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Israel Elejalde: «El mundo está lleno de malvados como Ricardo III»

El actor Israel Elejalde protagoniza en el auditorio una adaptación tuneada de la obra de Shakespeare.

Israel Elejalde:
Una escena de la obra 'Ricardo III'. VANESSA RABADE

SÁBADO 28 NOVIEMBRE / 20.00. Auditorio Pilar Bardem. 11 euros. Entradas: web entradas.rivasciudad.es y taquilla del auditorio (jueves y viernes, de 18.00 a 20.00, y días con función desde una hora antes). Ver descuentos.

Entrevista: Lucía Olivera

Israel Elejalde Ramírez (Madrid, 1973) es el actor protagonista de ‘Ricardo III’ y comparte la dirección artística de El Pavón Teatro Kamikaze con su socio Miguel del Arco, autor, junto a Antonio Rojano, de esta versión tuneada de la tragedia shakesperiana. A los 18 años ya había leído “del tirón” las obras completas del autor de ‘El sueño de una noche de verano’ o ‘Hamlet’, quedado encandilado por el discurso de Marco Antonio en ‘Julio César’, el primer texto que memorizó hipnotizado por la retórica del Bardo de Avon. Este año su interpretación de Ricardo III le ha convertido en finalista de la demicuarta edición de los Premios Valle-Inclán de Teatro.

¿Quién es Ricardo III?

Un personaje ególatra, narcisista, con ninguna empatía hacia el mundo ni hacia ningún otro ser humano, que prefiere incluso su propia destrucción al fracaso. En casos como este, uno trabaja con muchas referencias, por eso en este Ricardo III hay cosas de personajes de ficción, como el Joker, e imágenes, gestualidad o ideas de personajes vivos como Donald Trump y Bolsonaro. También hay cosas de Hitler o hasta de Charlotte.

¿Qué es lo más difícil de entender de Ricardo?

No hay nada difícil de entender en él. Es un personaje que solo busca el poder y cree que para conseguirlo vale absolutamente todo. Para nuestra desgracia, eso es lo que le hace más actual: el mundo está lleno de Ricardos. Otra cosa es si resulta fácil asumir que existen. Eso es lo más doloroso en Ricardo: asumir que el mundo está lleno de malvados.

¿Hay algo positivo en él?

Es una exaltación del mal, una advertencia que nos hace Shakespeare, que nos muestra la encarnación de la maldad absoluta y nos pregunta: ¿cómo de lejos o de cerca estás de este tipo? Ahora bien, cuando estoy en el escenario, me divierto interpretándolo, pero eso no significa que yo le ame, porque es inamable.

¿Por qué nos gusta observar a los villanos?

Creo que tiene que ver con su amoralidad, con su determinación para decir ‘yo quiero conseguir esto y da igual quien caiga o lo que cueste’. Hay una liberación que tiene que ver con la conciencia: quedar ausente de consecuencias y conseguir lo que se quiere nos seduce. La conciencia es necesaria y debería tener más peso para vivir en comunidad, pero a veces atormenta, y estos personajes tienen esa liberación: parece que nada les atormenta.

¿A qué se debe el enorme éxito de esta obra, interpretada tantas veces desde la época en que la escribió Shakespeare?

Es una de las grandes tragedias con un personaje fascinante. Es actual en cualquier época porque Ricardos han existido continuamente a lo largo de la historia para desgracia de toda la humanidad. Shakespeare se pregunta por qué este tipo de personajes pueden acabar convenciendo a toda una masa de que ellos son la mejor opción para ser gobernados y si ese rebaño es responsable de eso. Las masas tienen un altavoz, y lo que sale de ellas son las palabras de un idiota. Eso provoca que gente como esta consiga el mando. ¿Por qué llegó Hitler al poder?

Se supone que a lo que aspiramos los seres humanos y lo que impulsa nuestras acciones es la búsqueda de la felicidad. ¿Da el poder la felicidad?

Ricardo también habla de eso. Yo creo que el poder no solo no da la felicidad, sino que quienes lo buscan como objetivo único son profundamente infelices, pero habría que preguntarles a ellos.

¿Sobre qué tiene poder el teatro? ¿Cuál es su responsabilidad?

Tenemos una responsabilidad con quien ha decidido sentarse en una butaca y pagar dinero para ser orientado hacia un lugar diferente de aquel en el que estaban antes de levantarse el telón. Y consiste en hacer reflexionar sobre lo que nos ocurre, sobre quiénes somos; en colocar un espejo donde la gente se pueda observar y hacer preguntas, generar dudas y que, a través de estas, cada persona del público intente construir una realidad más acorde a sus deseos.

¿Teme el poder a la cultura?

No tendría por qué intrínsecamente, pero sí hay un tipo de poder que la teme. Es aquel que busca el adoctrinamiento, controlar a los sujetos, construirlos como una manada fácil de dirigir. Jean Fabre hablando del poder político dice: “La política puede convivir con el arte, pero si se casan, sus hijos serán fascismo y propaganda”. La relación entre la política y el arte tiene que ser necesariamente tensa, porque se ocupan de cosas absolutamente diferentes. Otra cosa es el tipo de poder que intenta callar a esa cultura.

En una sociedad aislada por la pandemia y rodeada de pantallas que nos alimentan con lo que queremos oír, ¿qué supondría perder el teatro?

Creo que debemos hacer obras de teatro y contenidos culturales que sean complejos, llevar al público a pensar desde el otro lado. El teatro contribuye a construir razonamientos, pensamientos y visiones de la vida mucho más complejos que las que tenemos. Parece que la concepción política que tenemos como país sigue la estructura de un partido de fútbol en el que, en lugar de ciudadanos, hay hoolingans furiosos que animan a un equipo y no están dispuestos a oír nada que tenga que ver con el otro.

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