Corría el año 1984 y un pueblo se convertía en ciudad. Hacía apenas dos otoños que los primeros habitantes de los nuevos barrios de Covibar y Pablo Iglesias estrenaban casa. Entre descampados y olivares. Y a seis kilómetros del Casco Antiguo: germen fundacional de Rivas Vaciamadrid, pueblito que hasta los años ochenta apenas contaba con 800 habitantes. Corría 1984 y en Rivas casi todo estaba por hacer. Y de las primeras cosas que se hicieron fue la Universidad Popular (UP). Que ahora cumple 40 años.
En estas cuatro décadas de enseñanzas y servicio público, la Universidad Popular y Rivas han crecido juntas. Y hoy son un espejo mutuo donde ambas se miran y reconocen.
Miles de ripenses han pasado por sus aulas en este tiempo. Al inicio, cuando Rivas era un Macondo madrileño donde casi nada tenía nombre, para alfabetizarse o sacarse el graduado escolar y el bachillerato. “Yo llegué a dar clases de alfabetización a extranjeros que no sabían leer ni escribir en su propio idioma, personas que aprendieron a escribir antes español que en su lengua materna”, recuerda Pilar Herrera, primero profesora y luego técnica de la Concejalía de Cultura responsable de la institución desde 1995 hasta su jubilación en 2019.
Hoy, la Universidad Popular alberga 25 disciplinas artísticas (cerámica, ilustración, pintura, esparto, danza oriental, flamenco o teatro, por citar algunas), del conocimiento (fotografía, inglés, digitalización o historia) o del bienestar (yoga, chi kung o stretching). Y tramita 1.700 matrículas de media cada curso, 300 de ellas en clases de teatro para los coles de la ciudad. Con el triple de profesoras (14) que profesores (7), el 80% de su alumnado son mujeres. Las mismas que ponen voz a este reportaje que repasa el pasado y presente de una factoría creativa donde se forjan aprendizajes y se socializa la vida. Puro tejido vecinal.
Porque eso es la Universidad Popular: ilustrarse en comunidad. “En esta universidad popular todos sabemos algo, pero entre todos sabemos más”, solía repetir una de las primeras profesoras, Sofía Díez. Con ese espíritu fundacional surgieron las primeras universidades populares a finales del siglo XIX en Francia, España y Alemania. Un espacio para democratizar el saber y facilitar a las clases populares el acceso a la cultura y la educación.

Adrián Golbano Lecina y Patricia Irazabal Ortiz, alumnado de corte y confección. MARIO FDEZ. TREJO
Hoy ya no se enseña a leer y escribir. Ni permite sacarse el graduado escolar. Necesidades que se cubren en el Centro de Educación y Recursos para Personas Adultas (CERPA). Hoy las universidades populares basculan hacia las artes y los saberes.
“Es un espacio donde potenciar tus habilidades artísticas”, resume Irene Blázquez, alumna de 25 años en el taller de ilustración. “Para mí es el comienzo. Donde se me metió el gusanillo por la encuadernación artística de libros”, apunta Isabel Palmero, exalumna del arte de personalizar libros y ganadora del segundo Premio Nacional de la disciplina en 2008. “Es poner el conocimiento al alcance de todos. Y en el caso de las clases de baile, la posibilidad de conectar contigo misma y generar grupo social”, detalla Victoria Ameijide, profesora de danza oriental desde hace 22 temporadas.
Miles de ripenses han pasado por sus aulas en este tiempo. Al inicio, cuando Rivas era un Macondo madrileño donde casi nada tenía nombre, para alfabetizarse o sacarse el graduado escolar y el bachillerato
“Participación. Ilusión por aprender”, sintetiza Pilar Herrera, su responsable durante 20 años. “Te permite desarrollar tu lado más creativo y aprender”, añade Adrián Golbano Lecina, que a sus 23 años enhebra hilo en corte y confección.
Es 2024. Han pasado 40 octubres desde las primeras aulas en módulos prefabricados. Rivas tiene ya 100.000 habitantes. Y empieza un nuevo curso en la Universidad Popular. Las aulas del centro cultural Federico García Lorca, donde se concentran la mayoría de los talleres (también se imparten en la ciudad educativa municipal Hipatia y en el auditorio Pilar Bardem), reciben al alumnado tras el parón veraniego.
