Entrevista: Nacho Abad Andújar / Fotos: Javier Salas
Reflexivo, intelectual y lúcido. Así se escucha por teléfono a Santiago Auserón (Zaragoza, 1954). Él y su hermano Luis han reanudado su actividad discográfica con ‘Las malas lenguas’, un trabajo de versiones donde adaptan al español doce clásicos del rock y soul de los 50 y 60. El sábado 9 de septiembre desembarcan en Rivas los líderes de la mítica Radio Futura, para que, una noche después del concierto de Mago de Oz, los ripenses continúen con el jolgorio de las fiestas locales. “Nos hace ilusión tocar en Rivas. Es un sitio caliente”, comenta Santiago.
En su directo, los hermanos Auserón avivan la memoria de la mejor música popular anglosajona. A las canciones de ‘Las malas lenguas’, añaden ocho versiones más. ¿Resultado? Uno baila con el armario de los recuerdos abierto de par en par, tarareando a los Rolling, Beatles, Jimmy Hendrix, The Doors, Bob Dylan o a la Velvet. Y para no defraudar a los más nostálgicos, el directo se cierra con algunas de las perlas de Radio Futura, grupo legendario de los 80, una de las décadas más mitificadas del panorama musical español. Santiago Auserón, referente de ‘la movida’, transmutado luego en Juan Perro (‘Raíces al viento’ , ‘Mr. Hambre’ o ‘La huella sonora’) prosigue con ‘Las malas lenguas’ su particular ruta de búsquedas y exploraciones. Si se le pregunta dónde está Juan Perro ahora, replica: “Ha estado de viaje, retirado, de eremita. Pero tengo noticias de que está recopilando materiales para poner en marcha repertorio nuevo”. ¿Para cuándo? “Difícil de saber. Depende los aliados que nos encontremos por el camino”.
‘Las malas lenguas’ retoma una idea frecuente en el pop y rock español de los 60: adaptar temas foráneos. Entonces era algo habitual versionar. ¿Ahora no supone un riesgo embarcarse en un proyecto así?
Pero es un riesgo agradable. Supone afirmar la tradición poética del rock, pero que en los últimos años parece haberse debilitado en España, no tanto en la calle como en los medios de comunicación. Ese riesgo lo asumimos con ganas porque supone recuperar y sostener la memoria de las buenas canciones y de un período de la historia de la canción popular muy especial, el período en el que los hijos de los blancos de la clase media se juntan con el proletariado negro y surgen chispas sonoras que se difunden a través de procedimientos electrónicos muy innovadores, que a mitad de siglo XX desarrollan todo un nuevo mercado musical. Ese fenómeno produce nuevos paisajes sonoros. Y hay que acordarse de la energía y calidad de esas sonoridades, para no dejarse llevar por la vulgaridad que predominan en muchas canciones contemporáneas.
¿Ése es el panorama actual, el de la vulgaridad?
A nivel general, sí. Incluso internacionalmente, el panorama no es igual de estimulante. Pero donde lo padecemos de una forma severa y grave es en el circuito español. Hay deficiencias culturales serias. El rock en el medio anglosajón tiene un reconocimiento público e interviene positivamente en la economía de los países, es una cultura de la calle que crea una belleza reconocida por todos. Sin embargo, en España estamos en una situación en la que los políticos de uno y otro signo se aprovechan del rock cuando les conviene, y luego no dan nada por él, no contribuyen a crear un circuito estable y duradero. Cada década, las sucesivas modas del rock en España brillan durante un tiempo corto, se desgastan y se disuelven. Y los que queremos perseverar en el oficio de roqueros nos pasamos la vida empezando de cero.
«El rock en el medio anglosajón tiene un reconocimiento público e interviene positivamente en la economía de los países, es una cultura de la calle que crea una belleza reconocida por todos. En España eso no pasa»
¿Y sólo es imputable a una responsabilidad política, no a la industria discográfica o al nivel creativo, por ejemplo?
Es una situación cultural compartida por todo el país. El estilo poco lúcido de los políticos respecto a la música popular contribuye a que medre en el negocio de la música la gente más oportunista y menos cuidadosa con el arte. Eso es parte de una situación cultural general. Los políticos no son los únicos culpables, pero no ayudan a solucionarlo. Esa responsabilidad, es cierto, también incumbe a los artistas, que es lo que sugieres con la pregunta. La gente del rock en España se ha dividido en dos tendencias: una, la que ha envejecido sin acabar de profesionalizarse, dedicándose a la psicodelia y a los aspectos más externos del comportamiento rockero y con un compromiso superficial con la música; y otra, la gente que se ha profesionalizado más, que acaba acompañando a los de Operación Triunfo, y se convierten en mercenarios para artistas que no aportan creativamente nada nuevo. Estamos metidos en una encerrona. Y muy pocos artistas están tratando de mantener una carrera sin caer de uno u otro lado.
Bob Dylan, Velvet Underground, Chuck Berry, Elvis Presley, James Brown, Robert Johnson, los Kinks… ¿Las malas lenguas cantaron las mejores canciones del siglo XX?
