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Basurama: «El arte es muy juguetón y lúdico»

Basurama y cientos de vecinos ripenses tejerán un gigantesco mantel urbano el viernes 13 de septiembre. Es la primera vez que este colectivo artístico propone una intervención de estas características.

Basurama:
La propuesta de Basurama para Rivas: crear un mantel urbano sobre un descampado.

Entrevista: Nacho Abad Andújar

Con sede en Madrid, Sao Paulo y Boston (Instituto Tecnológico de Massachussetts), el colectivo artístico madrileño Basurama propone para Rivas una obra hasta ahora inédita en su descomunal catálogo, jalonado de intervenciones por España, América y Asia. Su idea es crear un gigantesco mantel urbano en el que la participación vecinal es imprescindible: sin ella, no será posible (viernes 13 de septiembre).

El mantel urbano de Basurama lo compondrán los manteles domésticos (de tela y hule, sugieren evitar el papel porque no resiste) que lleven las familias ripenses que participen en esta intervención. De todos los colores y tamaños, cosidos unos a los otros [de las tareas de punteo se encargan ellos], este gran pachwork vistoso servirá de excusa, además, para celebrar un picnic colectivo al atardecer. Los participantes deben llevar algo de comida: la bebida la pone Basurama. La hora de llegada, las 19.00. La intención es tener lista la intervención dos horas más tarde, a las 21.00.

Se trata de una de las seis propuestas elegidas (entre las 63 que recibió) por el Ayuntamiento de Rivas para su primer Concurso de Intervenciones Artísticas, una sección nueva del Festival de Cultura en la Calle.

«Hemos ideado una obra que no es contemplativa, sino que se construye con la presencia y participación de personas. Es la gente, con su decisión de llevar su mantel y compartir un momento con otros vecinos, la que crea la obra. Lo ideal sería que participaran al menos 200 familias para conseguir algo representativo», explican Juan López Aranguren y Rubén Lorenzo, arquitectos madrileños nacidos en 1980. Como ellos, el resto de los integrantes del colectivo salieron de la Escuela de Arquitectura de Madrid, menos una ambientalista.

«Hemos ideado para Rivas una obra que no es contemplativa, sino que se construye con la presencia y participación de las personas»

Desde 2001, se dedican profesionalmente a la gestión cultural: estudian y ejecutan procesos productivos cuya materia prima son los residuos, productos que la sociedad industrial desestima y que, en manos de estos artistas públicos, ofrecen unas posibilidades creativas descomunales. El nombre del grupo viene de su amor por los ‘despojos’: «La basura habla de nuestros hábitos de vida y consumo. Eres lo que tiras», dicen.

Expertos en encontrar usos inesperados y divertidos al objeto desechado, intervienen «sobre la basura de una manera desprejuiciada, lúdica, sensitiva y sensible. Es, además, una forma de recuperar la memoria de los objetos», subrayan. El mantel ripense puede convertirse, además, en un lienzo internacional. Su propuesta es que pueda viajar a otras ciudades para seguir creciendo. Y pasado un tiempo, regresar a Rivas con los añadidos de otros lugares, fomentando el hermanamiento social. «Sería un mantel que suma colores, con la idea de compartir mesa, no en el tiempo, pero sí en el espacio», exponen Juan y Rubén.

¿Cuánta gente se necesita para que quede algo digno en el mantel urbano de Rivas?

Juan López Aranguren: Menos de 50 familias no supondrá nada representativo. Pero es a partir de 200 cuando podemos empezar a hablar de un mantel urbano. La idea es que venga mucha gente. Cada uno lleva su comida. La bebida la damos nosotros. Se trata de recrear un ‘momento pueblo’. Este mantel equivale a esa fiesta donde la sangría la pone la asociación vecinal y todo lo demás lo trae la gente: el chorizo, la tortilla, el bocata, el salmorejo? La idea es reproducir ese tipo de fiesta que en la ciudad se delegó en la administración y, ahora que la administración está perdiendo capacidad de gestión económica, parece que nos quedamos sin ella. Muchas fiestas de barrio han desaparecido porque el Ayuntamiento ya no pone el dinero para organizarla. ¿Y por qué tiene que desaparecer? Que el Ayuntamiento ceda el espacio y nosotros, los vecinos, hacemos las fiestas.