UNA VIDA EN LA UP
Aurora Galán García se reencuentra con sus telas, tijeras y máquinas de coser. Aurora, que hoy pasea 65 años, es alumna de patchwork. Ripense desde 1987, se sacó la EGB [el equivalente a 2º de la ESO] en la Universidad Popular en un lejano 1993, mientras criaba a su hija e hijo. Y una década después, la ESO (2003). Golpe a golpe, verso a verso, hizo camino al andar, que diría Antonio Machado. Y tras pasar por talleres de inglés, Historia del Arte o manualidades, ahora hilvana telas en patchwork para confeccionar colchas, edredones, bolsos [como el que ha traído para la fotografía de portada] o tapetes: “Del pachtwork me gusta que de poquita tela puedes hacer muchas cosas combinando colores”.
Su historia resume lo que puede aportar la Universidad Popular a la vida de una persona. Natural del barrio madrileño de Ciudad de los Ángeles, a los 13 años tuvo que dejar los estudios para empezar a trabajar de cajera en un negocio familiar. “Siempre crecí con la espinita de retomar los estudios. A los dos años de venirnos mi marido y yo a Covibar, nace mi hija en 1989. Y en 1991, mi hijo. Cuando pasaba con mis peques junto a los primeros barracones de la UP en las proximidades del parque de Asturias y veía a las profesoras dando clases tras las ventanas, me decía: ‘Por qué no ahora, por qué no retomar los estudios’. Y me apunté y saqué la EGB en un año, con mucha alegría, después de dos décadas sin estudiar”.
Aurora, que hoy pasea 65 años, es alumna de patchwork. Ripense desde 1987, se sacó la EGB [el equivalente a 2º de la ESO] en la Universidad Popular en un lejano 1993, mientras criaba a su hija e hijo
Y eso le brindó el entusiasmo para continuar: “Al año siguiente me matriculé en BUP [fase educativa equivalente a 3º y 4º de la ESO y 1° de Bachillerato], pero mi hija empezó el colegio y no me daban plaza para que se quedara a comedor. Y mi hijo en la guardería. Me era muy difícil compatibilizar horarios”. Decidió hacerlo poco a poco. “Solo tres asignaturas por año. Pero luego las clases dejaron de ser presenciales y el bachillerato pasó a ser a distancia. Y ya me fue imposible estudiar sola desde casa, ocupándome de mis hijos, muy pequeños aún, y con mi marido siempre de viaje por trabajo”.

María José Díaz Díaz estuvo 36 años de profesora de corte y confección. Victoria Ameijide lleva 22 enseñando danza oriental. RAQUEL MUÑOZ
“Pero en 2001-2002 salió el curso de la ESO para adultos y me apunté de nuevo. Entonces era alumna del taller de encaje de bolillos. Y me saqué la ESO en un año y con sobresaliente. Compaginaba bolillos los viernes con la ESO de lunes a jueves. Con mis hijos un poco más autónomos. Tendría 42 o 43 años. Estudiar me ha gustado siempre. Y las profesoras eran maravillosas. Un año de locura, pero qué año”.
Una de esas profesoras fue Mónica Ruiz-Ayúcar, que enseñó inglés entre 1993 y 2013 y hoy es técnica de la Concejalía de Cultura y Fiestas. “Cuando conoces la enseñanza de personas adultas, reglada o no, su implicación, lo que les supone hacer algo para ellas mismas, sus retos personales, es imposible no involucrarse. Dando clases he encontrado grandes amigos y amigas que a día de hoy lo siguen siendo. De los talleres recuerdo ahora mismo a una alumna que llegó embarazada de su tercer hijo, quería mejorar su inglés para hacer magisterio, algo que consiguió”, rememora Mónica.
“En 2013”, prosigue Mónica, “empecé una nueva etapa, dejé la enseñanza y ahora soy técnica de Cultura y Fiestas, y aunque me encanta lo que hago, reconozco que echo de menos la docencia muchas veces. A día de hoy, sigo considerándome parte de la Universidad Popular aunque ya no forme parte de ella como docente”.
