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Las voluntarias que enseñan a leer y a escribir

Juana, Teresa, Elena y Estela ya han superado los 75 años y se dedican en su tiempo libre a enseñar a otras mayores en el centro El Parque.

Las voluntarias que enseñan a leer y a escribir

Texto: Álvaro Mogollo. Fotografía: Luis García Craus

El centro sociocultural de mayores El Parque ofrece a las personas mayores la opción de profundizar en el uso de la lectura y la escritura a través de unas clases semanales que imparten cuatro vecinas ripenses. Elena, Estela, Juana y Teresa entregan altruistamente parte de su tiempo libre únicamente por la gratitud que les produce ver que su esfuerzo ayuda a otras personas mayores.

Ninguna de ellas es profesora de profesión, ni falta que les hace. La preparación de las clases se la toman tan en serio como el alumnado que asiste a ellas. «Hay un dato muy significativo: si empezamos el curso con 15 personas, lo acaban 15 personas. Eso es porque lo que hacemos en las clases les gusta y les interesa», afirma Teresa. Nunca es tarde para aprender ni tampoco se sabe lo suficiente para no seguir formándose. Es una de las máximas de estas cuatro mujeres que comandan los distintos talleres que se imparten en el centro, unos de iniciación y otros de un nivel un poco más avanzado.

De quienes empiezan por los conceptos más elementales, que no por ello menos importantes, se encargan Elena y Estela. Consiguen afianzar los cimientos de gente que por diferentes circunstancias no han podido conocer más a fondo las características del lenguaje todo lo que les gustaría. Elena lo subraya varias veces: «Es muy gratificante ver lo que se logra con estos talleres porque hay gente a la que les resulta útil en su vida diaria».

Elena Cámara de los Cobos, madrileña de 82 años y vecina de Rivas desde hace 19, imparte un taller de lectura para grupos de seis o siete alumnos. Camarera en un restaurante durante más de tres décadas, comenzó a colaborar en este tipo de proyectos hace unos 18 años. Explica que le hace mucha ilusión ver la mejoría que sus alumnos y alumnas experimentan con la hora y media semanal de clase que comparten.

Su compañera en las labores de enseñanza al alumnado de iniciación es Estela Albina Rimedio Cervio. Esta arquitecta argentina de 75 años llegó a la ciudad hace cuatro años y en 2018 comenzó su labor docente. «Esto no son solo clases de lenguaje, ejercemos una labor muy importante contra la soledad. La gente viene y además de aprender, nos cuenta sus problemas para sentirse mejor, porque en algunos casos no tienen nadie que les escuche».

Los grupos más avanzados son atendidos por Juana y Teresa, dos voluntarias que destacan el gran progreso que logran la mayoría de las personas que acuden a las clases. «Hay gente que no ha podido ir al colegio y ahora escribe textos completos sin apenas faltas de ortografía. ¡Incluso les estamos enseñando matemáticas!», comenta Juana entusiasmada.

Nacida en el municipio pacense de Fregenal de la Sierra hace 78 años, Juana Risco Díaz es la que más tiempo lleva en Rivas, ya que se instaló en la ciudad en 1985. Esta modista y bordadora de profesión lleva ya dos décadas al frente de estos talleres y tiene claro la importancia de la labor que realizan: «Los mayores aprenden y además se ilusionan. A veces se llevan tarea a casa y coincide con la que tienen que hacer sus nietos y nietas. Eso es precioso».

La plantilla de voluntarias de los talleres de El Parque se completa con Teresa González Gil, segoviana de 76 años y ama de casa, trabajo no remunerado en el que ha volcado muchísimos esfuerzos. Lleva impartiendo talleres similares 20 años, desde poco tiempo después de llegar a Rivas en 1996. Teresa deja claro que aunque la labor es muy bonita, el proceso formativo implica disciplina. «Las clases son muy serias, así nos lo tomamos nosotras y hacemos que el alumnado lo asuma de igual manera». Gratitud es la palabra que más veces reproducen estas cuatro voluntarias de los talleres de lectura y escritura.

Todo el trabajo que hay detrás de las clases se ve recompensado con los avances que ven en su alumnado. Todas inciden en invitar a las mujeres y hombres mayores a tomar contacto con estas clases.

Estela y Teresa resaltan los elementos más positivos: «Los talleres hacen mucho bien a todas las personas que vienen, tanto a las que acuden para asistir a clases como a nosotras. Se aprende y se disfruta». En este punto también recuerdan que el índice de participación es muy inferior en el sector masculino, al que animan a formar parte de estas actividades lectivas. Y no solo hay lugar para el aprendizaje, también se lo pasan bien una vez que terminan las clases. «Cuando acabamos, el aperitivo y la bebida no puede faltar. Es otra manera de socializar entre todas las personas que asistimos», comentan Elena y Juana.

La energía y vitalidad de estas cuatro mujeres es arrolladora. Hablan de sus clases con un brillo en los ojos que invita a sumarse a estos talleres para aprender y disfrutar. Ellas ya esperan con los brazos abiertos a todas las personas que quieran unirse a este proyecto.

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