Rubén Lorenzo: La intervención de Rivas también reclama ese momento de comer juntos, sacando el mantel y las sillas a la calle. Es un acto políticamente potente y popular, que dice: ‘La calle es nuestra, la vivimos nosotros y la disfrutamos’.

Juan: Es algo que, con el proceso económico actual, se ha ido perdiendo. En mi barrio, Villaverde, lo habitual era la silla, la mesa y la comida en la calle, viviendo ese veranito por la tarde. Sin embargo, a medida que ha ido aumentando el poder adquisitivo social, se ha delegado casi todo lo público en la administración. Y ahora que ésta pierde fuerza, la gente se queda diciendo: ‘¿Y ahora qué?’. Cuando hace 20 años lo hacíamos nosotros, la ciudadanía.

Juan: Sociológicamente será interesante ver qué tipo de mantel trae cada uno.

Los manteles, ¿pegados unos a otros?

Juan: Queremos unirlos, hacer una pieza física. Hay que tener buen ojo al elegir dónde te sientas [bromea], porque los vamos a coser con el de al lado. Hay algo de tema playero en todo esto, de toalla en Benidorm.

¿Qué tipos de mantel se pueden llevar?

Juan: Lo ideal es que sean de tela o hule, los de toda la vida, que se pueden coser unos con otros. Los de papel ya dan más problema, son menos resistentes. Pero no queremos que eso suponga una limitación para participar. Si sólo se dispone de un mantel de papel, que también vengan, por supuesto.

Rubén: Iremos cosiendo a lo largo de la tarde. Pero no hace falta que lleven ningún tipo de material para el cosido, eso lo aportamos nosotros. Se convoca a la gente a las 19.00. A las 21.00 se reparte la bebida. La idea es ver atardecer juntos.

¿Qué se hace luego con el mantel?

Juan: Nuestra idea es guardarlo y darle una segunda vida. Que se saque para otras celebraciones populares. Una idea muy bonita, pero que habrá que concretar posteriormente con el Ayuntamiento, es que viaje. Y que el mantel de Rivas aterrice en otro barrio, pueblo, ciudad o país y se le vayan sumando otros manteles, con la connotación de ir tejiendo barrios, pueblos o ciudades a través de él.

«Cuando trabajas con la basura, aprecias la memoria de los objetos»

Tejer memoria.

Juan: El mantel de Rivas puede aterrizar en Campo de la Cebada o en el barrio de San Cristóbal [ambos en Madrid], en Girona, en Serbia o Macedonia, donde tenemos un par de proyectos. Ese mantel, que es el de Rivas, se empezaría a convertir en una mancha de aceite con la memoria de los lugares donde ha estado. Un mantel que suma colores y alimenta el hermanamiento. Compartir mesa, si no en el tiempo, sí en el espacio.

¿Ya han hecho otros manteles?

Juan: Es nuestro primer mantel. No controlamos, ni mucho menos, qué puede suceder. Es un reto. Hemos trabajado muchos formatos. Pero éste es un fregado nuevo. Y eso nos motiva.

Rubén: Nos hemos aprovechado de las bases del Concurso de Intervenciones Artísticas de Rivas [se presentaron 63 propuestas de las que el Ayuntamiento elegía seis], que eran muy abiertas, para proponer algo excitante e innovador para nosotros mismos. Si las bases hubiesen estado más acotadas, quizá hubiéramos recurrido a procesos que controlamos más. Al ser tan abierta, dijimos: ‘Vamos a aprovechar la oportunidad’. Se trata de una iniciativa muy popular. La clave será cómo seducir a la gente para que sienta que está aportando colectivamente.