DE ALUMNA A PROFESORA
Porque de la UP es quien ha pasado por ella. Y si alguien se ha dejado media vida en esta institución, y una vida laboral completa, es la abulense María José Martín Martín. Llegó como vecina a una casa del pueblo de Rivas en 1980. Antes de que existieran los barrios de Covibar y Pablo Iglesias. Primero fue alumna. Y luego ejerció 36 años como profesora de corte y confección. Hasta que se jubiló en 2021.
Como alumna, fue de las que estrenaron el primer curso de 1984 para sacarse el graduado escolar. Recibiendo clases en el centro cívico del Casco Antiguo. Porque no es hasta 1995, cuando se construye el centro cultural Federico García Lorca, que las clases de la UP se centralizan en un edificio.
Si alguien se ha dejado media vida en esta institución, y una vida laboral completa, es María José Martín Martín. Llegó como vecina al pueblo en 1980. Primero fue alumna. Y luego ejerció 36 años como profesora de corte y confección
Al principio, los pupitres y sillas estaban diseminados donde se encontraba hueco: en instalaciones municipales o comunales (el centro cívico del Casco Antiguo o algún local de Covibar o Pablo Iglesias), los recién estrenados centros educativos que cedían sus aulas al atardecer (La Escuela, el primer colegio como tal de Rivas, que abrió en 1983, o El Olivar (1984), a los que se sumó el primer instituto, Las Lagunas, operativo desde 1989) o los recordados barracones (hubo unos iniciales donde hoy se levanta el centro cívico comercial de Covibar y luego otros en una explanada donde ahora se ubica el centro comercial Rivas Centro, en la plaza de la Constitución). Cualquier espacio valía para juntarse y aprender.
“La Universidad Popular es aprendizaje en todos los sentidos. Tanto para el profesorado como para el alumnado. Clases agradables donde se aprende, se hacen amistades y se convive”, repasa María José. ¿Y cómo pasó de alumna a profesora? “Cuando me saqué el graduado escolar surgió la idea de crear talleres diversos más allá de las clases de graduado escolar y alfabetización: manualidades, yoga, teatro o costura. Como yo tenía el título de modista, me ofrecí. Y empecé a dar clases en 1985, el 8 de marzo”. Ahí queda la efeméride: Día Internacional de las Mujeres.
Y así hasta 2021, en un taller cuya labor transcendía las paredes del aula para confeccionar los ropajes de los Reyes Magos para la cabalgata o el vestuario para grupos de teatro. Incluso crearon una exposición histórica de trajes de época que ha visitado otros municipios de la Comunidad de Madrid. María José, ya jubilada, no se ha desvinculado de su casa docente: actualmente es alumna de los talleres de Historia del Arte e Historia de Madrid. “He pasado de impartir clases a recibirlas. Y escuchar ahora y seguir aprendiendo es un placer”.
LA JUVENTUD
Dominar el trazado de patrones y el corte de prendas es la afición reciente de Adrián Golbano Lecina, de 23 años, graduado en Economía, exalumno del centro educativo Hipatia y que el curso pasado se estrenó en corte y confección. Aunque ya sin María José como profesora. “Mi madre hizo teatro en la UP, así que tenía referencias”. Su madre es Ana Lecina, actriz aficionada integrante del grupo A Rivas el Telón. Porque de la UP han surgido varias compañías teatrales no profesionales. Grupos de alumnado que tras una fase de aprendizaje deciden emprender el vuelo por cuenta propia para seguir pisando escenarios. Y son tantos los grupos que anidaron en la UP que varios figuran entre los impulsores en 2020 de la Plataforma de Teatro Amateur de Rivas (Platear).
“La Universidad Popular es aprendizaje en todos los sentidos. Tanto para el profesorado como para el alumnado. Clases agradables donde se aprende, se hacen amistades y se convive”
Pero volvamos a Adrián, uno de los pocos chicos, pero no el único, que se ha animado a navegar entre las entretelas de la costura. “Dudaba entre cerámica y corte y confección. Buscaba algo creativo, para hacer con las manos. Acostumbrado a ver a mi abuela y mi madre coser”, y espoleado por una amiga que estudia moda, se apuntó con ella a corte y confección. La amiga se llama Patricia Irazabal Ortiz, también de 23 años.