Las que cantamos son sólo algunas de las mejores de la historia del rock y el soul. El disco se centra en lo que podríamos llamar un rock de alma negra. Nosotros tradujimos muchas más canciones y luchamos por los permisos editoriales de un puñado. El disco estuvo a punto de ser doble, pero las editoriales nos han ido denegando permisos de adaptación.
¿Lo mejor del rock ya está cantado y escrito o el futuro deparará sorpresas?
Por supuesto que nos debe deparar sorpresas. Yo sigo trabajando en ese sentido. A veces me siento aislado, marginado por la situación cultural de mi país. Pero otras veces encuentro aliados que refrescan el ambiente. Los músicos en la calle siguen trabajando. Los chavales jóvenes siguen yendo a los locales y tienen cada vez más temprano instrumentos que tocar. Hay que confiar en que puede acabar habiendo una música popular española que alcance carta de nobleza como la música popular brasileña, por ejemplo. Nos falta recorrido, pero hay que trabajar con esa perspectiva: una música popular rica donde confluyan varios estilos, desde los improvisadores del jazz, hasta la gente del rock, pasando por los cantautores o los nuevos flamencos. Todo eso debería estar relacionado como en otros países, creando interinfluencias y destellos nuevos. No hay que perder la esperanza de que eso ocurra. Pero el problema no es sólo musical. De lo mismo se quejan los escritores, los poetas o los pintores. Sólo el cine recibe la atención de las subvenciones. Al arte popular no le hacen falta tantas subvenciones, sino menos obstáculos: que no estén todo el día cerrando locales, por ejemplo, que haya facilidades para que una industria de la música popular honesta tenga futuro por delante en lugar de que sólo se den facilidades a los oportunistas.
¿Y quién promociona ese oscurantismo cultural del que hablas? ¿No es todo un síntoma más del mundo que vivimos?
El mundo en que vivimos está tendiendo a unas formas de control y sometimiento a los poderes más hoscos. Lo vemos todo los días en lo que pasa a nivel internacional. Si dejamos a sus anchas a la gente que controla el porvenir, tiende a ser negro. Pero tampoco hay que desesperar.
No hay que caer en el desaliento.
En absoluto, tenemos armas para decirle a la gente que no. Un ejemplo reciente: no hace falta ser antisemita para advertirle a Israel que se equivoca, que con la excusa del holocausto no vaya a reproducir la misma situación pero con otras víctimas. A lo mejor en una entrevista de música no procede introducir este tipo de opiniones.
Al contrario, el músico debe implicarse en el mundo que habita.
Y yo me siento implicado. No me siento cómodo con las ideologías al uso, con las etiquetas. Pero frente a los problemas debemos tomar actitudes determinadas. Tenemos que dar guerra, librar nuestra batalla, aunque no sea con armas mortíferas, sino inteligentes.
«Con 52 años la vida se con ilusión, aunque duele un poco la espalda de enfrentarse siempre con los mismos obstáculos. Y aunque éstos son los mismos, las canciones vienen nuevas otra vez»
Empezasteis a hacer música en 1979. De una década tan mitificada como la de los 80, ¿qué es lo realmente rescatable de aquel período tan voluble?
Es un período demasiado mitificado, es cierto. Es una tendencia del mercado. En cuanto ocurre algo, la gente que entonces nos ponía dificultades y no creía en nuestro trabajo, luego, al pasar de los años, lo mitifica y no te deja hacer otra cosa. Te dicen: habiendo hecho eso, para qué cambias, sigue haciendo lo que estabas haciendo. Y tú piensas: pero si tú mismo me estabas poniendo problemas. Aún mitificado, hay que preservar de esos años esa especie de ingenuidad activa, la capacidad de creer que puedes inventar una parte de futuro.
Radio Futura es vuestro pasado, e imagino que os sentís tremendamente orgullosos de él. Pero, ¿hasta qué punto no dificulta la visibilidad de los nuevos proyectos?
Cuesta mucho. La gente, una vez que acepta una marca, ya no acepta más inventos. Pero eso es sólo para los que consideran el arte mercancía. Ya has vendido un tipo de producto, no me vengas a mover otra marca. Pero no hablamos de marketing. La música tiene un aspecto de mercancía, pero no es su esencia. Lo esencial es su carácter de arte sonoro, la sonoridad musical mezclada con la poesía de las palabras.
Con 52 años a las espaldas, ¿cómo se ve la vida?
Con ilusión, aunque duele un poco la espalda de enfrentarse siempre con los mismos obstáculos. Y aunque éstos son los mismos, las canciones vienen nuevas otra vez. A mí las canciones, a los 52 años, me ayudan a ver la vida con ilusión.
¿De qué nos cura la música?
De la depresión. La música buena. Porque la música mala aumenta la depresión. La música mala, como el cine malo, las series de televisión o los ‘reality shows’ aumentan el mal rollo de la gente. La gente los sigue consumiendo porque es igual que la droga. Te hace daño y no puedes dejarla. La música buena ayuda a despejar la mente y a recuperar fuerzas en el corazón.