SÁBADO 19 FEBRERO / 20.00.
Auditorio Pilar Bardem. 11 euros (ver descuentos).
Venta: web entradas.rivasciudad.es y taquilla auditorio (jueves y viernes, de 18.00 a 20.00, y días con función desde una hora antes).
Laila Ripoll (Madrid, 1964) es una de las dramaturgas más reconocidas en España y fundadora de Micomicón, una compañía que acaba de cumplir tres décadas de vida y que llega al auditorio Pilar Bardem el sábado 19 de febrero con el montaje ‘Rif (de piojos y gas mostaza’, donde se recrea la vida de los soldados enviados por España a la guerra del Rif [Marruecos], en plena crisis del protectorado. Aquellos soldados, analfabetos en su gran mayoría, resultaron ser “carne de cañón, gente a la que mandaban al matadero”, explica Ripoll en una entrevista donde habla de la memoria, los clásicos o la salud actual del teatro.
Llega a Rivas con un montaje sobre la guerra del Rif, de la que se acaba de cumplir un siglo. ¿Con qué ojos ha mirado aquel episodio histórico para escribir la obra?
Hemos investigado mucho. La guerra empezó con el desastre de Annual y siguió con el desembarco de Alhucemas hasta que se acabó con Abd el-Krim. Es un descubrimiento de lo que fue el protectorado. Es una mirada que intenta ser descolonizadora.
Estamos hablando de una guerra que marcó el devenir de España en las décadas siguientes. ¿Queda reflejado eso en la obra?
Sí, absolutamente. De aquello viene lo que sucedió luego, desde la huida de Alfonso XIII hasta el golpe de estado y, por supuesto, la dictadura de Franco.
¿Qué importancia tiene la memoria histórica en las obras de Micomicón?
Mucha. Nosotros empezamos haciendo clásicos, pero inmediatamente esos clásicos nos entroncaron con la historia de España, y la historia contemporánea de España es la que es. Es inevitable. Aunque no quieras, salpica la dictadura, salpican las fosas y salpican las guerras coloniales.
¿Nos cuesta demasiado recordar de dónde venimos? ¿Adolece España de un problema de memoria demasiado selectiva?
No creo que sea un problema de España, sino de a quién le interesa que se recuerden determinadas cosas. No es un problema de los españoles, los españoles recordamos lo que nos dejan recordar. Yo hice la EGB y jamás vi la guerra del Rif, tampoco en el instituto. He descubierto muchas cosas ahora, a base de investigar, y sigue siendo así. Ahora todo el mundo pone el grito en el cielo porque el bachillerato se va a centrar en aprender historia contemporánea. Nunca se ha estudiado la historia contemporánea, y es fundamental para entender de dónde venimos.
¿Cómo era la vida de aquellos soldados españoles en el Rif y cómo se refleja en el montaje?
Era horrible. Eran chavales que venían de todas partes de España, normalmente pobres. Sus padres no tenían dinero para pagar y redimirles de ir a África. Nunca habían salido de su pueblo, no sabían leer ni escribir, prácticamente no les daban instrucción, les entregaban un armamento defectuoso, les calzaban con unas alpargatas y les mandaban de carne de cañón a luchar contra las huestes rifeñas, gentes mucho mejor adiestradas y que, de verdad, luchaban por su tierra. Tenían un motivo por el que luchar y eran excelentes tiradores. Los soldados españoles pasaban hambre, piojos, una sed espantosa y muchísima necesidad. Caían como chinches, perdían brazos, piernas, ojos… Y eso está reflejado. Eran carne de cañón, gente mandada al matadero.
¿Cuánto tiene de actual el conflicto que se plantea en Rif?
Tiene todo de actual desde el momento en que la sociedad en que vivimos ahora surge de ahí. Todo lo que estamos hablando nos afecta directamente. Mucha gente, de pronto, te dice: “Yo tuve un abuelo, mi bisabuelo, un tío abuelo, que estuvo en el Rif”. Nos ha salpicado muchísimo como sociedad. Es fundamental para entender por qué estamos donde estamos, por qué tenemos la monarquía que tenemos y muchas otras cosas.
¿Qué tal es el teatro cómo herramienta para contar la historia de España?
Creo que es muy buena herramienta porque la historia es muy teatral. Una cosa bebe de la otra.
¿Se entiende todo a través de los clásicos, a quienes mencionaba antes?
Sí, porque los conflictos y los problemas siempre son los mismos. Las guerras siempre son las mismas, los poderosos siempre son los mismos y siempre estamos igual. Muchas veces los clásicos sirven como metáfora de lo que está pasando ahora, en el siglo XXI.
Treinta años de Micomicón. ¿Cómo definiría la trayectoria de la compañía?
Hemos tenido de todo. Es un milagro aguantar treinta años como compañía de teatro. Ha habido épocas buenas, regulares y otras en las que hemos estado a punto de tirar la toalla. Pero ahí vamos, es una vocación, es casi un vicio y no lo podemos soltar. No es una cosa que dé para vivir, pero sí para alimentarse de otra manera.
¿Qué le mueve a escribir, qué le empuja a sentarse ante el folio en blanco?
Normalmente son cosas que me conmueven o que me indignan, que me producen rechazo. Son cosas que me mueven algo por dentro y me hacen expresarme escribiendo.
¿Cómo es lo de escribir a cuatro manos, en este caso con Mariano Llorente?
Llevamos ya veinte años escribiendo a cuatro manos y es algo que ya sale de una manera natural.
¿Cuál es la salud del teatro en España en medio de esta pandemia?
Mal, está mal. Pero como el teatro lleva siendo un enfermo terminal desde hace dos mil años, pues ahí seguimos, en una enfermedad terminal muy larga. Es un momento muy malo, porque nosotros vivimos del público y de las representaciones. Cada vez que hay que anular una función es una tragedia. Y así estamos ahora mismo, sin saber si al día siguiente vamos a poder levantar el telón. La gente tiene miedo de acudir, lógicamente, aunque yo creo que es uno de los espacios más seguros ahora mismo.