Juan: El mensaje para implicar a la gente es doble: la consciencia absoluta de todo el proceso y la idea de reunirse y festejar. Reunirse y festejar es maravilloso. Hace poco proyectamos en Campo de la Cebada la película los ‘Goonies’. Verla con todos los colegas, diciendo todas las tonterías que se te ocurren normalmente en casa, pero que te callas porque estás con tu padre o tu hermana, está muy bien. Este mantel tiene esa parte de festejo, que creemos muy atractiva, y por otra tiene la parte artística, poética, de memoria, un poco más compleja, y que a nosotros nos seduce muchísimo.

Basurama se ha especializado en la intervención del espacio público. Se han convertido en un referente internacional.

Juan: Basurama se crea en 2001. El espacio público era el único recurso al que teníamos acceso cuando empezamos. Ni a museos, centros culturales o salas. Sólo el espacio público. Y a lo largo de todos estos años, hemos compartido con la gente ese acceso al espacio público y la capacidad para modificarlo. Ahora mismo, hay muchas menos limitaciones para acceder al espacio público que entonces, principalmente porque la administración ya no puede gestionarlo. Ha delegado esa gestión en entidades privadas, ya sea en terrazas que se alquilan o en eventos de empresas. Pero es un espacio cada vez menos abierto a la participación ciudadana. Con la pérdida de capacidad de gestión de la administración, ese espacio colectivo empieza a ser reivindicado por la ciudadanía, que dice: sigo necesitando expresarme de alguna manera. Y de repente llega el 15M, se ocupa ese espacio, aparecen las asambleas y se revela como un lugar para compartir y crear.

«Es alucinante la capacidad ciudadana para transformar el espacio público»

Y la gente redescubre la capacidad para proponer y construir.

Juan: A lo largo de todos estos años hemos viajado mucho. Y te das cuenta de la importancia que tiene ese espacio. En Latinoamérica, el espacio público se vive de una manera muy intensa y con mucha bravura. En países árabes tiene componentes de control social mucho más fuertes. En África está muy machado por el clima. Ahora mismo, con todo ese aprendizaje, hemos vuelto a Madrid y nos hemos lanzado al proyecto ‘Autobarrios’ [ahora trabajan en el barrio madrileño de San Cristóbal], una iniciativa para recuperar espacios abandonados. Es alucinante la capacidad real que tiene una comunidad para transformar un espacio cuando coordina recursos y los sincroniza.

Pero eso supone un esfuerzo, nada se regala.

Juan: La sincronización de recursos habla también de la sincronización de responsabilidades, de la capacidad de sumar los deseos y necesidades de todos para dar respuesta a necesidades reales. Hay que promover que la gente pueda liderar, expresarse, responsabilizarse y aportar según sus capacidades. Siempre debe haber unos responsables gestores. Puede ser la administración, ciudadanos voluntarios, una fundación… Es posible transformar y con un precio económico asumible. Pero no es posible si no hay una responsabilidad adquirida por parte de algún actor comunitario. Sin esa figura que aporta la constancia y la coordinación de los recursos, es muy difícil.

Rubén: Basurama ha trabajado en el espacio público como un lugar de encuentro y de diversión, donde nos lo pasamos bien, conocemos a otros y ocurren cosas. Hemos hecho todo tipo de acciones e intervenciones. Y hemos comprobado que, con pocas herramientas, suceden cosas muy hermosas. Hay que cambiar la mirada, pensar en todo lo que podemos hacer nosotros mismos. Y cualquiera puede. Porque cualquiera también es responsable de lo público y del espacio colectivo. Hay que trabajar ese cambio mental. Y para eso hay que coordinarse. Hay cosas efímeras, puntuales, que ocurren y suceden casi sin gestión, con una simple acción. Pero también hay proyectos de recuperación del espacio comunitario que requieren de una gestión y coordinación entre diversos agentes. Porque tampoco es fácil que todo el mundo se sienta partícipe en ese espacio común.

¿Cómo es la experiencia cuando se trabaja con personas?

Rubén: En el proyecto ‘Autobarrios’, con el que llevamos dos años, hemos sido los intermediarios, los generadores de un contexto para que se vea que sí se puede, que si empiezas a conectar gente, el tema funciona.

