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Jesús Torres: “Los hombres tenemos que revisarnos y cambiar el rol impuesto”

El actor y escritor recoge en ‘Puños de harina’ la historia del boxeador Rukeli, ejecutado por el nazismo, y la de Saúl, gitano, homosexual y púgil en la España de los 80 (sábado 17, 20.00).

Jesús Torres: “Los hombres tenemos que revisarnos y cambiar el rol impuesto”
Jesús Torres da vida al boxeador alemán Rukeli, asesinado en un campo de concentración nazi. MOISÉS F. ACOSTA

SÁBADO 17 DICIEMBRE / 20.00.
Auditorio Pilar Bardem. 11 euros (ver descuentos).
Compra: web entradas.rivasciudad.es o taquilla (jueves y viernes, de 18.00 a 20.00, y días con función desde una hora antes).

Al boxeador alemán Johann Trollmann Rukeli (1907) le retiraron el título ganado en 1933 en el campeonato nacional de semipesados porque “no era un hombre”. Un razonamiento edificado desde dos prejuicios: que ‘bailaba’ al boxear porque era gitano y que lloró al recoger su triunfo. Pero él siguió luchando y, en un combate en el que le prohibieron mover los pies, llegó al ring con el cuerpo cubierto de harina y el pelo teñido con yemas de huevo en un acto de protesta que le convirtió en símbolo de la resistencia gitana frente al nazismo. Tras aquel acontecimiento, fue enviado a un campo de concentración y obligado a boxear contra militares nazis, que le asesinaron. 60 años después, Alemania le devolvió su título de campeón.

Esta historia cayó en manos del actor y dramaturgo gaditano Jesús Torres y, tras unos años macerando la idea en su cabeza, se sentó a escribir sobre cuestiones que atravesaban su identidad. Y lo hizo tomando como escenario ese templo de la masculinidad estereotipada que es el boxeo, un mundo en el que, según explica Torres, los prejuicios le golpearon sin manos en la cara. Junto a la historia de Rukeli, construyó la de Saúl, boxeador, homosexual y gitano en la España de los 80. Sus relatos se cruzan para reflexionar sobre masculinidad, racismo, homofobia y violencia en ‘Puños de harina’, la obra con la que llega al auditorio el sábado 17 de diciembre y que, además, se enseña en colegios e institutos con un videojuego.

‘Puños de harina’ es un relato contado a dos voces, del pasado al presente. ¿Por qué esta idea de narrarlo con dos personajes?

En principio la historia era solo la de Rukeli, pero me quedó muy arqueológica. No quería que el público pensara que cómo eran estos nazis y que esto ya no pasa. Decidí crear una historia a caballo entre la época de Rukeli, los años 40 del pasado siglo, y la nuestra. Y saqué a Saúl, que es un personaje ficticio, que no existe aunque luego a través de muchas funciones he ido comprobando que hay muchos Saúles. Él está en los años 80 para que reflexionemos sobre esos 40 años entre una historia y otra y la nuestra. Cuánto habíamos evolucionado o no, cuánto había cambiado el concepto de ser hombre, de la masculinidad, etc. Y desde ahí que el público se lanzara a preguntas y pudiera reflexionar sobre la masculinidad tóxica y sobre lo que significa ser un hombre.

En este proceso creativo, ¿cómo analiza la masculinidad?

Ha sido muy interesante porque me he tenido que convertir en boxeador. Yo no boxeaba, y me metí en un mundo, entre comillas, muy masculino. Ahí fue la primera bofetada sin manos que me dieron los estereotipos en la cara. Porque cuando llegué al club de boxeo, la mitad eran chicas, algo que no esperaba. Y me di cuenta de cómo yo mismo, que soy sensible a estas reflexiones, estaba cayendo en los estereotipos y empecé a ver cuántas veces me he disfrazado de hombre siendo hombre. Para ser un poco más alto, poniendo la voz un poco más grave o saliendo del gimnasio con los guantes colgados para que se viera que boxeaba. De pronto, estaba intentando escribir una obra sobre aquello en lo que yo también caigo. Me pareció muy bonito reflexionar sobre cuáles son nuestras inquietudes en este sentido. Un actor vive diferentes vidas en una, y en lo personal eso ya me lo he quedado

¿Le ha ayudado incluso a deconstruir comportamientos?

Al menos a darme cuenta. Deconstruirlos es muy difícil, pero estoy en ello. Me he dado cuenta de cuánto trabajo me queda. Por eso trato de lanzar preguntas en el escenario, porque no tengo las respuestas. Planteo al público ‘mirad los errores de estos personajes y si queréis luego charlamos para mejorar’. Es la mejor reflexión de ‘Puños de Harina’, ver cuánto trabajo queda por hacer y cuánto hemos hecho. Tampoco hay que ser fatalistas, pues vivimos en una sociedad más libre, limpia y reflexiva. Sabemos los errores en los que caímos y queremos evitarlos. Ahí el feminismo está haciendo una labor muy importante y los hombres también tenemos que revisarnos y cambiar el rol que nos ha impuesto la sociedad y nosotros mismos. Queremos tener la valentía que habéis tenido vosotras y cambiarlo. Y a la vez creo que revisar nosotros qué tipo de hombre queremos ser es una forma de acompañaros a las mujeres en el feminismo.

¿Es difícil que los hombres se vean víctimas del machismo?

Claro. Es que no nos damos cuenta de que el machismo no solo ataca a las mujeres, también a nosotros. Somos víctimas de nosotros mismos y eso no le quita valor al feminismo, todo lo contrario. Pero ese es el verdadero sentido del feminismo, que busca la igualdad, no solo el empoderamiento único de la mujer. Y ahí nosotros tenemos mucho que hacer y mucho por conseguir.

Sobre Saúl, ¿desde qué mimbres lo construye, con qué referentes?

Trabajo desde la autoficción, cojo cosas que me han pasado, les paso el filtro de la narrativa y se las regalo a un personaje. A Saúl lo construyo desde mis vivencias, errores, inquietudes y dudas. Quise que tuviera muchos paralelismos con Rukeli. Los dos son gitanos. Rukeli es heterosexual y Saúl es homosexual, pero tienen mucho en común, unos elementos que se repiten en la obra, como la importancia de las mujeres como sabias que les dan consejos o cómo el mundo masculino es el que oprime al propio hombre.

Recogiendo una de las preguntas del libreto, ¿qué significa ser hombre?

Ojalá lo supiera. Ahora mismo solo responderé a esta pregunta con una frase de un personaje de Almodóvar, que dice una mujer es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado ser. Para mí eso es ser hombre: cuanto más te pareces al hombre que siempre soñaste ser. Cuanto más sensatos y honestos seamos con nosotros mismos más hombre somos.

Y sobre el vehículo desde el que narra esta historia, ¿qué es el teatro?

Es un altavoz muy importante. Siempre he hecho mucho teatro clásico y de pronto vi el poder que tenía al subirme a un escenario, pues la gente se callaba y me escuchaba. Eso tenía que aprovecharlo para hacer algo bien, no solo para contar la historia de Segismundo en ‘La vida es sueño’ o del Lazarillo de Tormes. Debía aprovecharlo para corregir errores o situaciones que había vivido. Me doy cuenta de que el teatro es una gran oportunidad para cambiar las cosas, no el mundo, pero sí mi alrededor.

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