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Javier Ruibal: «Las canciones son seres vivos»

El compositor gaditano, Premio Nacional de las Músicas Actuales en 2017, canta en el auditorio el viernes 30 de noviembre (20.00).

Javier Ruibal:

«Cada canción es un ser vivo que camina solo y acompaña a la gente»

Entrevista: Nacho Abad Andújar

Las canciones del gaditano Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, 1955) están cosidas con hilos muy profundos de mar y arena de playa. Pocos músicos fabulan tan bien una ensoñación o navegan con tan lírica calma por unos labios, una boca o el lunar de una espalda. A pesar de su origen costero, Ruibal vive ahora en Madrid.

Autor de un cancionero tan auténtico que por su singularidad no admite excesivas semejanzas con otros artistas, recibió en 2017 el Premio Nacional de las Músicas Actuales. El auditorio Pilar Bardem recibe al creador de discos como ‘Duna’, ‘Pensión Triana’, ‘Lo que me dice tu boca’ o ‘Quédate conmigo’ el viernes 30 de noviembre (20.00, 11 euros, entradas aquí). Lo acompañan Federico Lechner (teclados y piano) y Javi Ruibal, su hijo (percusión y batería).

Concierto aniversario por sus 35 años, el plazo laboral de cotización con el que uno se puede jubilar, ¿no será el caso?

No hay planes al respecto. El concierto se enmarca dentro de esa gira, pero cantaré temas de mi nuevo disco, que ha salido hoy [25 de octubre].

¿Cómo es el nuevo trabajo?

Se llama ‘Paraísos mejores’ y recoge la eterna aspiración del ser humano: ir a un lugar mejor donde se pueda conseguir un estado de ánimo más complaciente. Musicalmente es variado y ecléctico, como todo lo que hago, con tránsitos por algo que no he explorado tanto, salvo en el disco ‘Sueño’, que hice con orquesta sinfónica: meter cuerdas en varios temas para dar esa pátina de música clásica. También hay, como siempre, pinceladas jazzísticas y secciones de viento arregladas por Javier López de Guereña y José Recacha, que le dan un encanto especial al disco. Está producido por Javi Ruibal, mi hijo, mi cómplice absoluto. Se ha revelado en mis tres últimos trabajos, y en el de otros artistas, como un maestro de la producción. Con él asisto a una emoción doble: cómo damos forma al disco y cómo mete conmigo las manos en la pella de barro para sacar la pieza.

35 años desde el primer álbum, pero usted ya llevaba más tiempo en los escenarios. Incluso vivió y cantó un tiempo en Barcelona, donde estudiaba Medicina.

Allí fue donde compuse mis primeras canciones y arranqué. Y todos los años previos que no cuento hasta que aprendí a afinar la guitarra: que le pregunten a la familia.

Iba para médico, pero decidió que era mejor sanar almas con canciones.

Las dos cosas son importantes. Ni los médicos tienen en su mano la sanación completa ni el artista la pócima mágica. Hay, eso sí, una dedicación similar. Las canciones no obran milagros, pero ayudan mucho. Como paliativos, son estupendas. Había un componente que hacía interesante la carrera de Medicina, el asunto solidario: ayudar e intentar recomponer el destrozo que la vida, a veces, hace con las personas. En ese sentido, es una profesión con una vocación solidaria y humanista. Música y medicina son las dos únicas cosas que se relacionaban con mi temperamento, propenso a tener en cuenta la parte más débil de la sociedad y beligerante contra los abusos sobre los seres humanos.

¿Lo mejor y lo peor de su vida musical?

Lo mejor, todo. De un capricho surgió un modo de vida, y conocer gente y lugares del mundo a los que me llevó mi guitarra. Eso es impagable. Como el placer de dedicarte a hacer lo que te gusta y complace. Lo peor, lo que le pasa a todo el mundo: van pasando los años y te haces mayor y menos ágil. El oficio no me ha creado traumas ni ha dado excesivos problemas, salvo los funcionales clásicos de que, en ocasiones, un disco no corre tanto entre las manos de la gente o los medios no lo difunden demasiado. Pero esa pequeña pena pasa en seguida, porque hay que ir al escenario a cantar. Y sólo contemplar a la gente, la complicidad y cariño con el que vienen, te salva de cualquier penita transitoria.

No es músico de discos de estudio. Como nos dijo en una entrevista en 2012, ¿sigue creyendo más en la música que en los discos?

Por su puesto. Y creo mucho más en la emoción que en la música. El motivo fundamental es la empatía, la comunicación, la conexión más espiritual. Eso va en un soporte musical que puede ser más sofisticado o bello. Todo son pócimas, juguetitos que hacemos para hablarnos unos a otros y permanecer juntos. Creo más en lo que va debajo que en la funda. Los discos son retratos bastante maquillados de lo que somos o queremos ser. Por eso he grabado mucho en directo. Este nuevo trabajo lo he hecho en estudio porque necesitaba ese reposo y venía de hacer el disco 35 aniversario, que fueron cuatro noches de conciertos con artistas, una grabación complicada pero muy estimulante.

