Manuela Vos (Leeuwarden, Países Bajos, 1968) cayó 30 metros al vacío el 5 de julio de 2021 mientras escalaba las agujas de Tajahierro, en Picos de Europa. Ese despeñamiento le dejó tetrapléjica. Tres años después, el desplome dio título a la obra de teatro ‘Manuela, el vuelo infinito’ (2024), que dirige Emilio del Valle, con textos inspirados en el testimonio de Manuela, a quien grabó durante horas relatando su vida y experiencia. La montaña era su lugar. En las cimas encontraba el sosiego. Ahora se desplaza en silla de ruedas.
En su reconstrucción, esta neerlandesa nacionalizada española que no ha perdido su acento natal, además de pisar escenarios, se ha convertido en campeona del mundo de ciclismo paralímpico en 2024 y 2025. Su horizonte, los Juegos de Los Ángeles de 2028. El auditorio Pilar Bardem la recibe el viernes 7 de noviembre 20.00; entradas, aquí). Se presenta con una obra con mucha autobiografía que espanta al melodrama y contiene potentes dosis de humor. Lo que quieren transmitir: cómo tratar a las personas con necesidades diferentes a las mayoritarias.
El montaje se titula ‘Manuela, el vuelo infinito’, como si el vuelo no acabara nunca.
El vuelo es la caída de 30 metros mientras escalaba, hasta chocar con la pared. La obra habla de ese vuelo y las consecuencias cuando te quedas tetrapléjica. Habla de mi vida y mis dificultades, pero también de la gente con una historia parecida a quienes no se nos trata socialmente como gente válida. Y eso no solo sucede con gente tetrapléjica, le pasa a personas sin una pierna, muy gordas, muy flacas… Personas que nos parecen distintas por su aspecto físico. El mensaje de la obra es: ‘Trátanos de una forma normal y como personas válidas’.
¿Para qué le está sirviendo el teatro?
Está siendo una experiencia estupenda. El equipo es maravilloso. Se ha generado mucha complicidad. Es una alegría cada vez que nos vemos cuando tenemos una función. La respuesta del público está siendo muy buena. Se puede decir que gusta. Desde el principio dije que no quería un drama sobre el escenario. Y hay humor. Pero al público le toca la historia. Me lo dice al acabar la representación.
«El teatro está siendo una experiencia estupenda. Desde el principio dije que no quería un drama sobre el escenario. Y hay humor. Pero al público le toca la historia. Me lo dice al acabar la representación»
¿Pesa la mochila social de ‘ejemplo de superación’? Usted reniega del término ‘heroína’.
Lo que quiero es que me traten normal. Necesito mucha ayuda y la pido. En casa la tengo. Y también la necesito en la calle, donde tengo que preguntar si me ayudan a subir o bajar. Sé que es complicado, que hay desconocimiento sobre cómo relacionarse con una personas tetrapléjica, pero hay gente que ni me mira. El otro día fui a comer con mi hijo a un restaurante. Pregunté al camarero por los platos de la carta. Y el camarero se dirigió en todo momento a mi hijo. Era yo quien preguntaba. No sé si es miedo, pero habla conmigo, mírame.
Como sociedad, aún padecemos la incapacidad de no saber relacionarnos con quienes tienen necesidades diferentes a las mayoritarias.
Pero si estoy en un restaurante sentada, tampoco es una situación que me diferencia mucho. Es algo que pasa en muchos ámbitos. También en los hospitales. Fui, acompañada por una amiga, a realizar una prueba de la vista. Debía apretar un botón con la mano si veía una cosa. Y le dije a la enfermera que yo no puedo apretar un botón [tiene las manos paralizadas]. Y la enfermera miraba a mi amiga y le preguntaba: ¿pero no puede apretar ni un poquito? Eso en un hospital, un lugar acostumbrado a tratar con personas que no podemos hacer ciertas cosas.
¿Y qué accesibilidad se encuentra en los espacios culturales donde actúa?
Muchos teatros son accesibles para el espectador, no para el actor. Y no podemos actuar por esa razón. En otros, el camerino no es accesible más que por escaleras. Como no podemos utilizarlo, nos preparamos en el mismo escenario. Luego se apaga la luz y comienza la función.

El elenco de ‘Manuela, el vuelo infinito’. PABLO LORENTE
Exponer su vida ante el público, ¿resulta terapéutico?
