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Mónica Bardem: «Mi casa familiar es una fábrica de talento»

La actriz actúa en el auditorio que lleva el nombre de su madre: protagoniza, junto a Carmen Ibeas, ‘Aquellas migas de pan’ (sábado 4 marzo, 20.00).

Mónica Bardem:
Mónica Bardem, de verde, y Carmen Ibeas, protagonistas de 'Aquellas migas de pan'. GERALDINE LELEOUTRE

SÁBADO 4 MARZO / 20.00.
Auditorio Pilar Bardem. 11 euros (ver descuentos).
Entradas: web entradas.rivasciudad.es o taquilla (jueves y viernes, de 18.00 a 20.00, y días con función desde una hora antes).

Mónica Bardem (Madrid, 1964) vive con ilusión su primera función (sábado 4 de marzo) en el auditorio al que da nombre su madre Pilar. La mediana de los tres hermanos Bardem llega a Rivas con la obra de teatro ‘Aquellas migas de pan’, en la que interpreta a una escritora afectada por una demencia y que trata de escribir sus memorias. “Yo creo que es el papel de mi vida”, confiesa durante la entrevista en la que repasa también parte de su historia familiar.

Llega a Rivas para subirse a las tablas del auditorio Pilar Bardem. ¿Tenía ganas?

Es muy emocionante. Cuando el representante me dijo que había salido una función en el auditorio Pilar Bardem, se me pusieron los pelos de punta. Tenía muchísimas ganas de hacer esta función, porque es una maravilla, pero encima allí. Creo que me va a emocionar mucho.

¿Pesa mucho el apellido?

A mí sí me pesó. Empecé a hacer teatro con ocho años en el María Guerrero con mi hermano Javier, los chavales de ‘Platero y yo’. Me puse a estudiar interpretación a los 19 y no supe gestionar mucho el apellido. Me generaba tanta responsabilidad que me abrumó. Dejé la profesión un tiempo y ahora, con otra edad y las cosas más colocadas, no me genera un peso insoportable, al contrario. Lo llevo con orgullo y bastante alegría.

En todo caso, ha tenido en casa la mejor escuela.

Ser hija de mi madre es algo impresionante. También porque mi madre nos llevaba a todos los ensayos, a sus obras y a las películas que podía porque no nos podía dejar solos. La he visto tanto trabajar, entre cajas, en los platós. Era muy emocionante. Y luego ya si hablamos de Javier, para mí es el mejor actor del planeta, la casa se convierte en una fábrica de talento.

De hecho, debutó en el cine con su tío. Palabras mayores.

Me llamó mi tío para hacer la hermana de Picasso, toda una experiencia. Fue la primera vez que yo hacía cine, y con él. Recuerdo que durante un madrugón de aquellos horribles, con un frío tremendo, le vi acercarse por el espejo mientras me maquillaban. Me fui a levantar para saludarle y él me puso la mano en el hombro, me volvió a sentar y dijo: ‘Eso, cuando acabemos de trabajar’. Fue una lección que he mantenido fresca toda mi vida: los vínculos están muy bien, pero eso es para después de trabajar, no nos podemos distraer.

‘Aquellas migas de pan’: ¿con qué se va a encontrar el público de Rivas?

Creo que es el papel de mi vida. Es tan hermoso lo que van a ver en Rivas. Es un texto de una americana multipremiada, Jennifer Haley. Es la primera vez que la obra se estrena fuera de EEUU. El texto está lleno de belleza y sensibilidad. Está dirigida por Inma Cuevas, un ángel. Ella es muy inteligente y ha puesto en escena algo muy bonito. Es una relación de ayuda entre dos mujeres muy diferentes: una joven un poco perdida y con la cabeza loca y una mujer de unos 58 o 60 años, una escritora que quiere escribir sus memorias, a la que diagnostican una enfermedad neurológica. Antes de que la enfermedad la deteriore y no pueda recordar su infancia, la joven le ayuda a transitar este camino. Es una historia de colaboración que pone en un lugar muy bonito a la persona cuidadora. Me parece fundamental, porque la situación de las personas enfermas es terrible, pero los cuidadores se anulan, pierden su vida, están completamente entregados al otro en unas situaciones de agotamiento muy fuerte.

