Entrevista: Nacho Abad Andújar
«Somos un colectivo artístico anónimo, que llevamos a cabo intervenciones urbanas en espacios públicos. Utilizamos la luz como materia prima y la noche como lienzo». Con estas palabras se presenta en su página web Luzinterruptus, un dúo de artistas residentes en Madrid que encienden «luces para que otros las apaguen». Activos desde finales de 2008, sus acciones clandestinas nocturnas se han convertido en un referente mundial del arte en la calle.
Sus instalaciones son tan efímeras que, a veces, apenas duran unas horas: lo que la gente tarda en llevarse los artilugios lumínicos que ellos colocan para alumbrar baches en el asfalto, fachadas, grietas de una pared, árboles, farolas o bolsas de basura que se escapan de los contenedores. ‘Basura plástica custodiando un museo’, ‘Botellas contra Juegos Olímpicos’, ‘Batalla ganada al tráfico’ o ‘Políticos bajo videovigilancia’ son los nombres de algunos de sus trabajos, que ya alcanzan los 130 entre ejecutados y proyectados. Se mire por donde se mire, se mire como se mire, auténticas hermosuras con las que el transeúnte noctívago tropieza para su sorpresa y deleite.
La belleza perecedera de sus propuestas, casi siempre acompañada de una alta dosis de carga social, les ha permitido encender las calles de Melbourne, Nueva York, Hamburgo o Caracas, reclamados por las instituciones públicas de esos países. Rivas también se ha fijado en ellos: se va a convertir en la primera localidad de la periferia madrileña en disfrutar de su talento.
Será en el marco del 18ª Festival de Cultura en la Calle, que este año amplía su filosofía al incluir en su programa cualquier actividad cultural susceptible de ser realizada en la calle. A los espectáculos de teatro de ediciones anteriores se unen otras propuestas como la de Luzinterruptus. Pero atención: para su trabajo necesitan de la participación masiva de la ciudadanía. Quieren reunir al menos 500 recipientes para poder materializar su obra ‘Pescando en luz’, que se podrá contemplar íntegra el sábado 14, a partir de las 22.00, en el parque Lineal, cuando confluye con el parque de El Encuentro. Los recipientes se llenan con agua y 4.000 peces de juguete, que se podrán pescar con alguna de las 500 cañas que el colectivo pone a disposición del público.
¿Qué intervención artística propone Luzinterrutus para Rivas?
‘Pescando en luz’. Se trata de una instalación muy participativa. No requiere del trabajo de la gente, pero sí de su participación. Consiste en utilizar un montón de recipientes y objetos susceptibles de llenarse con agua. Querríamos llegar a los 500, de todo tipo: cubos, barreños, piscinas hinchables, bañeritas para niños o regaderas.
La instalación se programa para el sábado 14 de septiembre.
Pero hay que llevar antes [a partir del 5 de septiembre, en el centro cultural García Lorca]. A todos se les devolverá. Les ponemos un número a cada objeto para que no se pierdan y entregamos un resguardo al participante. Nosotros colocaremos luces led en cada recipiente y los distribuiremos por la calle. Imagínate 500 recipientes de colores, iluminados, llenos de agua y con 4.000 peces de juguete y plantas sumergidas o flotando. Y 500 cañas para que la gente pesque en su interior. Los participantes se podrán llevar luego los cubos iluminados [utilizan luces con una autonomía prevista de una semana]. Necesitamos, eso sí, que la gente nos ayude con sus recipientes. Por favor, que los vecinos acudan.
¿Por qué se titula ‘Pescando en luz’?
En ciudades como Madrid las plazas son muy duras. La gente tiende a estar poco en ellas. Se trata de espacios, además, ocupados por terrazas. Y cada vez el espacio público se va haciendo menos público y más de uso privado. Defendemos que la gente salga a la calle a hacer cosas. Los peces son naturaleza viva. Con ‘Pescando en luz’ pretendemos meter naturaleza dentro de los espacios duros de las ciudades.
¿En qué otras ciudades de la periferia madrileña han trabajado?
En ninguna. Rivas es la primera. Nuestro campo de actuación es Madrid, donde vivimos. También hemos trabajado en el entorno rural, en pueblos como Molinicos (Albacete), donde se rodó la película ‘Amanece que no es poco’ y donde organizan un festival de cultura urbana y arte en el espacio rural. También en Morille (Salamanca), en su Festival del Arte y la Poesía en el Mundo Rural (PAN). Allí hicimos una instalación [‘Árbol alado’] con 1.000 compresas en forma de pájaro. Nos ayudó todo el pueblo.
¿Cada cuánto tiempo ‘asaltan’ Madrid y cómo es el proceso creativo?
Empezamos con una actuación semanal. Pero es imposible mantener ese ritmo. No vivimos de esto. Tenemos nuestros trabajos normales y alienantes, como los de cualquier persona. Ahora salimos una vez al mes. Además, apenas tenemos presupuesto. Todo lo que hacemos es a bajo coste. En cuanto al proceso, nos movemos mucho por la ciudad, especialmente por la zona centro. Con lo que observamos, y leemos en los periódicos, configuramos una lista de temas que nos interesa resaltar. No sólo asuntos negativos, también temas curiosos que nos llaman la atención y pretendemos evidenciar con luz. A veces sólo actuamos los dos componentes de Luzinterruptus. Otras llamamos a amigos en plan fiesta nocturna de intervenciones.