Juan: Por un lado está la capacidad individual para modificar el espacio: esa persona que saca su silla y su mesa para jugar al dominó con el vecino. Y, por otro lado, está ese proyecto más estable, como ‘Autobarrios’ o Campo de la Cebada (Latina, Madrid), que supone transformar de una manera más permanente un espacio mediante la gestión vecinal. En este último caso, lo que aporta Basurama es la mirada externa que permite sincronizar los recursos más allá de los prejuicios y las relaciones previas que haya entre los vecinos. Así se generan nuevos lazos y puntos de encuentro que reafirmen la parte positiva de la colaboración, y no la negativa del conflicto. Pero, además, necesitas una validación profesional. A veces, la participación ciudadana está asociada a los resultados cutres y, encima, se asimila con cierto paternalismo: como esto lo han hecho los vecinos, da igual que sea un sillón que se rompe, no pasa nada. Basurama pretende que la participación ciudadana sea profesional, tan valiosa como si lo hace una empresa privada.

Y con el añadido de generar lazos sociales.

Juan: Un trabajo en comunidad, una experiencia colectiva y un desarrollo de capacidades que parecían ocultas. Lo que aportamos en ‘Autobarrios’ no es sólo la sincronización y la gestión, sino esa legitimidad profesional. Por ejemplo: un puente pintado por los vecinos, tras un montón de conversaciones con ellos donde han ido saliendo poco a poco unos valores que se representan en la pintura, que, además, tiene unos acabados muy finos. Un trabajo en comunidad para que quien vea ese puente abra la boca cuando lo vea y diga ‘Esto parece una obra de arte’ y no se quede en el ‘Mira qué bonito lo que han dibujado los niños y vecinos’.

Rubén: Se trata de dignificar lo que haces, de que te sientas orgulloso. Y cuando eso sucede, te empoderas. Descubres el poder que tienes. Y generas una alegría identitaria.

Juan: El proyecto de ‘Autobarrios’ de San Cristóbal, por ejemplo, ha tenido gran repercusión mediática. TVE, ‘El País’ y las radios han informado de él como algo muy positivo. Los vecinos se ven reforzados. Y el vecindario empieza a tomar consciencia de su fuerza, dentro de unos valores muy cooperativos. Todo eso les devuelve una imagen externa de sí mismos muy valiosa.

«La intervención de Rivas es un acto políticamente potente, que dice: ‘La calle es nuestra, la vivimos nosotros y la disfrutamos».

¿Qué les parece la estandarización sufrida por el espacio público, esos nuevos barrios clonados sin pudor en una ciudad tras otra?

Rubén: El urbanismo se coló en la práctica del negocio. De repente, lo que funcionó fue que no existiera pequeño comercio, que genera vida, e ir en coche a todos los sitios. Ahora recorres los PAU y todos son iguales, tienen los mismos elementos.

Juan: Dentro de todo este negocio del ladrillo se ha pervertido, además, el uso de palabras muy bonitas. ‘Seguridad’ o ‘higiene’, por ejemplo. Se han creado unos sistemas de homologación controlado por pocas pero grandes empresas que hacen que el mismo parque de juego para niños con sus vallitas de colores sea el único que se puede instalar. Si los vecinos deciden colgar un neumático de un árbol, y que en ese espacio abandonado haya de repente un lugar donde alguien se pueda sentar y columpiarse, se penaliza. Y eso es ridículo.

Rubén: Todo eso genera miedo a lo diferente. Y cuando pierdes el miedo, puedes avanzar. Hoy ya nadie juega con un neumático, pero nosotros de pequeños lo hacíamos.

Juan: La administración a veces bloquea estas iniciativas. La administración no puede permitir que un ciudadano ponga ese neumático porque, si se hace daño y denuncia, la administración es responsable de que no estuviera homologado. Se ha creado un sistema muy perverso en el que el único que se beneficia es la empresa que vende el único modelo al que se puede acceder. Y es una perversión absoluta del propio modelo del liberalismo. Al final no es una lucha de competencias de diferentes personas que ofrecen el mejor producto, sino que es una empresa la que se ha hecho con todo el mercado de un solo producto. Es una situación ridícula.

