europa con 4.810 metros, durante 32 horas sin parar para dormir. O su competición preferida: desbocarse por la serranía de Ronda a lo largo de 101 km. Justo Beltrán (Badajoz, 1964), ripense desde 2002, resume su pasión: “Lo mío es pasármelo bien sufriendo”. Lo suyo es el ultrafondo.
Este informático, empleado del Ayuntamiento de Madrid, participó en abril en una de las trotadas de la larga distancia más exigentes del planeta: el 26ª Maratón de las Arenas (Marathon des Sables, en francés). Durante seis días 847 corredores atravesaron 250 kilómetros de desierto del Sáhara marroquí, con etapas pedregosas y arenosas que oscilaban entre los 20 y 82 kilómetros, y temperaturas que acariciaban los 50º. Un reto de supervivencia. Él finalizó 95º, el decimoquinto español, con un tiempo de 34 horas y 36 minutos, 13 horas más que el primero, el marroquí Rachid El Morabity.
En la carrera de las arenas, los participantes cargan con su equipo de superviviencia: utilizan y comen lo que quepa en su mochila, cuyo peso oscila obligatoriamente entre los 6 y 15 kilos, explica Justo. La organización solo aporta el agua -durante la etapa y al finalizar cada jornada- y jaimas para pasar la noche junto a otros siete competidores. “Te lavas con el agua que sobra después de beber y cocinar tus alimentos”, explica.
La carrera la creó un fotógrafo francés, Patrick Bauer, a quien en 1984 se le ocurrió unir a pie Tamanrasset e In Guezam, dos localidades del sudeste marroquí. Un aventurero peculiar que, antes de cada salida matutina, insufla ánimos a sus corredores haciendo resonar en la inmensidad del desierto ‘Highway to hell’ (‘Autopista al infierno’), de AC DC.
Su competición preferida: desbocarse por la serranía de Ronda a lo largo de 101 km. Ripense desde 2002, resume su pasión: “Lo mío es pasármelo bien sufriendo”. Lo suyo es el ultrafondo.
A pesar de la severidad, la organización presta apoyo tecnológico de primer nivel. “Nos obligan a consumir 2.000 kilocalorías por día”, una cantidad que justifican con los alimentos que alojan en sus alforjas. Es imprescindible, además, portar artilugios que pueden salvar la vida: “Una bengala por si te pierdes, pastillas de sal pura para evitar la deshidratación, una luz frontal, una brújula, un silbato y una bomba para aspirar el veneno es caso de picadura de alacrán o serpiente”, resume este aficionado a los retos que ponen al límite la resistencia humana desde hace 12 años.
“La obsesión por ahorrar unos gramos de peso me llevó a recortar la esterilla sobre la que dormía. Solo me llegaba hasta las rodillas”, recuerda. A pesar de la fatiga y la
extenuación, de las tormentas de arena, de las ganas de abandonar y de las ampollas que revientan los pies mientras se hunden desesperadamente en las dunas, al corredor le devora la belleza del paisaje. “Lo más hermoso son los atardeceres, las dunas cuando el viento sopla sacándoles el polvillo de sus crestas redondeadas y el cielo estrellado por las noches. Uno no imagina que existan tantas estrellas”, rememora.
¿Y qué se siente cuando se cruza la meta el último día? “Lloré sentado a la sombra de la rueda de un camión de la organización mientras bebía té”. Ya ven. Los superhombres también se emocionan.
Justo preparó la prueba durante varios meses galopando por los cantiles ripenses, el cerro del Telégrafo o los cortados de La Marañosa. Y una trotadita hasta Aranjuez, subidas a La Pedriza… Días de viento y lluvia, y cargando una mochila para adaptarse al peso que debía soportar en el Sáhara. Una vez al mes, al servicio de fisioterapia del polideportivo Parque del Sureste.
Su próximo destino: el Gran Trail de Peñalara (25 y 26 de junio), de 110 kilómetros y 15 horas de carrera. Y luego, Carros de Foc (parque nacional de Aigües Tortes). Por cierto, se admiten patrocinadores.

El corredor ripense Justo Beltrán. JESÚS PÉREZ


