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Arqueología en Rivas: la historia silenciosa

González Ruibal repasa los hallazgos encontrados durante las excavaciones realizadas en otoño de 2018: de la cerámica romana a la guerra civil.

Arqueología en Rivas: la historia silenciosa

De la cerámica romana a la guerra civil, pasando por el palacio de veraneo de Felipe II

Texto: Alfredo González Ruibal

* González Ruibal es uno de los arqueólogos responsables de las excavaciones públicas realizadas en otoño de 2018 en el entorno de Rivas. Es, además, coautor del blog ‘Guerra en la universidad: arqueología de la Guerra Civil española’.

Parece que la historia está mal repartida en el paisaje. Hay pueblos y ciudades que acumulan acueductos, mezquitas y castillos y otros en los que se diría que nunca ha pasado nada. Sin embargo, lo que podemos ver en la superficie no es necesariamente un reflejo de todo lo que ha sucedido. Hay veces que la historia sobrevive bajo el suelo. También sucede que no toda la historia se manifiesta en forma de grandes monumentos o eventos decisivos para la humanidad y no por ello es menos historia o menos apasionante.

Esto es lo que ocurre en Rivas Vaciamadrid: no conserva muchos monumentos y por eso tendemos a pensar que por aquí no pasó la historia. Nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que se trata de una historia silenciosa, un pasado dormido bajo tierra que los arqueólogos tratamos de despertar.

Esto fue precisamente lo que hicimos el año pasado un equipo del Instituto de Ciencias del Patrimonio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el marco de un proyecto promovido y financiado por el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid. La iniciativa tenía dos objetivos: por un lado, excavar y hacer accesibles al público los restos de la Guerra Civil que se conservan en el entorno de El Campillo. Por otro, realizar sondeos en la Casa de Doña Blanca para verificar la existencia de restos antiguos en el lugar, de cara a su futura reconversión en espacio museístico.

Empecemos por la Casa de Doña Blanca. A la entrada del parque regional del Sureste se pueden observar unas ruinas poco atractivas y muy desfiguradas por el vandalismo. Se ubican en la zona donde a finales del siglo XVI existió un palacio de verano de Felipe II, la Casa Real de Vaciamadrid. No encontramos rastro del palacio, pero lo que apareció bajo tierra resultó quizá más interesante.

LA REINA ISABEL II

Para empezar, descubrimos que las ruinas pertenecen a una construcción agropecuaria de época de Isabel II¿apareció una moneda de 1837 en la base del suelo del edificio. Bajo el suelo dimos enseguida con los restos de muros más antiguos. Se trataba de viviendas humildes, con muros de piedra y mortero de yeso, techos de teja curva y suelos de tierra pisada.

En su interior recuperamos algunos trozos de loza blanca y azul, muy típica del siglo XVIII. Habíamos descubierto las casas de «hombres pobres y menesterosos» que rodeaban el palacio real. Este dejó de usarse a mediados del siglo XVII, pero los «hombres pobres» continuaron viviendo en el lugar: ahí está el origen del pueblo de Vaciamadrid.

O no. Porque debajo de las casas de piedra y mortero nos encontramos restos más antiguos: una aldea medieval, también humilde pero muy distinta, porque no tenía casas de piedra ¿al menos no las hemos encontrado- sino de madera y paja, de las que se conservan los agujeros donde se hincaban los postes. Lo que hemos encontrado fundamentalmente son fosas, silos de cereal y un gran basurero. A los arqueólogos nos encantan los basureros, porque allí van a parar todo lo que ya no queremos (desde restos de comida a objetos inservibles), que constituyen el material con el que escribimos la historia.

EDAD MEDIA

El vertedero no nos defraudó: aparecieron grandes cantidades de cerámica y huesos. Las cerámicas nos permiten saber cómo preparaba la gente la comida y al mismo tiempo fechan los yacimientos, porque el estilo cambia con el tiempo. El tipo de cerámica del basurero es característica de los siglos XIII y XIV. Han aparecido vasijas de cocina y de mesa: jarras, orzas, lebrillos, ollas, cuencos y contenedores de almacenaje. También recipientes con vidriado verde, una técnica que introdujeron los musulmanes en la Edad Media y que ha continuado identificando la alfarería tradicional española hasta la actualidad.

Los huesos, por su parte, nos hablan sobre los animales que utilizaban los campesinos en aquella época. Los más abundante en número son los de oveja y cabra, seguidas por los bóvidos (aunque en aporte cárnico las vacas serían más importantes) y finalmente cerdo. También hemos encontrado, en menor número, restos de gallinas y conejos, caballos y perros. Todo indica que en la Edad Media se explotaban las vegas del Manzanares con fines ganaderos y agrícolas, como ha sido el caso hasta bien avanzado el siglo XX. Los restos de Vaciamadrid nos recuerdan, además, que la Edad Media no son solo catedrales y castillos; también aldeas con chozas de madera y paja, silos para cereal y basureros.

CAMPESINADO SIGLO XIII

Los campesinos del siglo XIII no fueron los primeros en ocupar el lugar. En el entorno de la Casa de Doña Blanca y en algunas de las fosas medievales nos hemos encontrado cerámica romana y cuatro monedas pequeñas de cobre que se pueden datar en los siglos IV y V d.C. No hemos dado con el asentamiento, así que no sabemos si lo que había aquí era una villa, una aldea o algún tipo de «área de servicio» relacionada con la calzada que pasaba muy cerca de donde excavamos. Pero ni con los romanos se agota la historia de Vaciamadrid: al realizar un sondeo en el lugar donde se encontraba el antiguo ayuntamiento de la localidad, destruido durante la Guerra Civil, encontramos más cerámicas modernas y medievales… y un borde de una vasija de la Edad del Hierro, de hace unos 2.300 años.

