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Paco Nadal: «No hay destino malo, hay turista malo»

Su primer reportaje se lo trajo de Perú, en 1986. Desde entonces hasta hoy, este reportero, vecino de Rivas, se ha convertido en un referente del periodismo de viajes.

Paco Nadal:
El periodista de viajes Paco Nadal. JESÚS PÉREZ

Texto: Nacho Abad Andújar

«Cuando salgas de viaje a Ítaca / has de rogar que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de conocimientos». Pareciera que los versos de Kavafis gobernaran la vida errante de Paco Nadal, periodista de viajes y vecino de Rivas desde hace tres años.

Este reportero se conoce las esquinas de medio mundo, aunque le queda la otra mitad. Ha doblado el cabo de Hornos en velero, ha coronado las cimas andinas habitadas por los quechuas, ha enfilado las dunas del desierto argelino para alcanzar las caravanas de sal de la mítica Tombuctú y ha penetrado en el corazón del África negra en busca de su particular corazón de las tinieblas.

Autor del libro ‘El cuerno del elefante’ (una experiencia por Sudán, en 1990) y de varias guías de viaje, sus recorridos quedan retratados en programas televisivos (‘No sólo música’, de Tele 5, o Canal Viajar), radiofónicos (‘Hoy por hoy’, Cadena Ser) o publicaciones periodísticas (revistas de viajes o ‘El Viajero’, de ‘El País’).

Su primer reportaje se lo trajo de Perú, en 1986. Fotografías en blanco y negro que retrataban paisajes andinos, hombres y mujeres quechuas. Se lo vendió a la revista ‘Integral’. Entonces, era químico de profesión, cumpliendo fielmente el férreo guión de hijo predestinado a perpetuar el negocio familiar, dando lustre al apellido de la saga Nadal. Y aprovechaba sus travesías estivales -a Zaire, Sudán, Sudáfrica- para reportajear el itinerario andado.

Pero este murciano tuvo su propia conversión, «al más puro estilo San Pablo de Tarso». Su particular viaje a Damasco también fue un juego de la edad tardía, cuando ya acariciaba la treintena. Y la memoria evoca, sentado ahora en la mesa del salón de su casa: «Iba en coche de Murcia a Caravaca, y en una curva del camino, aún recuerdo perfectamente cuál, me detuve, bajé del automóvil y me dije que no quería seguir con mi vida tal como estaba planteada». Y como dice la canción de Sabina: «Un buen día dijiste, olvidadme, y a Madrid haciendo auto stop». Se plantó en la capital. Hizo el máster de Periodismo de ‘El País’ y empezó a colaborar en el suplemento ‘Tentaciones’, en la sección ‘Viajes’: «Fue mi universidad, mi banco de aprendizaje».

Ahora, Nadal es freelance, periodista por cuenta propia. Y luego vende sus creaciones. Viaja solo, con dos mini cámaras de fácil manejo: «Lo hago todo yo: el guión, la grabación y la edición». La soledad del viajero le fuerza a interactuar mucho más con los personajes que le salen al encuentro. «Cuando grabas un documental con todo el quipo televisivo al completo, micrófono ambiente y demás, no puedes pasar desapercibido, y la gente acaba actuando para ti», argumenta para justificar su mutación en ‘lobo estepario’.

Probablemente el lector haya consultado algunas de las guías escritas por Nadal. Los títulos editados por Aguilar incluye una de casas rurales con encanto, otra para viajar con niños y cuatro más sobre el Camino de Santiago, según los diversos itinerarios que confluyen a los pies del santo, entre ellas la primera guía del camino portugués.

EL MAYOR TRANSATLÁNTICO

Dos días antes de la entrevista, Nadal estaba a bordo del ‘Queen Mary’, impartiendo conferencias en el mayor trasatlántico del mundo, que cubre la ruta Londres-Nueva York en seis días. Y una semana antes, en Perú.

«Siempre me gustó viajar, es de las pocas claras que he tenido en esta vida. Si estoy dos semanas en casa me encuentro incómodo», relata convencido. Sincero consigo mismo, cuestiona el periodismo turístico: «A veces te planetas si no somos meros publicistas de los lugares que visitamos, haciendo publirreportajes». Existe la crítica literaria, la cinematográfica, la crónica política que te dice cómo han intercambiado golpes dialécticos los parlamentarios, «pero el periodismo de las revistas de viajes siempre se redacta en clave positiva».

Preguntado por la globalización y su relación con el universo viajero, responde: «El turismo afecta a la homogenización del mundo. Genera ingresos para las poblaciones locales, pero trae una gran aculturización. Para algunos lugares es la lluvia ácida que arrasa culturas centenarias». «No hay destino malo, hay turista malo».

Y prosigue en su franqueza: «El viaje se ha socializado, pero se ha trivializado. Ya nadie viaja sin prisas, sólo se quiere coleccionar sititos. Hace 20 años estuve en la Plaza de Armas de Cuzco. Aquello olía a aceites malos y suciedad, pero era un lugar auténtico, vivo. Acabo de estar allí y lo han transformado en un decorado de cartón piedra, en un museo inerte, ha perdido su vitalidad».

Ya ven, dense prisa por viajar, que los lugares se mueren. Los que puedan, déjenlo todo, abandonen la lectura de esta revista incluso. Y consulten el mapamundi azulado. Saquen un billete para el próximo avión. Y, ante todo, llévense a Kavafis en la maleta: «Ten siempre en le corazón la idea de Ítaca. / Has de llegar a ella, éste es tu destino, / pero no fuerces jamás la travesía. / Es preferible que se prolongue muchos años».

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