Hacer arte de noche, furtivamente y sin pedir permiso. ¿Qué se siente?
Las salidas nocturnas son un chute de adrenalina a lo bestia. Después volvemos a nuestra vida normal. Venimos de la tradición del arte urbano, trabajamos como cualquier artista urbano: por la noche, anónimamente, sin pedir permiso. Si a alguien le molesta se habla y se discute. Y si hay que quitar algo, se quita. Se supone que todo lo que hacemos es ilegal. No pedimos permiso para hacer nada.
¿Son pioneros en la utilización de la luz como elemento artístico urbano?
En cuanto a instalaciones con luz en espacios públicos, no conocemos nada previo. Sí a artistas que intervienen con grafiti y luz. Ahora están surgiendo otros colectivos. Pero generalmente son más institucionales: trabajan en festivales o en eventos en los que se les paga. Lo normal es que Luzinterruptus trabaje por su cuenta, porque nos apetece salir a la calle y expresar lo que nos interesa o preocupa. A partir de lo que hemos hecho, sí vemos que otra gente empieza a hacer cosas parecidas. Pero trabajar con luz no es barato. Lo que nos pagan en festivales lo destinamos para financiar otros proyectos y comprar material para ir tirando.
Sin el anonimato y la nocturnidad, ¿dejarían de ser Luzinterruptus?
Totalmente. Un evento te condiciona: todo está muy preparado. Has de pasar por los filtros habituales de la administración, institución u organismo que te contrata. Aunque no hacemos nada que no nos interese. Nunca trabajamos para marcas comerciales o eventos deportivos, por ejemplo, ni para iniciativas que no se hagan en la calle y en las que no pueda participar todo el mundo. Montar una instalación para un festival supone tener a mucha gente pendiente de lo que haces. Renunciar a las actuaciones libres y nocturnas supondría convertirnos en hacedores de eventos. Y no es nuestra intención. Está claro que, al hacer muchas cosas pequeñas, nos apetece hacer cosas más grandes, y por eso nos gusta ir a festivales. Es como ver una pieza tuya multiplicada por 10. Y también es un gusto.
Uno de los mejores momentos de las actuaciones furtivas es saborear la reacción de los transeúntes cuando tropiezan con la instalación.
Mientras estamos en el lugar, se respeta la instalación, y los transeúntes hablan con nosotros. Generalmente nos quedamos por allí. No queremos que la situación se descontrole. A veces, nos vamos a dar una vuelta. Y normalmente, cuando regresamos, a la hora u hora y media, ya no quedan luces o se han llevado los elementos completos. En el segundo caso nos gusta más porque, si se llevan a casa una bolsa con luz y la utilizan, nos parece bonito.
¿No revela esa actitud confiscatoria una falta de respeto por la obra de arte? No veo a los habitantes de Melbourne o Hamburgo lanzándose a por las luces.
En otras ciudades no pasa, cierto. En España, por desgracia, sí. Estuvimos en Liubliana (Eslovenia), por ejemplo, y dejamos unas lamparitas toda una calle. Y al día siguiente estaban todas. Y mira que las colocamos en sitios extraños como zanjas, contenedores o tubos. Pero en España, la gente mira y remira y, en cuanto nos damos la vuelta, se llevan la bombillita. En ese sentido, sí da un poco de pena. Pero no puedes luchar contra ello, así que lo disfruten. Ya nos iremos educando.
Se han convertido en una referencia creativa, y con obras de denuncia como ‘Botellas contra Juegos Olímpicos’. Vaya mala leche tiene el título.
Nosotros siempre tenemos alguna cosilla que decir sobre lo que no nos gusta. La instalación de Rivas denuncia el uso comercial que se está haciendo del espacio público. No sé en Rivas, pero en Madrid es brutal. No te puedes sentar en una plaza pública porque hay 20 terrazas, cerradas, con plásticos. El ciudadano que no tiene dinero se encuentra con que no puede estar en una plaza porque tiene que pagar. Intentan combatir el botellón del centro de la ciudad con otro botellón de pago. Casi todo lo que hacemos tiene un transfondo social y reivindicativo. La instalación de Melbourne era libros contra tráfico. ‘Lluvia interactiva’, en el Campo de la Cebada (La Latina, Madrid), con preservativos llenos de agua e iluminados, suponía una crítica a la Iglesia por su oposición al uso del condón. También desmitificamos elementos: hicimos un ‘Árbol alado’ con compresas en Morille, en Salamanca [inspirándose «en el anuncio ‘Ausonia te da alas’, en el que las chicas aparecían flotando felices, los días en los que usaban este producto», según dicen en su web]. La instalación de ‘Botellas contra Juegos Olímpicos’ coincidió con la visita de los miembros del COI a Madrid.
¿Cómo es Madrid para intervenir en ella?
Mala, con muchísima luz. Tiene mucha materia prima para trabajar, pero está sobreiluminada. Es una ciudad complicada, hay que buscar rincones oscuros. Al haber mucha contaminación lumínica, cuesta más que se vean las luces.
¿Por qué la luz como material artístico?
Porque es una materia prima muy efímera que te deja ver las cosas. Permite destacar un punto de atención, visibilizarlo. Al iluminarlo, hace que te fijes y lo enfoques. Y luego, al apagar las luces y quitarlas, no queda nada, y nada se ensucia. Al día siguiente, el espacio público puede ser utilizado por la ciudadanía u otros artistas.