Texto: Nacho Abad Andújar
Atapuerca (Burgos) es el mayor yacimiento arqueológico del mundo, el paraíso para cualquier investigador. Y Eudald Carbonell (Ribes, Girona, 1953) es uno de los tres codirectores de la excavación, en la que actualmente trabajan más de 140 personas. A ese equipo humano se le concedió en 1997 el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica. Sus méritos: socializar el conocimiento científico, hacer de Atapuerca un descubrimiento accesible a la ciudadanía española.
Este antropólogo lleva 28 años moviéndose entre simas y fósiles. Es autor de más de 30 libros (‘Aún no somos humanos’ y ‘Los sueños de la evolución’ son los títulos que él recomienda para iniciarse) y ha llegado a impartir 120 conferencias en un año. Estuvo en Rivas Vaciamadrid el pasado 4 de noviembre para dar una charla sobre la evolución humana, en el ciclo de conferencias del CERPA.
Cuando uno pregunta qué aporta Atapuerca al conocimiento de la evolución humana, la respuesta es sencilla: es una yacimiento prehistórico repleto de fósiles, homínidos, animales y herramientas que permite explicar la evolución humana durante casi 1,5 millones de años.
Y Carbonell añade: «Ha hecho tres aportaciones importantes. Primero, descubrir una especie nueva, el homo antecesor, que no se conocía y se encontró en el yacimiento de la Gran Dolina. Segundo, se ha descubierto la primera prueba de canibalismo en la historia de la evolución. Este homínido practicaba el canibalismo gastonómico, comía humanos de otro grupo, pero de la misma especie. Tercero, se ha descubierto la primera necrópolis, cementerio o acumulación de cadáveres de la historia de la evolución humana, hace 500.000 años, y practicada por el homo heidelbergensis. Pero, además, Atapuerca ha socializado la evolución humana en España, es decir, ha comunicado y ha hecho participar a la sociedad de la teoría de la evolución humana».
El mundo científico anda estos días revolucionado con el reciente hallazgo del hombre de Flores (Indonesia). Hasta qué punto abre nuevas incógnitas o despeja viejas dudas, es algo que debaten ahora los investigadores. Una cosa está clara: el hombre de Flores amplía la diversidad humana en los últimos 30.000 años, porque sólo conocíamos al homo sapiens y a los neandertales. Y ahora parece que convivieron con otra especie.
«Además, ha provocado entre los científicos una discusión, no porque sea un enano o pigmeo de un metro, sino por su cerebro tan pequeño, que no llega a los 400 centímetros cúbicos. No pensábamos que una especie moderna pudiera tener esta capacidad craneal si no fuera una patología. Y evidentemente la tiene. Eso es que la selección natural ha favorecido ese tipo de homínidos en una isla. Seguramente en un continente estos homínidos no hubieran podido vivir», explica el arqueólogo.
Carbonell suele decir que los humanos somos una especie con 2.200 culturas, y que atacar la diversidad es atacar la humanidad. Y acuña una idea: la del único pensamiento frente al pensamiento único: «El único pensamiento es la humanización. Contrapongo el único pensamiento a homogenización y direccionalidad jerárquica, que es lo que provoca la globalización. Yo apuesto por un pensamiento crítico basado en la conciencia de especie».
Sobre le mundo actual opina que va mal. Y asoma la crítica feroz: «Hay un grupo de primates poco evolucionados como Bush, Aznar o Blair que pretenden la desintegración. Persiguen un proyecto de futuro de especie, y lo que van a conseguir es una égida de especie, una gran catarsis peligrosísima que provocará grandes disgustos y miserias a la humanidad».
Este hombre sostiene que la ciencia nos hace más humanos, que si socializara el conocimiento científico seríamos más dueños de nuestro destino. Pero la ciencia en manos de multinacionales (caso del científico colombiano Patarroyo y su vacuna de la malaria) no persigue siempre el bienestar de la mayoría de la humanidad. Por eso, comenta, la ciencia tiene que ser una ciencia social, producida por consenso, para estar al servicio de la sociedad y la sociedad al servicio de la ciencia.
«La ciencia y la técnica nos humanizan porque el conocimiento es lo más elevado de nuestro comportamiento primate. Comer, beber, defecar y orinar lo hacemos todos los mamíferos, pero pensar no. La ciencia debe transformar y mejorar las condiciones de vida de la especie».
Lo dice el mismo que mantiene una teoría audaz y provocadora: la idea de que «aún no somos humanos». Esta reflexión da título a uno de sus libros más emblemáticos. ¿Y qué nos falta para alcanzar la humanización? «Si somos sociales tenemos que socializar lo que somos, si somos técnicos tendremos que socializar la técnica, y eso provocará la humanización. ¿Cuándo dejaremos de ser humanos? Cuando realmente la selección natural ya no actúe sobre nosotros, es decir, que todo lo que hagamos sea una manipulación social y cultural provocada por el crecimiento intelectual».
Si se le pregunta al antropólogo si es incompatible con la idea de dios, concluye: «No soy creyente, soy un ser pensante».