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Fyahbwoy: «Este capitalismo que nos venden es una estafa»

El compositor y cantante, precursor en España del dancehall jamaicano, encabeza el cartel del festival Grimey por Palestina (martes 14, 19.00).

Fyahbwoy:

Entrevista: Nacho Abad Andújar / Fotografía: Alex Rutz

Elán Swan Fernández (Madrid, 1979), Fyahbwoy en los escenarios, es la voz del dancehall jamaicano en España. No se precopuen si no conocen ese género musical. El autor de canciones tan pegadizas como ‘Kambelleh’, ‘Tanto por ti’ o ‘Fuego’ lo explica en la primera pregunta. Su música festiva, inspirada en el calor de la negritud caribeña, alegrará la noche ripense durante el festival Grimey por Palestina, uno de los cuatro conciertos que componen el cartel sonoro de las fiestas de mayo 2019 (martes 14, 19.00, auditorio Miguel Ríos, entrada gratuita).

¿Cómo define el dancehall su gran representante en España?

Como la música de baile jamaicana, la música de discoteca. Lo que la gente conoce musicalmente como Bob Marley o reggae se llama roots o new roots, según si es más antiguo o moderno. El dancehall es como nuestro house o tecno en Europa, la música digital jamaicana que se pincha por las noches en las salas de baile y discotecas, el tecno de los caribeños.

Además de una isla, ¿qué es Jamaica para Fyahbwoy?

Para mí, Jamaica es como ir a Disneylandia, el lugar donde disfruto de toda una cultura que me apasiona y representa. El único sitio del mundo donde puedes vivir esto las 24 horas del día.

Reggae, dancehall, afrobeat… ¿De dónde le viene ese gusto por la música jamaicana y africana?

Desde pequeño he sido muy melómano. De joven tocaba la batería. Empecé descubriendo el rock, punk y heavy que sonaba en la España de los años 80 y 90. Pero hubo algo del sonido jamaicano que, sin saber yo que era sonido jamaicano, me enganchó: una canción en un anuncio de televisión, un disco que me pasaron… No sabía que el dancehall era dancehall, pero ese sonido raggamufin me tenía apasionado. Eso fue lo que me tiró para Jamaica, hasta que descubrí la cultura dancehall cuando internet llegó a España. Tuvimos acceso a tanta música y tantos grupos… Antes estábamos bloqueados: el reggae no forma parte de las multinacionales ni se vende en tiendas, solo a pequeña escala. Y cuando el afrobeat estalló en el siglo XXI, también me enganchó. Es una música muy cercana a Jamaica, que comparte muchos golpes, melodías y esencias. Los jamaicanos son descendientes de los esclavos africanos y tienen un nexo musical con África.

Las músicas urbanas (reaggae o rap) nacieron de la rebeldía. ¿Puede el capitalismo musical matar su esencia?

Lo está intentando. No a través del hip hop, el rap, el raggae o dancehall undergroung de toda la vida. Pero sí con el trap o dancehall, que se han convertido en un sonido más de la música urbana. Escuchas un disco de Enrique Iglesias o de Beyoncé y tienen un tema con cambios de dancehall, una canción que suena más a hip hop y otra con toque ‘tropical’. Han convertido esos sonidos en productos. Dentro del trap, muchos artistas ahora solo veneran el dinero y las grandes marcas.

¿Y cómo está España en músicas urbanas?

De salud anda muy bien. Sobre todo desde que las multinacionales se dieron cuenta de que las músicas urbanas estaban pasando por encima al pop, rock y todo lo conocido. Han conseguido que sea el nuevo pop [de popular] en España. Ya ves grupos que funcionan de esa manera: lideran listas, llenan palacios de deportes… Y eso tiene su parte positiva. Que la música urbana se convierta en mayoritaria trae muchos problemas por un lado, pero abre muchas puertas también.

Y muchos inicios fueron desde la autoproducción, al margen de la industria.

Con internet, se ha podido crecer al margen de la industria. Si estás haciendo algo bueno que gusta, puedes llegar a la gente con tus propias herramientas. Es lo bonito: que puedes publicar tu música, subir tus vídeos a YouTube o hacer tus trabajos desde la autoproducción. Internet nos ha dado una herramienta maravillosa para sobrevivir.

Porque las radiofórmulas nunca les quisieron.

La verdad, que no. Las radiofórmulas, salvando dos o tres programas con criterio propio que escuchan, indagan, investigan y te dan una oportunidad, viven condenadas a lo que dicen las listas y mueve el dinero.

Con casi 40 años, ¿la calle es menos calle?

La calle es menos calle porque la uso para ir de un lugar a otro. Antes uno se pasaba la tarde divagando sobre la vida con unos colegas en un parque o local. Ahora llevo diez años sin parar de trabajar, subido en coches o aviones, metido en estudios. No tienes tanto tiempo para gastarlo en la calle. Pero la calle ha sido la universidad que nos ha llevado a vivir de esto. Sin ella, no estaríamos aquí.

‘Kambelleh’, un pueblo de África, título de una de sus canciones más escuchadas. ¿Qué simbolizan los Kambelleh?