Rubén: Lo bueno de la crisis, en ese sentido, es que la administración ya no tiene esa capacidad de gestión y no le queda otra que ceder espacios a colectivos.

Juan: Y también obliga al vecino acomodado a participar, acostumbrado a pedir, protestar y decir: ‘Oye, que aquí no hay luz, que el columpio se ha roto’.

Rubén: La máxima estrategia de participación de muchos ayuntamientos era gestionar la queja o realizar encuestas, pero sin unos mecanismos reales de participación activa. Y de repente está empezando a suceder una participación real, porque el ciudadano se siente potente y fuerte para negociar con el ayuntamiento. Se siente ciudadano, no un consumidor de ciudad.

Juan: Y luego hay otro reto: no estamos educados para la participación. A veces, participación parece que sea sólo dar opinión. Levanto la mano, hablo y ya he participado.

La participación ciudadana es mucho más compleja.

Rubén: Intervienen muchas cosas. Está la responsabilidad, saber en qué momento una persona puede participar y cuándo no, pero por autoconsciencia, para no frustrarse. ¿A mí que me gusta? Construir, y no quiero ir a hablar sobre los deseos del barrio; a mí, lo que me gusta, es pintar. Pues tienes que ser consciente de que si tu deseo es pintar, no vayas a tirarte tres horas en una reunión que no te interesa en absoluto, porque entonces te frustrarás y, cuando llegue la hora de pintar, tú ya has desconectado. Y al revés, a la gente que habla, a veces, no le interesa coger un taladro y taladrar. Cada persona y asociación, cada actor, tiene un momento donde se puede sumar y un momento donde se puede desilusionar. La autoconsciencia de los actores vecinales que construyen ciudad para saber cuándo pueden participar o involucrarse es importantísimo para sumar y no acabar boicoteando el proyecto. Eso es algo en lo que no estamos educados. Y es básico para que no salga de una palabra tan bonita como ‘participación’ un concepto frustrado.

Juan: Hay que entender que, en un proceso creativo comunitario, empiezan cien y acaban 20. Y luego vuelvan a sumarse 50. Cada etapa del proceso participativo requiere un tipo de competencias individuales distintas. No es lo mismo el momento de pintar que el momento de hablar sobre qué se va a pintar. Para hablar de con qué se va a pintar, saldrá un perfil de personas y tendrás unas dinámicas que harán que la gente participe de una manera. Y, en el momento de pintar, algunas personas permanecerán, otras se irán y otras se sumarán. Y eso no tiene que verse con frustración ni como un fracaso o un éxito, sino entenderlo como parte del proceso participativo. No todos hacemos lo mismo. Por eso hay que adaptar los procesos de participación y la metodología a la realidad. La gente, afortunadamente, tiene unas competencias, deseos y capacidades distintas.

«La basura habla de nuestros hábitos de vida y nuestro consumo. Eres lo que tiras»

Basurama viene de su amor por la basura. La basura dice cómo somos?

Rubén: La basura habla de nuestros hábitos de vida y nuestro consumo. Te vas a Latinoamérica y la basura es muy diferente. Aquí casi todo son envases. Te habla de un tipo de mercado. Al principio, cuando empezamos, la basura era un recurso que encontrábamos cuando salíamos por Madrid. Encontrábamos usos inesperados y divertidos al objeto desechado y volvíamos a darle una utilidad. Interveníamos la basura de una manera desprejuiciada y libre.

