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Ismael Serrano, el cantautor comprometido

Entrevista con el músico madrileño, que a sus 42 años presentó en Rivas, el 23 de abril de 2016, su último disco, 'La llamada'.

Ismael Serrano, el cantautor comprometido

En aquellos viejos cafés de los años 90 aprendió una forma íntima de comunicarse con el público, y más de 20 años después la mantiene, guitarra en mano y nada más. El cantautor Ismael Serrano (Madrid, 1974) ha recuperado el formato acústico en la gira de su último álbum, ‘La llamada’ (2014) para «establecer ese diálogo que es la música», cuenta en su oficina de producción, en el madrileño barrio de La Latina.

Así lo hará el próximo sábado 23 de abril en el concierto que ofrece en el auditorio Pilar Bardem. Allí convocará lo más granado de su repertorio, combinando viejas canciones con temas de su último trabajo. Para otra ocasión, según aclara, deja el recital de versos que acaba de publicar en su primer poemario, ‘Ahora que la vida’, del que ha vendido más de 12.000 copias en dos meses.

¿Qué sensaciones percibe con esta forma de actuar, en acústico, solo en el escenario?

Permite otro tipo de diálogo, una cierta intimidad. Y es un reto, porque es enfrentarme a las canciones tal y como fueron compuestas, solo con la guitarra. La comunicación es más fluida y tienes más grados de libertad.

Defina el concepto ‘cantautor’, ¿qué le evoca?

Lo que mejor lo define es la tradición de gente como Aute, Serrat, Silvio, Pablo Guerrero o Sabina. Una tradición que parte del paradigma del cantautor moderno, que es Woody Guthrie, en EEUU, antes de la Segunda Guerra Mundial. Él agarra la guitarra y le da una dimensión poética al folk tradicional y, sobre todo, de compromiso político. Ellos narran una nueva sensibilidad a la hora de acercarse al folclore tradicional, dándole ese componente de canción social, de inquietud social y política, y buscando el equilibro entre lo que se dice y cómo se dice.

¿Aún se vincula la música de autor con la canción política de los años 70?

Yo lo hago, no sé si la gente también. Pero no creo que lo hagan, porque están surgiendo muchos cantautores que dejan de lado esa sensibilidad. Es un síntoma de la sociedad en que vivimos. Pero es inevitable pensar en la canción de autor como en canción política, porque así ha sido hasta ahora, aunque el posmodernismo haya impuesto la separación de cualquier expresión artística con la política. Y hay cierta estigmatización que tiene que ver no solo con la canción de autor sino con el cine o la literatura. Se ve con malos ojos a autores que se comprometen políticamente a través de su arte. Es un vestigio del posmodernismo.

Con todo, la música de autor no es consumida por un público de masas.

Tiene que ver con la homogeneización de la cultura y con la imposición de una única estética musical que tiene que alejarse de esas inquietudes, y en las radio fórmula convencionales se aparta este tipo de propuestas. La crítica musical periodística también mira con malos ojos y el nivel de exigencia es más alto que en otros géneros.

¿Lo tiene más difícil el cantautor?

Sí, porque hay un cuestionamiento y una exigencia de respuestas a la hora de cantar sobre ciertos temas que no se le piden a otros. Hay una cierta pose, y la crítica musical convencional y la radio fórmula se han vuelto conservadoras. Y son reacios a tratar estos temas y a mirarlos con naturalidad. Hay un cierto pudor porque es un país muy sectario donde a la mínima se te señala y se te estigmatiza por manifestar tus inclinaciones políticas. Y eso debería ser natural, somos animales políticos y es inevitable que tu ideología al final contagie tu forma de entender tu oficio.

Sin embargo en los años 90 escuchaba esta música en las radio fórmulas, ¿qué ha pasado desde entonces?

Se escuchaba, pero tampoco era lo más oído. Se habla del fenómeno musical de los cantautores en los 90 pero es que ese fenómeno estaba en la calle, no era sólo mediático, existía en Madrid, en multitud de cafés. Había un circuito en toda España de canción de autor muy vivo. Y la gente joven empezaba a escuchar. Había un reconocimiento, pero tampoco éramos las prioridades de nuestras discográficas. Luego ha habido una involución. En 1989 cae el muro de Berlín, se impone lo de que la historia ha terminado, el modelo de pensamiento único y esa pose posmodernista en la que se dice que la música tiene que ser una vía de escapismo, no tiene que haber espacio para la reflexión.

¿Qué ambiente había en aquellos viejos cafés donde comenzó y qué se encuentra ahora?

Como hijos de nuestra generación, éramos bastante individualistas. Coincidíamos, pero era difícil hablar de un movimiento. De la misma forma en que la sociedad se atomizó muchísimo en los 90, la precariedad, que ahora se ha extremado, fomenta ese aislamiento. Coincidíamos o confluíamos en ese tipo de foros, pero no había un intercambio ni un diálogo tan real. Yo lo echaba de menos. Esta nueva generación sí tiene ese diálogo, quedan para componer juntos. Aunque falta una reflexión más profunda sobre hacia dónde se va o qué universo se está creando.

¿Las dinámicas de trabajo pasan por encima y eso impide detenerse a realizar esa reflexión?

Ese es el problema, entender que eso es incompatible significa un cierto exitismo. Como músicos, en términos generales, no sólo los cantautores, no estamos a la altura de las circunstancias. No somos capaces de generar una banda sonora propia para el momento crucial y urgente que vivimos. Hay una crisis muy dura, y también es un momento en el que se está retomando un debate de las ideas que se había perdido. Se acerca una generación joven a ese debate. Ahora se habla de política en contextos donde antes se eludía. No sé hasta qué punto los músicos nos estamos mirando el ombligo demasiado, no estamos atendiendo a ese proceso y no estamos construyendo esa banda sonora que tiene que tener todo proceso.

Esa banda sonora sí la escribió el colectivo de músicos de la década de los 70.

A eso me refiero, aunque la Transición impuso el olvido absoluto y pagaron justos por pecadores. No hemos sido justos con la gente que se jugó la vida. Como Elisa Serna, que estuvo en la cárcel, o Serrat, que se jugó el tipo en Chile en plena dictadura. No somos conscientes de qué manera se convirtieron en un fenómeno musical, pero también social, porque generaban espacios de encuentro. ¿Para qué sirve la música? No para remover conciencias, eso es muy vanidoso. Se generan espacios de encuentro, y, en una sociedad atomizada como ésta, es tremendamente útil porque te hacen ver que no estás solo en tu cuestionamiento de la realidad. En un momento de adversidad te ayuda a recuperar sensibilidad como animal social y político, y te sientes acompañado.

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