Kambelleh y Cumaná [también se la cita en la canción] son una metáfora. Cumaná es una ciudad venezolana. Venezuela no es el mejor paraíso del mundo para ir ahora mismo de vacaciones. Pero fuera de la política y la situación actual, es un paraíso: su gente, sus paisajes y su humildad son mágicas. Kambelleh es un pequeño pueblo nada maravilloso entre Gambia y Senegal. Si investigas, das con una mina de diamantes, de lo peor que puedes encontrarte en África por la explotación humana que conlleva. Pero esa canción es una forma de decir que yo, en cualquier pueblo de mierda perdido de África o Latinoamérica, sería más feliz que en esta Europa capitalista. Donde menos hay, más ser humano y humildad puedes encontrar. Ese tema denuncia que este capitalismo que nos venden es una farsa. En los países más oprimidos, la gente puede llegar a ser más persona; puedes palpar la humanidad.

Dice Paco Ibáñez: una canción es una novela resumida. ¿Qué es una canción para Fyahbwoy?

Muchas canciones son así, novelas resumidas. Historias y sensaciones que plasmas para dejar un sentimiento que puede alcanzar a mucha gente y con el que se puede sentir identificada. A veces, las canciones son desahogos. A veces, herramientas para sembrar semillas en las cabezas de las personas.

¿Qué le alienta a seguir componiendo y cantando?

El hecho de hacer música. Un panadero deja de vender pan y tiene que cerrar la panadería. Yo puedo seguir afilando barras de pan en mi casa toda la vida, las compren o no, porque es algo que me hace feliz. Me hace feliz encontrar un ritmo que automáticamente me provoca crear una melodía. Me genera un montón de sensaciones y necesito seguirlo. Necesito grabarlo independientemente de si lo van a escuchar mañana o no. Si mañana la música cambia tanto que el reggae y el dancehall no interesan a nadie, yo seguiré componiendo por necesidad.

Aunque cada vez se escuchan más voces de mujeres, la música urbana sigue dominada por hombres. ¿Por qué?

No sabría decirte por qué. Parece que últimamente se da la vuelta a la tortilla. En las listas está Lola Índigo, Mala Rodríguez, que sigue siendo un referente en este país después de varios años… No creo tanto que sea una cuestión de oportunidades, porque quien quiere puede. Pero esto está cambiando a gran velocidad, a las mujeres se les está dando el empujón que merecen. Y esto es arte. Cuando escucho una canción, me da igual si la canta un hombre o una mujer. He crecido con una mentalidad que no concibe separar hombres y mujeres. Mi cabeza concibe la humanidad, que se premie el talento, el trabajo y la gente que se esfuerza y hace las cosas bien. Estamos en el siglo XXI, el siglo de la mujer. Todo lo que podamos hacer para ayudarnos, mejor.

Usted canta en español, no le dio por hacerlo en inglés, a pesar de vincularse sonoramente al reggae.

Siempre fue mi objetivo. Escuchaba dancehall y reggae jamaicano de forma obsesiva y mi idea es que sonara como suena allí, pero en castellano. Siempre busqué la manera de hacerlo en mi idioma, pero con su sonoridad, buscando palabras, sílabas, terminaciones o formas que se asemejasen. Creo que el público quiere entender las letras y cantar estribillos en español.

Cuando tenía 15 años falleció su madre. ¿Cómo le marcó artísticamente?

Todos los grandes traumas, y especialmente en las personas que viven del arte, son una parte importante a la hora de crear y desarrollar. Del daño, la pena, el dolor y el sufrimiento -y no hablo por mí- surgen las mejores obras. Cuando vives un ambiente de felicidad perfecto igual puedes hace canciones muy bonitas, pero no es lo normal.

 ¿Por qué esa cadencia de un disco cada tres años?

No es algo programado, pero creo que es el ciclo natural de la música. Trabajas en un disco, una vez que lo publicas empiezas con la promoción y la gira. La gira te lleva más o menos año y medio o dos años, aprovechando el último tirón de los festivales el segundo año. Y en ese final vuelves al estudio a grabar. Y los siguientes meses aprietas para terminar un disco y luego empezar nueva gira. Te sale solo, pero es una forma de obligarte a que esta empresa siga funcionando y te dé de comer.

Cuando empezó a interesarse por la música lo hizo tocando temas con la batería de Extremoduro, La Polla Records o Iron Maiden. ¿Robe Iniesta o Evaristo siguen siendo referentes artísticos?

Ya no. Eso fue mi infancia y principio de juventud. A partir de los 16 o 17 años empecé a tener un enganche por el reggae, dancehall y cultura jamaicana que abandoné todo lo demás. Como digo en la canción ‘Tanto por ti’: «Lo dejé todo cuando te conocí». Y así fue: mi cabeza se olvidó automáticamente del resto de las músicas del mundo. He seguido escuchando mucha música de todo tipo, porque me gusta, pero ya no las tengo como referencia. Cuando me llegan cosas, las disfruto. Pero, cuando tengo que buscar, indago en el mismo sitio: Jamaica o todos los artistas que forman parte de esa cultura, sean o no jamaicanos.

13 años en la música ya, ¿qué se gana y qué se pierde?

He ganado dinero y he perdido mucha salud. He ganado mucha sabiduría: los viajes, las experiencias, lo malo y lo bueno me han servido para aprender continuamente. Y he ganado mucha gente: amistades en todas las partes del mundo que me han demostrado cosas maravillosas.

Vivió dos años en Rivas. ¿Qué recuerdo tiene?

Rivas siempre me ha parecido un sitio encantador. Antes de irme a vivir allí, ya tenía muchos amigos y había trabajado. Era un sitio muy cercano desde hacía años.

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