El edificio del ayuntamiento se encontraba en relativo buen estado, pese a haber sido bombardeado durante la guerra, reutilizado por una familia de doce miembros en la posguerra y demolido en los años 80. Los gruesos muros de ladrillo lo han aguantado todo. Entre los escombros encontramos baldosas hidráulicas con grecas que decoraban originalmente la fachada, botellas de medicina de inicios del siglo XX, munición de la Guerra Civil y una misteriosa medalla del rey Eduardo VII de Inglaterra, que reinó entre 1900 y 1910. La abundante cerámica del siglo XVIII indica que tras el abandono de las viviendas la Casa de Doña Blanca, los vecinos se fueron a vivir a la zona que posteriormente ocuparía el ayuntamiento.

GUERRA CIVIL

Si nos vamos ahora al Campillo, el panorama cambia bastante. Aquí el pasado que predomina es el de la Guerra Civil. Nada transformó tanto el paisaje y de forma tan duradera como los tres años que se prolongó el conflicto: kilómetros de trincheras, abrigos y fortines modificaron profundamente un territorio que hasta entonces había tenido una ocupación muy tenue. Sorprende más aun esta transformación si tenemos en cuenta que en realidad sucedió en apenas unos meses, entre octubre de 1938 y marzo de 1939.

Hasta entonces, las posiciones republicanas El Piul formaban pequeños islotes atrincherados en lo alto de la meseta. A partir del otoño de 1938, sin embargo, llegan órdenes de expandir y reforzar las fortificaciones en todo el sector del Jarama. No se llegaron a utilizar, es decir, no fueron testigos de combate alguno y, de hecho, todo parece indicar que los soldados del Ejército Popular apenas ocuparon la larga trinchera que recorre el pie de los cantiles. Las tropas se concentraban en unos pocos puntos del frente, en los campamentos y en los fortines. Y esto es justamente lo que excavamos.

En concreto, sacamos a la luz dos fortines situados entre el pinar del Campillo y los cantiles y un grupo de refugios situado detrás de estas fortificaciones. Que en un frente no haya pasado nada no quiere decir que no sea interesante. Si lo que queremos es saber cómo vivieron los combatientes de la Guerra Civil, nada mejor que explorar un frente en calma, porque allí pasaron la mayor parte del tiempo la mayor parte de los soldados.

LAS TRINCHERAS

Las trincheras de Rivas son elocuentes, un testimonio perfecto de cómo fue la vida al final de la guerra para los republicanos. Los fortines no son de hormigón armado, sino de piedras, tierra y troncos. Los materiales escaseaban tanto en la zona republicana que el cemento y el acero solo podían emplearse en los puntos vitales¿y el Campillo no lo era. Uno de los fortines debió de perder enseguida su propósito como nido de ametralladora, porque sellaron la puerta de entrada, construyeron una chimenea y un hogar y por el suelo aparecieron latas, medicinas, un frasco de colonia, un tintero, una moneda… objetos asociados con la vida cotidiana, no con el combate. El nido se convirtió en chabola.

Chabola es, de hecho, como se conocía habitualmente a los refugios para los soldados, de los cuales hemos sacado a la luz media docena. Se trata de una especie de madrigueras humanas semisubterráneas. Eran pequeñas, oscuras, incómodas y frías. En ellas dormían los soldados, probablemente dos o tres por abrigo, dadas sus reducidas dimensiones. También comían, descansaban, escribían cartas, se limpiaban como podían. En las excavaciones han quedado trazas de todo ello: tinteros, medicinas, frascos de colonia, tubos de dentífrico, latas, botones.

Los objetos que nos hemos encontrado nos informan de varias cosas: que los soldados disponían de una dotación homogénea de armas, porque la inmensa mayoría de los cartuchos eran soviéticos de 7,62 mm; que estaban mal alimentados, porque no encontramos huesos de animales (¡ya les gustaría disfrutar del menú medieval de la Casa de Doña Blanca!); que su salud era deficiente, porque aparecen muchas medicinas, y los principales problemas eran digestivos y broncopulmonares. El estreñimiento, típico de una alimentación escasa y con poca fibra, debía de ser habitual: encontramos un frasco de laxante y una botella de agua de Carabaña, un agua mineral madrileña que tuvo un gran éxito en los años 30 como purgante.

El pasado no es silencioso o estridente por azar. Normalmente el silencio corresponde a la gente olvidada por la historia: los campesinos medievales, los «pobres y menesterosos» que vivían junto al palacio de Felipe II, los jornaleros de Vaciamadrid en el siglo XIX y XX, los soldados vencidos en la Guerra Civil. Aunque la arqueología no puede hacerlos hablar, puede evocarlos a través de sus objetos. Conviene recordar, no obstante, que la excavación es solo un paso: los arqueólogos sacamos la historia a la luz, pero la historia se mantiene viva solo si la gente quiera que así sea. El pasado hay que mimarlo. Y esa es ahora la tarea de los vecinos de Rivas Vaciamadrid.

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