Ambos representan la juventud en clase, con compañeras cuyas edades oscilan entre los 40 y 70 años. ¿Qué tal el primer año, apabulla ser el más joven? “Uy, yo me lo he pasado muy bien con la señoras. El ambiente ha sido estupendo. Llegué de cero y he aprendido un montón. Los conocimientos adquiridos me resultan muy útiles para la vida: meter los bajos de un pantalón, arreglar una camiseta, coser un roto o hacer prendas con ropa vieja. Incluso compro diferente: si ves que algo te queda largo lo puedes adaptar”.

Aurora Galán García (alumna de patchwork), Irene Blázquez (ilustración) e Isabel Palmero (que pasó por encuadernación). RAQUEL MUÑOZ
Otra joven de la rama creativa es Irene Blázquez, de 25 años, graduada en Magisterio que oposita para maestra. Vecina desde hace seis primaveras, procede de Vicálvaro. Alumna de ilustración, se apuntó a la UP hace dos años. “Soy una vecina relativamente nueva. Y me apetecía conocer gente diferente. He dibujado desde pequeña, pero llevaba mucho tiempo sin practicar. Y mientras estudiaba la carrera me volvió a picar el gusanillo. Las clases de ilustración me ayudan también a airearme de la oposición. Son mis ratos de desconexión. Me lo paso muy bien. He conocido gente y me río mucho”.
¿Y cómo es un año de clase? “Vamos los lunes tres horas, de 18.00 a 21.00. El profe plantea las clases para que cada cual vaya a su ritmo. Al principio nos enseñó aspectos básicos: anatomía del cuerpo, cómo sombrear elementos, técnica de acuarela o acrílicos… Al inicio, todo va un poco más pautado, pero luego te suelta y se convierte en un elige tu propia aventura. Se plantean trabajos obligatorios y otros libres, donde te deja elegir y te va guiando”.
«Además de aprender e incentivar la creatividad, promueve un espacio de socialización. La UP alberga a un alumnado muy diverso, tanto en edad como en condición social»
En estas dos temporadas han realizado la exposición ‘Ilustradas’, un tributo a ilustradoras para el Día Internacional de las Mujeres, donde ella aportó un retrato de la diseñadora y autora de cómic Moderna de Pueblo. “Este curso tenemos proyectos pendientes. Ilustrar una canción. Y quizá se plantee otra exposición para ilustrar científicas. Tengo ganas de que empiece el curso. Lo necesito”.
UNA APUESTA PÚBLICA
¿Y por qué apostar desde lo público por una universidad popular? La concejala de Cultura y Fiestas, Ángela Vijández, ofrece algunas claves: “Además de proporcionar una educación cultural, la UP implica una labor social, ofrece bienestar personal y fomenta la participación ciudadana”.
Labor social: “Además de aprender e incentivar la creatividad, promueve un espacio de socialización. La UP alberga a un alumnado muy diverso, tanto en edad como en condición social. Y es un espacio inclusivo. Las personas con discapacidad tienen en muchas ocasiones espacios limitados de socialización, y la UP acoge a alumnado con diversos grados discapacidad, permitiéndole emprender una actividad en grupo. Mucha gente te dice que les da la vida”. Una persona ciega, por ejemplo, aprende en el taller de esparto. Para la profesora ha sido un reto adaptar la metodología de enseñanza a las características de su alumna. Y ahí están ambas, profesora y alumna, descubriendo nuevos quehaceres.
Del bienestar personal, que “no es pecata minuta”, aclara Vijández, destaca que “no hay presión como en la enseñanza reglada, donde tienes que cumplir unos objetivos y seguir un programa en un determinado tiempo. Las enseñanzas de la UP se adaptan muy bien a las necesidades de las personas que se inscriben, que pueden desarrollar su actividad en función de su nivel. La gente está muy contenta. Y viene motivada. Por eso se cubren todas las plazas”.

