Barba rala y esa rala mirada de buena persona. Nacho Mastretta nació en 1964 y desde bien pequeño su vida fue música. En un rincón del Café Central, donde actúa estos días en quinteto, cuenta con voz suave y lenta de dónde sale Mastretta, una banda formada por nueve músicos que aúnan virtuosismo técnico y emotividad expresiva.
Nunca un concierto de Mastretta es igual que el anterior ni el siguiente.
El patrón de la música popular es el cantante, que hace la melodía y la letra, y todos los demás músicos van comentando lo que hace: o lo enriquecen o lo dejan solo en silencio para que él se exprese. Esto mismo es lo que hacemos aunque con instrumentos. El que está haciendo en ese momento la melodía, el solo, la improvisación, es el que decide la música. Si se pone a tocar despacio se ralentiza, si acelera se acelera, si toca bajito todos tocan bajito. Todos los demás estamos al servicio de ese músico.
Lo bonito es que a veces son dos, tres, se alternan, hay diálogo y se ve cómo un día tocamos la canción de una manera y otro día de otra. Estamos devolviendo flexibilidad y recuperando valores como aprovechar los silencios de manera expresiva. En la música contemporánea popular están proscritos, cuando el silencio es el recurso expresivo de mayor orden en la música: es donde comienza y donde termina, y todo el camino que hay entre los pequeños silencios que van ocurriendo a lo largo de la pieza son sus puntos más importantes.
«El silencio es el recurso expresivo de mayor orden en la música pero en la música contemporánea popular están proscritos».
Mastretta es una banda instrumental que ha prescindido de la voz.
A mí me encantan las canciones y los cantantes, y conozco miles de letras. Para un músico es muy importante escuchar al cantante e imitar lo que hace: las inflexiones, los acentos. La mejor manera de aprender a tocar un instrumento es tener siempre presente el cante, porque es algo atávico que te conecta inmediatamente. A través de la música instrumental se incluye la parte de la tecnología. Y no hablo de ordenadores. Creo que la tecnología de los instrumentos no ha sido superada, es algo casi mágico. Un violín tiene un diseño de escultura con unos grados de inclinación que son físicos; con una crin de caballo frotamos una cuerda de tripa de cabra para conseguir unos sonidos increíbles. Y cuando se suma a otros músicos con otros instrumentos de metal, de madera, estamos incluyendo agricultura, minería, acústica.
«Creo que en música la tecnología de los instrumentos no ha sido superada, es algo casi mágico».
Por una parte te asombra que la humanidad llegue a hacer cosas tan sofisticadas y que luego juntas formen una sinfonía de Beethoven, y por la otra es una dificultad a superar porque, al no tener la voz humana, tienes que conseguir que la gente se olvide de que no hay nadie cantando, que es lo que uno entiende más rápido. Por eso nos lo tomamos como un reto e intentamos propiciar que la música instrumental tenga los mismos valores que la cantada en un mundo donde ya prácticamente no escuchas una pieza instrumental.
Versatilidad escénica: teatros, clubes, calles…
A nivel personal prefiero auditorios más pequeños. Lo que primero que me lleva a la música y lo que me llevará siempre, antes que mi oficio de músico, es la afición por escuchar a los demás y como público prefiero lugares pequeños donde pueda escuchar la música cerca y no hagan falta esos equipos de sonido tan tremendos ni tanta amplificación. Creo que la experiencia musical hay que fortalecerla, recuperarla, porque vivimos ahora en un mundo donde hay exceso de música.
Allá donde estés siempre hay música sonando: en el banco, en la carnicería, y eso hace que la experiencia musical se trivialice y se le dé poca relevancia pues es algo a lo que estás acostumbrado.
Y versatilidad disciplinar, con incursiones en el cine y bandas sonoras como ‘El gran Vázquez’.
Lo de la música para películas fue algo casual. Daniel Calparsoro me vio tocando en Madrid y me dijo que quería que hiciera la banda sonora de ‘Asfalto’. Siempre he admirado el cine, y me dije, qué suerte. No he tenido la regularidad de otros músicos pero tengo la suerte de que me llaman de vez en cuando aunque aún tengo mucha sopa que comer. La manera de trabajar ahora es que todos los músicos estemos con la pantalla delante y que todo lo que se grabe sea una experiencia musical real. No utilizar tanto el corta y el pega, el ordenador, para colocar la música sino que esté colocada de manera natural. Para eso lo que hago es ver la película infinidad de veces, ver las escenas que el director quiere musicalizar una y otra vez y me imagino la música como si saliera de la pantalla, las luces, los movimientos de cámara, el cambio anímico de los actores. Todos esos elementos son elementos musicales porque una acción te da un ritmo concreto, una cámara se eleva te da un sentido para la melodía
«A la hora de componer bandas sonoras todos los músicos estamos con la pantalla delante para que todo lo que se grabe sea una experiencia musical real».
Cine, música, propiedad intelectual.
Estoy de acuerdo en que hay que proteger la propiedad intelectual pero también en que hay que mejorar cómo se está haciendo. Lo primero que habría que hacer sería poner de acuerdo a todos los sectores sociales en que la propiedad intelectual debe ser protegida. Ahora ni siquiera hay unanimidad en este criterio. Me parece una pena porque es dejarlo todo en mano de las grandes corporaciones y llevar al pensamiento único a todo el mundo, a que sólo haya lo que está apoyado por las grandes multinacionales y en manos de empresas de comunicación. Eso nos lleva a que no haya diversidad, a que no haya autocrítica con el arte.