Juan: Eres lo que tiras. Estamos viviendo un proceso muy radical de cosificación o basurización de todo lo que nos rodea. Hemos consumido los espacios como como quien compra una camiseta y a la siguiente temporada la tira y adquiere otra. Todas esas urbanizaciones construidas sin ton ni son. Y hemos hecho lo mismo con las personas: se requieren puestos de trabajo en un área específica y se hace un esfuerzo brutal por producir profesionales que trabajen ahí. Y cuando esa profesión ya no es necesaria, a esas personas se las deslegitima y se las convierte en haraganes o gente que no quiere cambiar. Lo que nos interesa cuando trabajamos con el concepto de basura es la capacidad para seguir viendo el potencial de lo que normalmente nos han prejuiciado y estigmatizado. Todo eso tiene, además, una memoria. Basta con desarrollar unas habilidades y unas capacidades. A veces, lo único que se requiere es girar un poco la mirada. Hay que volver a la sensibilidad por el proceso de abandono. Cuando trabajas con la basura de una manera más lúdica, sensitiva y sensible, empiezas a apreciar todo el proceso y los valores reales que quedan en la memoria de los objetos y de los espacios.

¿Se consideran artistas?

Rubén: Hemos pasado por muchas fases de identidad. En un principio decíamos ‘No es arte con basura’, porque lo que queremos es dar utilidad a la basura y ese proceso de transformación era lo que nos interesaba. Cuando trabajábamos con la basura de la calle, no nos interesaba, al principio, hacer piezas artísticas, sino darles utilidad. Pero luego entendimos que darles esa utilidad también es una práctica artística y una herramienta de transformación social. Nos sentimos artistas públicos que experimentan y generan preguntas, que es lo que nos interesa, más que dar soluciones cerradas.

Juan: Somos muchos. Siete arquitectos y una ambientalista. Nos conocimos en la facultad. Amigos desde hace más de diez años. Cada uno ha ido desarrollando una sensibilidad distinta. Y eso también se refleja a la hora de generar un discurso. La complejidad de los proyectos también viene de ahí, y los problemas que encontramos para llevar a cabo la autodefinición. Algunos de nosotros se sienten artistas, otros arquitectos o diseñadores. La autodefinición dentro de Basurama nos cuesta mucho. El arte es un lenguaje que permite trasladar muchas preguntas e inquietudes de una manera digerible. Con una imagen artística puedes reducir todo el chorreo que acabo de soltar hace un ratito a una imagen que llega de manera directa a tu imaginario. Y el arte es muy juguetón y lúdico, hace que ese discurso también sea muy digerible a un nivel más inconsciente.

Rubén: El arte es un espacio de experimentación. La práctica artística te permite tensionar entre lo posible y lo imposible. Y en ese terreno se mueve Basurama, en el del arte como un lugar de experimentación. A veces tiene que ver más con lo emocional, otras con lo social. Basurama tiene muchas lecturas. Cada uno lo entiende de una manera: desde el ecologismo, los movimientos sociales, la arquitectura, el arte… No estamos en ningún lugar en concreto, pero nos involucramos en muchos de ellos.

«La clase política debe perder el miedo y experimentar. Tiene que acompañar a la ciudadanía en los nuevos proyectos de transformación del espacio público»

Un mensaje a la clase política, a quien hace ciudad.

Rubén: Que pierdan el miedo, que hay mucho en la clase política. Hablamos de hacer ciudades audaces. Que se sientan fuertes para experimentar. En nuestra experiencia tropezamos con políticos con ‘el miedo a’ o ‘por aquí no se puede pasar’. Pero cuando alguien no tiene miedo, y se atreve a algo potente, abre una grieta por la que es posible abordar nuevos caminos.

Juan: Hasta ahora todas las colaboraciones que hemos hecho con administraciones han resultado muy positivas para la propia administración, y sin perder los valores sociales, económicos y de imagen. Es muy extraño que los organismos responsables de gestionar el patrimonio público se mantengan al margen de lo que la ciudadanía está empezando a proponer. Tienen que acompañar a la ciudadanía en estos proyectos porque son inevitables. Es poco inteligente no hacerlo. Súmate porque tienes que estar, y no desde el dinero. Puedes estar desde otra cantidad de recursos que puedes aportar: experiencia profesional, de gestión o en los contactos que tienen con los diferentes ámbitos.

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