¿La buena música no cambia el mundo pero ayuda a comprenderlo mejor y hacerlo más soportable?

La música tiene una función que se la otorga quien la elige y escucha. Hay canciones que valen para la euforia, y está bien que existan. Otras, para la desinhibición, y también deben existir. Y otras para la introspección, como es mi caso. Ninguna canción cambiará el mundo, pero puede cambiar a las personas. Si quien quiere música que le quite las desinhibiciones las supera, ya está mejorando el mundo porque se está mejorando él.

En 2017 recibió el Premio de Músicas Actuales, ¿qué entiende por música actual?

Es un concepto ambiguo. Creo que se refiere a una música viva, pero no porque se le suministre artificialmente una energía que la potencie, como ocurre con las músicas de alto consumo inmediato que van hacia un oído general y buscando un trámite que, al final, es el negocio. La música que yo hago da pocos dineros. Si hay algún negocio es el de tú me das tu atención y yo te compenso ofreciéndote algo que en tu intimidad te conforte y emocione. Por otro lado, creo que el premio está concebido para esos artistas que permanecen actuales haciendo algo que viene de largo recorrido: empezaron hace tiempo y continúan con su creatividad, sin la reiteración de unos mismos sonidos, y asumiendo un cierto talante de investigación.

Ese premio lo recibieron antes Jorge Pardo, Kiko Veneno, Martirio, Carmen París… No está mal convertirse en huésped de ese hotel.

Quienes figuramos ahí, mientras aprendimos a afinar la guitarra y hasta hoy, hemos estado buscando y experimentando. Formar parte de esa terna me gusta mucho. El último premio nacional, Cristina Rosenvinge, tuvo su época de artista adolescente y premadura. Y ahora está haciendo una obra que la respalda y ubica en un lugar exclusivamente propio. Y creo que eso es lo que se premia, la actualidad por la perseverancia, que, a día de hoy, sigas en lo que dijiste: voy a entregar arte. Por supuesto que todo el mundo tiene sus inicios y nadie tiene que pedir perdón por haber sido un chiquillo hasta que aparece la madurez.

¿Ser cantautor en Españas sigue siendo un estigma?

Las etiquetas son muy excluyentes, no sólo en España. Hay gente que se pierde muchas cosas porque cree que debajo de esa etiqueta hay algo que no le va a gustar. Hubo un tiempo en que cantautor se asociaba a una letra reivindicativa y una música de paso y circunstancial. Hoy hay muy buenos músicos haciendo muy buenas canciones con muy buena poesía. Se ha llegado ahí porque hubo quienes empezaron con algo tan sencillo e importante como lo que hizo Paco Ibáñez: poner música a los poetas españoles, clásicos y contemporáneos. Una labor maravillosa que abre puertas a otros que luego se estimulan a escribir. El malditismo [etiqueta colgada a la canción de autor] es una cuestión de incultura. Tal vez se dé por cierto miedo a escuchar, no entender a la primera y no pasar por la vergüenza de tener una laguna en tu conocimiento que debes superar.

Como dice usted, «más vale quedarse en silencio un tiempo, que decir cosas que no se sienten».

Cuando te exhibes delante de los demás, lo menos que puedes hacer es sentirte seguro de que, lo que estás diciendo, eres tú. Que hablas de tus sentimientos, de tu manera de enfocar la vida, las relaciones, el amor, la pasión, el deseo, el paraíso mejor que tú buscas. Cuando tú defiendes un paraíso delante de la gente, hay que procurar no estimularlos a que busquen un paraíso ficticio, de celofán, que se deshace en las manos, sino algo perdurable. En ese afán de llegar tan inmediatamente y a tantísima gente, a veces se hacen cositas sin esmero ni excelencia. Y ahí se corre el riesgo de convertirse en un autómata, en un robot.

¿Eso es algo que nunca le pasó?

No. Tampoco he hecho un disco al año. He hecho discos cuando he coleccionado un puñado de canciones que, juntas, significan una entrega artística. Es como si uno rindiera un examen. Como cuando un pintor hace una exposición: no se trata de colgar 28 cuadros; es colgar el trabajo hecho de una manera trascendente para que todo el mundo vea qué está experimentando o sintiendo. No he pasado por esa presión. No he hecho muchos discos, sólo cuando consideraba que tenía material para hacer una entrega artística. Nadie me ha dicho no pongas esta canción, pon esta otra. Han ido todas las que yo he querido. Si hay aciertos o errores, soy el único responsables. Nadie me ha guiado.

Como oyente, ¿qué le pide a una canción?

A unas les pido emoción hasta el límite de la lágrima. A otras, diversión hasta la carcajada. Cada canción es un ser vivo que camina solo y va acompañando a la gente. Y como conozco el oficio por dentro, no me gusta cuando el mecanismo está hecho con poco esmero.

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