María de los Ángeles Sosa, Pilar Herrera y Elena Ortega Carrasco: la plantilla municipal, pilar fundamental de la Universidad Popular. RAQUEL MUÑOZ
Respecto a la participación y solidaridad: “Gracias a la UP, lo que aquí se aprende revierte en la ciudadanía”. En carnavales, el taller de restauración de muebles crea el pescado que luego arde en la hoguera en el entierro de la sardina. El taller de fotografía ha aportado su talento para confeccionar un calendario solidario para la Red de Recuperación de Alimentos de Rivas (RRAR). De los grupos de teatro y de grabado han surgido compañías y asociaciones. Los talleres de danza oriental han actuado en cárceles para promover la cultura entre la población reclusa. Son solo algunos ejemplos, pero hay más.
MOVER EL CUERPO
Precisamente la danza oriental marca la biografía de Victoria Ameijide, que lleva 22 enseñando el arte del bamboleo corporal. Llegó en 2002. Y hasta hoy. Formada en el estudio madrileño Las Pirámides con el maestro egipcio Shokry Mohamed, el primero que impartió clases de danza oriental en España, creó la compañía Sándalo en 2011 junto a sus alumnas de la UP, con la que han ganado el segundo premio del Festival Bellyquality, en la sala Galileo de Madrid. También han participado en la ópera ‘Dido y Eneas’, que se representó en 2010 en el auditorio Pilar Bardem, y para la que Ameijide creó la coreografía del baile oriental.
«He tenido alumnas en danza oriental derivadas de los servicios de psicología para que trabajaran la danza y ayudarlas en sus procesos. Es muy gratificante ver que también funciona a nivel terapéutico”
¿Cómo es el ambiente en una clase de danza? “Muy divertido. Hay mucha energía y alegría. Se disfruta un montón. Es un grupo muy potente de mujeres. Algunas llevan conmigo muchísimos años. Pero no se necesita ningún tipo de conocimiento previo. Es algo que puede hacer cualquier mujer. Los hombres se pueden apuntar y practicar. He tenido alumnos, pero no muchos”.
Y en esta vida, baile, ¿para qué? “Para conectar con tu esencia, sacar las emociones, sentir el disfrute del movimiento y dejarte llevar por la música. En Rivas la gente es muy activa. Les encanta bailar. Y hay muchas ganas de aprender e implicarse. Es un alumnado muy comprometido. Y, en el caso de la danza oriental, es otra manera de hacer amigas”.
Cada curso tutela a unas 80 mujeres, repartidas en cinco grupos. La más joven, de 15 años. La más veterana supera los 70. ¿Y lo más gratificante de enseñar? “Sentir cómo ellas disfrutan. Y todo lo que les aporta la danza. A algunas les cambia la vida. Ganan en autoestima y confianza experimentando que pueden. Mujeres con problemas de salud (digestivos o de movilidad) recuperan parte de su actividad gracias a la danza. He tenido casos de pacientes derivadas de los servicios de psicología para que trabajaran la danza y ayudarlas en sus procesos. Es muy gratificante ver que también funciona a nivel terapéutico”.

Clase de flamenco, con la profesora Pilar Carrasco. PACO MARISCAL
Quien también sigue el compás desde hace tres años en las clases de flamenco es Aída, vecina ripense desde que la trajeron del hospital donde nació. Y Aída nació en 1985, justo un año después de que naciera la UP. En su casa familiar de Covibar se escuchaba y cantaba flamenco. “Una mitad de mis genes son andaluces. Y me he llevado conmigo esa sangre sureña. He bailado flamenco desde pequeña. Pero lo dejé a los 17 años. Y tenía ganas de retomarlo. Hace tres temporadas había una plaza libre, sabía del talento de la profesora [Pilar Carrasco, en los escenarios La Niña Ladrillo] y me apunté. Es muy ameno y divertido. Con compañeras que parten del mismo nivel”.
Aída, de apellidos Castillejo Parrilla, es la alcaldesa de Rivas. La primera mujer nacida en la ciudad en ocupar ese cargo. Y en su vida como vecina, disfruta de una de las 1.700 plazas que la UP saca cada año.
