Rosa Briones (Madrid, 1960) es la directora de ‘Arde ya la yedra’, obra galardonada con el premio Borne en 2017 y el premio Teatro en Confluencia 2019, y escrita por Javier Suárez Lema. De esta pieza, una de las peculiaridades que más le gusta a su directora es que comienza dando al público el gusto de revivir los abrazos entre amistades, “eso que hace tanto tiempo que no sentimos”. Rosa apunta que no se trata de una comedia, pero “tiene humor”; el tipo de gracia que aprecian quienes son capaces de reírse de sí mismos. Se representa en el auditorio Pilar Bardem el sábado 29 de mayo (20.00, entradas aquí). Y la interpretan Rosa Meras (Mujer), María José Palazón (Vita), Dani Jaén (Samsa y el jardinero) y Adrián Navas (Arto).
¿Cómo llegó usted al teatro?
Buscando un canal que me permitiera dar salida a mi expresión, materializar los sentimientos y romper con mi timidez. Yo descubrí que, jugando con mis emociones y expresándolas a través del teatro, me sentía bien. Empecé a formarme con Alfredo Mantovani como actriz, pero pronto me di cuenta de que lo que me gustaba era bucear en los textos, descubrir lo que estaba un poco más allá de las palabras y darles forma.
¿Es común encontrar mujeres directoras de cine, de teatro?
Creo que hay un impulso grande ahora, que las mujeres directoras han tomado su voz y cada vez tienen más presencia. De hecho, Territorio Violeta [compañía que produce la obra], tiene entre sus ideales el compromiso social, crear espectáculos paritarios y trabajar en red. Es una de estas compañías que apoya de forma consciente y considerable el trabajo de la mujer en todos los ámbitos de la creación escénica: técnica, escenografía, diseño de luces, sonido… No solamente en la dirección.
¿Por qué este título?
Se trata de un palíndromo [se lee igual de derecha a izquierda que de izquierda a derecha] y es una metáfora del contenido de la obra. Habla de que siempre volvemos al origen y de que cada fin es un comienzo. Desde esa perspectiva la obra tiene un pequeño punto de optimismo de que, pese a las circunstancias adversas que puede haber, siempre hay una nueva oportunidad para empezar.
También habla sobre el arte.
Hace un análisis crítico sobre cómo el mundo del arte está marcado por personas que eligen lo que consideran que debe ser la expresión del arte contemporáneo. En este aspecto, tiene como protagonista las obras de Jeff Koons, el artista que hace perritos de globoflexia en acero, y habla de cómo la sociedad se ve reflejada en la obra, en esos perros pulidos, perfectos, que simplemente esperan que pensemos que nuestra sociedad es perfecta, que no tiene fisuras. Para hablar sobre el arte también cuenta con el personaje de Mujer, interpretado por Rosa Meras. Representa la incapacidad de permitirse ser libre por el sometimiento de la gran riqueza, por pertenecer a un estatus determinado. Simboliza cómo el ser humano se esclaviza a cambio de ostentar el poder. Y es que, a pesar de su vida de millonaria, siempre hay algo que la oprime o angustia, algo que no puede arreglar con dinero, porque se trata de su propio trayecto vital, que no se compra, sino que es necesario transitarlo como persona, algo que a todas nos toca, aunque seamos los seres más ricos o más pobres del mundo.
¿Quiénes son los otros personajes?
Vita, una joven estudiante de arte, que vive fuera del lugar donde nació porque sus padres emigraron y comparte con su amigo Sansa una realidad que no es del todo cierta. Es una artista que reivindica que el arte debe golpear las conciencias. Sansa es un joven arquitecto, que no ejerce y no tiene un gran don a la hora de socializar; busca y encuentra palíndromos. Arto también tiene una carrera universitaria, pero trabaja en una gasolinera. Él ha sabido adaptar sus circunstancias a su felicidad; es capaz de disfrutar en el presente que tiene.
¿Cuál era el norte, el punto de referencia, para la dirección?
Quizás el espacio escénico, la escenografía que creamos, el escenógrafo es José Luis Raymond, y que gira en torno a una escultura. La obra transcurre en una casa domotizada en la tundra siberiana, en un parque, en la casa del abuelo de Vita, en un museo, en un jardín… Y queríamos encontrar algo que ofreciera todos esos espacios y que, además, reflejara el contenido más sutil de la obra, que nos pone en contacto con el vacío de la supervivencia, de la opulencia, de la no verdad… La escultura que diseñamos y el espacio en el que se encuentra es un quinto personaje.
¿Los retos de la dirección de esta obra?
El mayor reto ha sido encontrar un espacio para que todos los lenguajes -la propuesta de interpretación actoral, el escenográfico, el audiovisual y de atmósfera sonora, el de luz- pudieran tener su lugar; que todos dialogaran y que cada una de las partes creadoras encontráramos espacio para convivir. Yo considero que es una obra muy coral, no solo a nivel interpretativo, sino también a nivel creativo.