Esos cuidadores son casi siempre cuidadoras.

Efectivamente. Quizás sea por el sesgo de la maternidad, se convierten en madres de sus madres y de sus padres y vuelven a cuidar de ellos como han cuidado de sus hijos cuando eran pequeños. Es un papel sometido a la mujer.

El texto es de Jennifer Haley, que desde sus inicios siempre ha buscado huecos para las mujeres en el teatro.

He leído esta obra y otra de ella. Me fascinó el texto. Es exagerado, pero es como si metes en una coctelera a Tenesee Williams, Federico García Lorca y O’Neill. Lo agitas y sale un texto lleno de poesía y de un realismo increíble, muy hermoso y muy humano, con unos sentimientos tan profundos encima del escenario.

¿Cómo es trabajar con Carmen Ibeas?

A Carmen Ibeas la dejo que comparta vida con su marido, pero yo la secuestraría y me la traería a casa. Es una locura cómo canta, cómo actúa, es una compañera maravillosa. Es un regalazo compartir escenario con ella. Es muy sensible y muy hermosa, es un placer.

¿Qué importancia tiene la memoria en la función?

Toda. La vida de esta escritora, Alida, ha sido de infancia bastante dura, que le ha convertido en un ser un poco asocial. No se quiere enfrentar a sus recuerdos, pero a la vez necesita perdonar y colocar las cosas para poder despedirse sanamente. Es un viaje muy duro para ella, pero tan bien acompañada por Beth, el personaje de Carmen. Las dos actrices nos desdoblamos en dos personajes: yo soy la escritora y la escritora cuando era niña, y Beth es la cuidadora y la madre [de Alida de niña]. Hay cuatro papeles que pasan de uno a otro en un segundo. Al principio, cuando estábamos ensayando, no sabía si el público iba a entender, pero se entiende perfectamente porque está muy bien escrita y muy bien dirigida. En el momento del primer cambio, el público entiende el cambio y sabe que ese va a ser el código.

¿Tenemos un déficit de memoria en la sociedad actual?

Sí, me sorprende la sociedad actual. Por ejemplo, este viaje que hace Alida a su memoria es porque hay que entender qué pasó, porque hay que aprender a perdonar, porque también hay que pedir explicaciones. Ese acto de valentía, socialmente, no se está haciendo. O se está haciendo, pero no tiene respuesta ni seguimiento. Es como si dijéramos que no queremos problemas, que no queremos mirar atrás. Vamos como felices, pero hay muchas cosas que resolver y esos nudos están en el pasado. Es un acto de valentía, honestidad y descanso. Se podrá descansar cuando todo el mundo tenga colocado lo que pasó y cómo pasó y tenga a sus muertos bien colocaditos y descansando en paz. Es muy importante.

De alguna manera, usted recupera la memoria de su familia en un libro y lo hace a través de la cocina en ‘Pimientos rojos rellenos y otros cuentos de cocina’.

Cuando yo tenía doce años, mi madre me dejaba al cuidado de un pollo que metía en el horno para irse al teatro y me quedaba con mis hermanos, porque yo he ejercido un poco de madre. Pero yo pinchaba el pollo y era un pollo colador, porque unas veces se me quemaba, se secaba o se quedaba duro. Un desastre. Pero un día, a base de prueba y error, el pollo estaba espectacular. En ese momento se me fue entregado el delantal de cocinera. He cocinado y he hecho la compra desde los 13 años. El libro fue una proposición de Martínez Roca. Tenía tantas recetas unidas a tantas historias de mi infancia y de mi adolescencia, en las que aparecen mi abuela Flora o mis hermanos Javier y Carlos. Me lo pasé muy bien escribiendo y cocinando. Todas las recetas están testadas. El libro está ya descatalogado y es muy difícil encontrarlo.

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