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Estanislao Pascual: el ferretero de toda la vida

El ferretero de Covibar echa el cierre de su negocio después de 35 años de ventas y consejos tras su mostrador. Esta es su historia.  

Estanislao Pascual: el ferretero de toda la vida

Reportaje: Patricia Campelo. Fotografía: Luis G. Craus.

Ha pasado ocho horas al día, en los últimos 35 años, rodeado de una avalancha de objetos en los 90 metros cuadrados que acogen su ferretería. A escasos días de cerrar, el inventario arrojaba una cifra de 6.000 artículos. Pero cuando tenga esta revista en sus manos, Estanislao Pascual, el ferretero pionero de Covibar, ya habrá colgado las botas.

A sus 68 años ha decidido echar el cierre del negocio que le ha ligado a su barrio, y desde el que ha cohesionado con el bricolaje a vecinos y vecinas de dos generaciones. Sin descendencia que pueda continuar sus pasos, el cartel con el anuncio del traspaso cuelga desde hace semanas en uno de los ventanales de este bajo comercial de la plaza León Felipe.

Una gélida mañana de niebla espesa, a principios de diciembre, Estanislao hace balance de su vida entre clavos, tuercas o tornillos con ‘Rivas al Día’.

La conversación se ve interrumpida una docena de veces. Ripenses de cualquier edad cruzan el umbral de Ferretería Pascual con tres motivos: saludar a su veterano vecino, pedir un consejo o comprar. «Si te fijas, la mitad sólo venía a saludar; son gente del barrio de toda la vida», advierte mientras apunta a lápiz en un sobre la última compra, una cinta adhesiva, 50 céntimos. Al poco, un joven vuelve por segunda vez, ahora, con más información, «tiene que ser con forma de estrella», especifica el chico, «de eso no tengo», concluye el ferretero que sabe de cabeza dónde ubica todo su género.

«Procuro no cambiar nada de sitio, ves que hay mucho desorden, pero así me organizo para encontrarlo todo», explica sobre su método. Cuando carece de algún objeto, o no ofrece el servicio solicitado, no duda en redirigir a la clientela al lugar adecuado. «¿Una copia de llave de seguridad?», le plantea una pareja, «tenéis que ir aquí al lado, al zapatero».

Pero, ¿quién es el ferretero tras el mostrador? Estanislao nació en un pueblo de Ávila, donde estudió hasta bachillerato antes de recalar en Madrid y prepararse como «maestro delineante», informa. «También hice algo de aparejadores, pero no lo conseguí, me quedé en paro y, como tenía idea del tema, de las herramientas, y me gustaba, monté esto», explica justo antes de atender a una mujer que pregunta dónde afilar un cuchillo jamonero.

Fue su hermana quien le animó a emprender en Rivas. «Ella se apuntó a la cooperativa de viviendas y me animó a que montara algo. Por entonces, esto no estaba proyectado para locales, pero la cooperativa se lo planteó ya que vendría mucha gente. Mi hermana y yo nos hicimos cooperativistas y puse el negocio. Al principio vivíamos juntos y luego ya me compré una vivienda».

Fue durante la Semana Santa de 1983, ese año, celebrada en abril, cuando Ferretería Pascual abrió sus puertas con una estética y organización casi idéntica a la del 31 de diciembre de 2018, su última jornada. «Fui el primero, así que la gente no tenía otra opción más que irse hasta Madrid, y por entonces no pasaba ningún autobús. Luego pusieron uno que salía cada hora», recuerda.

«Venía la gente de esta plaza. Luego entregaron las viviendas de la de enfrente. Y también estaban los pisos de Pablo Iglesias, que existían desde hacía un año. Vendía más que ahora porque estaba yo sólo». Entre los objetos más adquiridos, según explica el experto, figura el menaje, bombillas, artículos relacionados con la electricidad y tornillería.

Así empezó Estanislao a surtir de herramientas y consejos a un barrio que nacía, y que creció con él. En 1990 llegó al mostrador el primer ordenador, y comenzó a informatizar cuentas y a inventariar lo que antes sólo almacenaba, con precisión, en su cabeza. Con el tiempo comenzaron a abrir las grandes superficies, los comercios asiáticos, internet… y la crisis económica.

Los tiempos se volvieron inciertos para el ferretero de barrio, pero Estanislao resistió. Con unas ventas de entre 1 a 5 euros por artículo, y unas ganancias de unos 85 euros al día, las cuentas salían con dificultad.

«No alcanza, me comen los impuesto, el alquiler, la luz», enumera. Los ingresos por el alquiler de un piso en propiedad le sirven de alivio. Así, para el veterano vecino, la mejor época fue la del principio. «Pienso que siempre el tiempo pasado fue mejor, no sé si en general o es que yo lo añoro mucho. Pero hemos estado muy bien, no sólo por el negocio sino porque todos nos conocíamos, te movías por todos lados y todo el mundo saludaba. Ahora aumenta la población y ya no conoces a mucha gente».

Y, ¿cómo se cierra la puerta de un negocio después de 35 años? Estanislao cree que durante las primeras semanas de su jubilación tendrá que ver qué hace con el género no vendido y limpiar el local. «Estoy con el traspaso, llama mucha gente pero de momento nada». Gestiones que alternará con su gran afición, los paseos. «El otro día caminé hasta el Casco, desde las tres de la tarde hasta las ocho», sonríe, y concluye haciendo un balance positivo. ¿Con qué se queda después de este tiempo?: «Con vivir, y hacerlo en este barrio. De aquí no me voy».

Si ha llegado hasta aquí, ahora, cuando pasee por la plaza de León Felipe y vea la fachada de la ferretería ya cerrada, sabrá la historia del hombre que la atendió más de tres décadas, Estanislao Pascual, un vecino que ya forma parte de la iconografía de su barrio y de la memoria de la ciudad.

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