Entrevista: Lucía Olivera
La niña que fue Isabel Vázquez (Sevilla, 1964) ocupaba su tiempo con una larga sucesión de actividades físicas con las que daba forma a toda su energía. En esa época ya se ponía un tutú que le habían regalado y bailaba al ritmo de las películas de comedia musical, pero nunca había pensado en la danza como algo más que aquellos momentos de felicidad en el salón de su casa. Sin embargo, uno de los días en que saltaba de una sala a otra del espacio en el que hacía gimnasia rítmica, realizó una parada que no estaba prevista en su itinerario. Asomando la cabeza por una puerta entreabierta, se convirtió en el público secreto de las alumnas de la nueva clase de ballet. En ese momento, pensó: “¡Anda, si lo que yo quiero es esto!”.
Hoy en día, la bailarina está considerada referente de la danza contemporánea de nuestro país, es coreógrafa y directora. En el auditorio Pilar Bardem presenta ‘La maldición de los hombres Malboro’ (sábado 7 noviembre, 20.00; AVISO: espectáculo suspendido por causas ajenas a la Concejalía de Cultura).
¿Cómo surgió ‘La maldición de los hombres Malboro’?
En un taller de clase, un año que había muchos alumnos. Tenía que montar una coreografía y pensé en que crear una solo con hombres. Trabajando con ellos, con sus inquietudes, salió el tema de la masculinidad tóxica. Creé una coreografía pequeña para la clase, pero me quedé con las ganas de profundizar en el tema porque me parecía muy interesante, así que planteé un proyecto y después pude llevarlo a cabo con bailarines profesionales.
¿De qué trata el espectáculo?
Es una pregunta, desde la visión femenina, sobre las razones del comportamiento nocivo de algunos hombres que, para mí, tiene mucho que ver con la educación diferenciada hacia los hombres y las mujeres, y las expectativas que ponemos en ellos, la sociedad en que vivimos… Se trata de hablar sobre esa carga que llevan los hombres desde que nacen, de la que algunos se desprenden afortunadamente y otros no.
¿Qué es la masculinidad tóxica?
Para mí es abrazarse a esos comportamientos nocivos en que algunos hombres se escudan porque consideran que ‘es su naturaleza’. Es dar por hecho que un hombre es agresivo o autoritario y que su criterio debe imponerse, que no puede relacionarse afectivamente con sus amigos, por el mero hecho de su sexo masculino. Es todo lo que conlleva mantenerse envuelto en ese caparazón de dureza, que se entiende todavía hoy en muchos círculos como ‘ser un hombre’ o lo que yo llamo ‘ser un hombre Malboro’.
¿De dónde viene la idea de ‘hombre Malboro’?
Cuando era pequeña, los cigarrillos con boquilla estaban asociados a las mujeres. Los hombres consumían tabaco sin boquilla, lo que era considerado mucho más masculino. Cuando Marlboro quiso extender los cigarros con boquilla entre los consumidores, hizo anuncios en los que los protagonistas eran cowboys rudos y duros, que estaban siempre solos, en el campo, con los caballos. Y decidieron asociar el producto considerado femenino a ese prototipo de ‘hombre ideal y viril’ de la época.
¿En qué medida el arte y la cultura contribuyen a conformar un patrón establecido de lo que se espera de las personas en función de su sexo?
Las artes escénicas o el teatro tienen mucha fuerza, pero aunque no todo el mundo va a verlo, casi todas y todos tenemos y vemos televisión. Por eso, creo que la publicidad tiene un enorme poder. De hecho, la que había en los años 70 no tiene nada que ver con la de hoy en día. Los anuncios de productos eran tremendamente sexistas; para el hombre se publicitaba coñac, coches, tabaco… Para las mujeres, electrodomésticos y productos de limpieza o de belleza. Afortunadamente, esto está cambiando. Hoy en día incluso comienza a haber anuncios que pueden también llegar a despreciar al hombre u objetivarlo. Yo creo que hay que buscar un equilibrio, que, para mí, va más allá de fomentar la dinámica actual pero a la inversa.
Para el espectáculo ha seleccionado como actores y bailarines a antiguos alumnos. ¿Por qué: es difícil encontrar bailarines?
La situación actual de la danza en España es difícil: no hay prácticamente compañías que puedan mantener un elenco y se trabaja por producciones. Como en este caso la idea surgió entre las aulas, me apetecía mucho trabajar con chicos que habían sido mis alumnos; bailarines excepcionales que habían salido del país para trabajar porque aquí no tienen esa posibilidad. Sin embargo, es cierto que cuando vas a una clase, encuentras que todavía el 90% del alumnado son mujeres. Hace 15 años que doy clase y me sigo encontrando lo mismo: padres que se creen que porque su hijo tome clases de danza es gay. Por supuesto, la danza no hace gay a nadie. Bailar es algo innato en el ser humano, el arte más antiguo junto con la música. Los primitivos bailaban para que lloviese, para celebrar, para agradecer a la naturaleza. No es de hombres o mujeres, es de la humanidad. En el espectáculo, por ejemplo, trabajamos mucho con música folclórica de otros países en los que es muy común que el hombre baile mucho: en las fiestas, en las bodas… En España el hombre baila muy poco en eventos sociales.
¿Cuáles considera que son las emociones prohibidas para los hombres?
En la primera posición de las ‘emociones prohibidas’ está el llanto, al que he querido dedicar mucha atención porque me parece muy contradictorio que algo innato como llorar esté prohibido y se interprete como una muestra de debilidad, de vulnerabilidad. Es lo primero que se hace al nacer y es absolutamente fisiológico. Además, hay llantos en los hombres que están bien o mal vistos. Por ejemplo, llorar cuando pierde o gana su equipo de fútbol está permitido, pero no cuando ven una película de amor. Además, en la obra nos preguntamos adónde van esas lágrimas reprimidas, ¿en qué se convierten?
* Obra incluida en el programa cultural Platea (INAEM y FEMP).