En parte lo ha sido. Todo el guion se basa en mi testimonio grabado durante horas en vídeo. Cuando el guion ya estaba hecho, no pude decir ni dos frases con el primer monólogo. Lloraba yo y lloraban todos los actores. Y le dije a Emilio del Valle [director de la obra]: ‘Qué bien lo escribes’. Y él me decía: ‘Pero si lo has dicho tú [en la grabación]’. Y en el proceso me di cuenta de que Emilio escribe cosas que yo he dicho que me han ayudado.
¿Cuáles?
Una de esas frases es que la gente no aprende, no aprende sobre quienes vivimos en silla de ruedas. Como el tipo que me robó el móvil. Esa gente debería aprender de mi silla de ruedas. Y también deberíamos aprender a vivir intensamente cada segundo y no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy. Me lo aplico a mí misma. He llorado porque no puedo volver a la montaña, tan importante para mí. Pero lo realmente importante lo tengo delante: mis hijos, para empezar, y mis amistades, siempre al pie del cañón. Su apoyo ha sido y es fundamental. Lo realmente importante en tu vida es la gente que te rodea.
La montaña es libertad, aventura, convivencia con otras personas y una misma. ¿Cuánta nostalgia tiene de ella?
Es un dolor no poder volver. Era mi lugar, donde yo encontraba la paz real. Iba mucho sola. No era muy de grupos. Solo pensar en ello cuesta. Pero no puedo estar llorando eternamente por eso. Lo más importante lo tengo delante: mi gente.
«El otro día fui a comer con mi hijo a un restaurante. Pregunté al camarero por los platos de la carta. Y el camarero se dirigió en todo momento a mi hijo. Era yo quien preguntaba. No sé si es miedo, pero habla conmigo, mírame»
¿Y qué son los Picos de Europa hoy?
No recuerdo nada del accidente. Solo que subimos en el teleférico de Fuente Dé y del primer largo [tramo de escalada en roca] en las agujas de Tajahierro. Del resto, nada. Ni del rescate con arnés en helicóptero. No hay rencor hacia los Picos de Europa. La montaña no tiene la culpa. Ni yo. Fue mala suerte, una piedra suelta. Puede pasar.
¿El ciclismo es ahora su montaña, su momento de autonomía y libertad?
En cierto modo, sí, aunque depende de los sitios. En una prueba de la Copa de España en Lanzarote el año pasado experimenté esa sensación mogollón: el paisaje negro tan fascinante y una carretera desértica. Pero resulta muy complicado encontrar un lugar donde rodar sola.
Los precios de la bici y de la silla en las que se mueve son de un coste económico elevadísimo.
He tenido la suerte de que un amigo hizo un concierto benéfico, abrió una página de crowdfunding [financiación colectiva] y entró tanto dinero que pude comprar la bici y la silla de ruedas. Cualquier caso de dificultad de movilidad es complicado. Yo solo puedo mover los brazos y no tengo todo el músculo disponible. Un músculo importante inutilizado es mi tríceps. Por eso empujar es difícil [impulsa la bici con los brazos], en su lugar tengo que tirar muy fuerte con el brazo y eso lo complica. Y luego necesito dos personas para ponerme en la bici. Llevo guantes especiales porque no puedo agarrar el manillar con las manos, al no mover los dedos. No siento mi cuerpo de hombros para abajo. He tenido la gran suerte de tener muchos amigos que me ayudan y vienen conmigo a las competiciones nacionales. A las internacionales voy con el personal de la selección.
¿Sigue conviviendo con dolor físico?
Mucho dolor neuropático, las 24 horas. La gente piensa que lo peor es no moverse. Lo peor es el dolor neuropático y los espasmos. Tengo mucha medicación, hasta el máximo: lo hace aguantable. Si me olvido de la pastilla en algún momento, me quiero morir. Me alegro de que existan las pastillas porque si no el dolor sería insoportable.
Sueña que anda.
En todos mis sueños salgo en la silla y ando. Estoy en mi silla, se cae algo al suelo, me levanto y lo cojo. Y digo: ‘Pero si puedo andar’. O estoy en la cama, tengo ganas de ir al baño y me levanto. A otra gente en la misma situación le sucede igual. Ese es mi sueño de dormida. Mi sueño de despierta es que la gente me trate como a una persona válida, que me hable a mí y no a la gente de a mi alrededor. Porque yo no pienso con la silla, pienso con mi cabeza.

‘Manuela, el vuelo infinito’, una obra de la compañía Inconstantes Teatro. PABLO LORENTE