Cuando habla de la Universidad Popular lo hace desde el doble prisma de usuaria y alcaldesa. Y desde ambos reivindica su carácter público. “Es fundamental hablar de Rivas como ciudad educadora y de cómo intentamos que todos los espacios de nuestra ciudad sean un espacio para la educación, y no solo la formal. La educación no es solo lo que sucede en los centros educativos, que también, sino todo lo que podemos hacer para que una ciudad se ponga al servicio de la educación. Y hacerlo de manera pública. Por eso la UP es municipal, para garantizar que sea accesible y asequible a toda la ciudad”.
Quien también sigue el compás desde hace tres años en las clases de flamenco es Aída, ripense desde que la trajeron del hospital donde nació. Y Aída nació en 1985, justo un año después de que naciera la UP. Aída es hoy alcaldesa de Rivas
“Lo más interesante de la UP es que es un espacio de aprendizaje y socialización. Todos los talleres cuentan con una profesora o profesor, pero se hacen en un entorno de socialización, fomentando el aprendizaje de la mano de otras personas”, explica. También destaca la capacidad de adaptación de los talleres. Con novedades que se incorporan según la demanda vecinal.
Las últimas, por ejemplo: ilustración, escritura creativa o esparto. Un buen laboratorio para detectar tendencias es la Escuela D+I (Disfruta e Investiga), desde el que la Concejalía de Cultura programa monográficos de un día o dos en fin de semana y que al personal técnico le sirve para testear nuevas posibilidades temáticas, en función de cómo responde la ciudadanía a esos talleres relámpago. Porque las inquietudes cambian y la UP se adapta. “Y eso se ve en las plazas ocupadas cada curso”, comenta Aída.
EL TALENTO FORMATIVO
Que en las aulas de la UP se incuba talento lo corrobora Isabel Palmero, vecina desde 1982, 66 años de edad y alumna de encuadernación entre 1999 y 2006, donde aprendió con la profesora Ana Valenciano. Palmero ganó el segundo Premio Nacional de Encuadernación Artística en 2008, personalizando el libro ‘Sidney West’, de Juan Gelman. “Llegué a encuadernación sin saber nada de este arte. Me apunté porque me gustaban los libros. Para mí la UP es el comienzo, el primer estímulo. Un espacio de ideas y comunicación entre la gente”, cuenta quien también se apuntó a clases de inglés e informática.
Tras dejar la UP en busca de otros vuelos, Palmero creció artísticamente junto a otra amiga y profesora de la UP, Guadalupe Roldán, que enseñó Historia del Arte. Hoy fallecida, Guadalupe encumbró el arte de envolver ejemplares a las cimas de la creatividad, ganando el premio nacional en 2013 y 2021. “Para mí, Guadalupe y el centro de formación que ella creó en Covibar, donde residía, son referentes fundamentales en mi vida, y no solo de mi vida creativa. Aún me cuesta hablar de ella. Con su desaparición, me he quedado huérfana, me faltan las ganas de seguir encuadernando”, confiesa con la voz entrecortada.
ARTISTAS QUE CREAN
Ese furor creativo que se siembra en la UP se traduce, en ocasiones, en la aparición de grupos artísticos. Al mencionado caso de las compañías teatrales, se suman, por ejemplo, las aulas abiertas de grabado y de apuntes del natural. Antiguo alumnado que hoy autogestiona su propio espacio en la UP, creando en un laboratorio artístico desde lo colectivo. “Se constituyen en asociación y desde la UP les cedemos un aula con herramientas a su disposición. No tienen profesorado. Son artistas creando en un mismo espacio, compartiendo ideas e inquietudes”, detalla María de los Ángeles Sosa, técnica de la Concejalía de Cultura encargada de la UP desde 2019.

