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Perros guía: ojos para otras vidas

La vida de las personas con discapacidad visual mejora sustancialmente con la ayuda de estos animales. Susana, ciega de nacimiento, encontró en Thais unos ojos nuevos.

Texto: Carmen González   Foto: Jesús Pérez

Reportaje disponible en la revista municipal Rivas al Día 

Llevan seis años juntas, desde que Thais tenía apenas dos y ya estaba preparada para ser lazarillo. Esta labradora color canela y mirar tranquilo pasó los primeros meses de su vida con una familia educadora. Familia como la de Yolanda Calzas, con quien hablamos en un parque de Rivas mientras sale a dar un paseo con su inseparable compañera desde hace seis meses, una labradora negra también calma de mirada. Se llama Egea y, como dice su chaleco fosforescente que le da acceso a cualquier sitio público, es una futura perra guía. «La tenemos en casa de acogida durante diez meses para que se socialice y vaya acostumbrándose a las personas, a la vida, a los perros y a todas las actividades que tendrá que hacer».

«El momento más bonito con Thais fue cuando la conocí. Llega con mucha alegría porque estos perros son muy cariñosos, parece que te conocen de toda la vida»

Detrás de estas vidas cruzadas está la Fundación ONCE del Perro Guía, creada en 1999 y ubicada en Boadilla del Monte. En sus instalaciones fue entrenada Thais y lo será Egea. Una de sus instructoras más veteranas, Elisenda Stewart, explica cómo funciona esta escuela tan especial, que forma un centenar de perros cada año. El primer eslabón, la cría. «Un departamento se encarga de seleccionar reproductores, que viven con voluntarios de la Comunidad de Madrid, para buscar un temperamento y unas condiciones físicas idóneas». A los dos meses de nacer, los cachorros se van con sus familias de acogida, a las que la ONCE sufraga todos los gastos relacionados con el can.

Familias de acogida siempre hacen falta. «Lo que necesitas es tiempo (los cachorros no pueden estar solos más de dos horas) y que te gusten los animales. Estos perros son para estar con gente, no para dejarlos en casa e irte a trabajar a las ocho de la mañana y a las ocho de la tarde recogerlos», explica Yolanda. Dice que educarlos no tiene mucha dificultad porque «son muy sociables y tranquilos». Hay que darles eso sí unas pautas específicas relacionadas con su futura profesión. «Al andar tiene que ir a tu lado, siempre a la izquierda. No pueden jugar con pelotas. Hay que enseñarles a no hacer pis ni en los alcorques ni en la tierra. Y no pueden comer absolutamente nada de fuera porque son perros que luego van a ir a los restaurantes así que no pueden abalanzarse sobre la comida de nadie».

 Cuando tenga alrededor de un año, Egea dejará el hogar de Yolanda y regresará a la escuela, donde debe superar una prueba física y de temperamento. Si lo hace, será entrenada durante un año y finalmente se buscará a la persona invidente más compatible con ella.

 MUCHO MÁS QUE UN GUÍA

Conseguir un perro guía es la ilusión de muchas personas ciegas y con discapacidad visual porque, como explica Elisenda, que lleva veinte años en la escuela, el can «no sólo hace el trabajo duro de guiarle y superar las dificultades cotidianas sino que le da seguridad, compañía y le ayuda a hacer ejercicio diariamente y a relacionarse». Las listas de espera llegan ahora a tres o cuatro años para el que lo solicita por primera vez pero, sea cual sea, la demora siempre vale la pena.

«El [momento] más bonito con Thais fue cuando la conocí. Llega con mucha alegría, porque estos perros son muy cariñosos, parece que te conoce de toda la vida y, bueno, también cuando he llevado a casa a mis hijos a los dos o tres días ya se hace con ellos, no les quita ojo». Susana entra en un vagón de metro perfectamente guiada por Thais, que busca en vano sitio para su compañera. «Y el más difícil, la primera vez que fui al trabajo con ella yo sola. Me quiso indicar un bache y me caí de rodillas porque no le hice caso. Además al principio era muy nerviosa, tiraba mucho. Otro momento difícil fue cuando nació mi hija mayor, los tres días estaba con muchos celos, no quería ni que me acercara, ni que la acariciara, pero se le pasó en seguida».

Mientras que Thais es el primer perro guía de Susana, Egea es el segundo cachorro que acoge la familia de Yolanda. «Si te digo la verdad sí que es duro separarse de ellos porque en un año les coges muchísimo cariño. Pero luego conoces a la persona que se ha quedado con el perro y te das cuenta de lo feliz que está, de lo necesario que es para ella, y la pena no es tanta».

«La tenemos en casa de acogida durante diez meses para que se socialice y se acostumbre a las personas, a la vida, a los perros y a todas las tareas que tendrá que hacer»

Unas mil personas en España tienen perro guía. La mayoría proceden de la escuela de la ONCE y el resto de dos centros en EEUU con las que la organización tiene acuerdos. Las razas más utilizadas: labradores, golden retriever, cruce entre ambos y flat coated. «El potencial que tienen todas las razas es que son muy sociables. También tienen que tener mucha capacidad de adaptación. Son perros a los que también se mantiene fácilmente el pelo y tienen también un buen físico para hacer de guía: transmitir una buena tensión, subir escaleras, bajarlas, un temperamento sólido», dice Elisenda.

SIEMPRE PRESENTABLE

Una vez en la calle las responsabilidades de usuario y perro son distintas. «La de Thais es que no me choque, que no me tropiece con los escalones, buscarme los pasos de cebra. La mía es estar atenta a lo que me está marcando, indicarle el camino por donde tenemos que ir, que muchas veces nos creemos que la perra se conoce ya el camino de memoria, y sobre todo llevarla presentable, limpia, con buena higiene, porque hay que pensar que estos perros entran en cualquier restaurante, en el metro, en cualquier sitio», explica Susana quien, a sus 30 años, sabe que hay un antes y después de Thais.

«Con el bastón hacer lo haces todo pero con mayor dificultad. Se te atranca con los baches, le das a la farola, a las señales de tráfico, muchas veces se te mete por debajo de los andamios. A mí me pasó una vez que había un camión con algo que sobresalía y me di un porrazo en toda la frente. Además vas más despacio porque el bastón hay cosas que no te detecta. En el caso del camión probablemente Thais me lo hubiese esquivado», nos cuenta esta mujer que vive desde que se casó en Rivas y que hay un momento en el que no quiere ni pensar: cuando a los 11 o 12 años a Thais le toque jubilarse.

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