Una clase de cerámica. PUBLIO DE LA VEGA
Esta empleada municipal empezó a trabajar como auxiliar administrativa de la Concejalía en 2002, ocupándose precisamente del papeleo. Tiempos en los que las inscripciones se realizaban de manera presencial, y no vía online como hoy. “Entonces se formaban unas colas los días de matriculación de cientos de personas. El trabajo administrativo era y sigue siendo fundamental. Somos la imagen visible de la UP. Y la gente te contaba su vida. Se requería mucha escucha activa, porque en ocasiones podías ser útil orientando. Recuerdo un recién jubilado impaciente por llenar su tiempo libre. Le pregunté: ‘¿Usted que ha hecho en la vida?’. Había sido panadero. Y sabía hacer bollitos en el horno. Le sugerí que probara con cerámica, para crear figuras de barro y hornearlas. Se apuntó y cada vez que iba clase pasaba por los despachos de administración para dar las gracias”.
Sosa también pone en valor al profesorado: “Hay docentes que llevan más de 20 años. Gente muy potente. Algunos, verdaderos artistas, además de grandes animadores culturales y dinamizadores de grupos. La UP está llena gracias a su labor”. La última encuesta de satisfacción entre el alumnado realizada por la Concejalía de Cultura revela que el 83,9% valora los conocimientos del profesorado con la máxima puntuación, así como un 74,2% pone la nota más alta a su capacidad de transmisión.
UN ANUNCIO EN EL PERIÓDICO
Si alguien conoce por dentro la UP es Pilar Herrera, su directora entre 2000 y 2019. Como muchos profesores, llegó a Rivas tras leer un anuncio en el periódico donde se convocaban plazas de profesorado para la UP. Era el año 1992. España organizaba sus primeros Juegos Olímpicos. Y Pilar, licenciada en Historia Moderna, tenía 37 años y ganas de enseñar. Presentó un proyecto docente que fue seleccionado para impartir alfabetización. Luego, español para inmigrantes. Sí, a inmigrantes que no sabían leer ni escribir en su propio idioma.
“La UP que yo me encuentro a principios de los noventa contaba con dos núcleos docentes diferenciados aún: la educación para personas adultas (alfabetización, graduado y bachillerato a distancia) y los talleres de artes plásticas y escénicas. De ahí derivó a la segunda rama, que se imparte hoy tras adscribirse la primera al CERPA”, repasa.
¿Y qué le viene a la cabeza cuando le dicen Universidad Popular? “Se me vienen los barracones de los inicios, la participación, la ilusión por aprender y el ambiente fiestero”. De sus primeros años como profesora, dice: “He aprendido tanto. Sobre todo, humildad. La ilusión de la gente por aprender. Y el respeto que nos teníamos profesorado y alumnado. Y el buen rollo que había. No sabes la satisfacción que da ver cómo una persona aprende a escribir. Me lo he pasado tan bien”, evoca esta mujer de 73 años.
¿Y qué le viene a la cabeza cuando le dicen Universidad Popular? “Se me vienen los barracones de los inicios, la participación, la ilusión por aprender y el ambiente fiestero”
Defensora de lo público, Pilar Herrera sostiene que la UP es un centro imprescindible en la vida de Rivas, un espacio donde la “ciudadanía activa puede cultivar su desarrollo personal y social. Como institución, destaca su compromiso municipal con el entramado social de la localidad. Y es cuna de parte del asociacionismo local. Muchas entidades culturales han nacido aquí: Prima Littera, Grabadores Ripenses, Tarugo Teatro, Twister Teatro, la compañía Sándalo, la asociación de historia Conocer Madrid”.
Todo esto es la Universidad Popular de Rivas. Un espacio accesible independientemente de la edad y condición socioeconómica de cada ripense, con precios trimestrales populares: entre 69 y 90 euros en función de las horas semanales de clase [entre 23 y 30 euros mensuales]. Una forma de expandir la cultura. Porque la cultura también es un servicio público.
Ya lo dijo la profesora Sofía Díez cuando corría el año 1984, Rivas venía al mundo como ciudad para dejar de ser un pueblo, casi todo estaba por hacer y de las primeras cosas que se hicieron fue la Universidad Popular: “En esta universidad todos sabemos algo, pero entre todos sabemos más”. A por otros 40 años. Y a seguir celebrando y aprendiendo. Las personas pasan. Las enseñanzas permanecen.

Centro cultural Federico García Lorca, sede de la Universidad Popular.