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Patricia Gomendio: «Importa quién eres, no qué eres»

La dramaturga y actriz dirige la lectura dramatizada colectiva 'Gaby, Gabriel o Gabriela', una obra contra el acoso escolar LGTBI.

Patricia Gomendio:

Entrevista: Nacho Abad Andújar / Fotografía: Moraima Feijoo

¿Gaby, Gabriel o Gabriela? ¿Es él o ella? ¿O ella y él? ¿O ni ella ni él? ¿Importa qué es Gaby o quién es Gaby? La actriz y dramaturga Patricia Gomendio (Donostia, 1976) utiliza el teatro como herramienta para educar, sensibilizar y promover actitudes críticas ante cuestiones sociales como la violencia de género o el acoso escolar. Profesora, además, de los talleres teatrales de la Concejalía de Igualdad y Mujer, participa ahora en la Semana del Orgullo de Rivas, dirigiendo la lectura dramatizada colectiva de su obra ‘Gaby, Gabriel o Gabriela’ (domingo 23, 19.00-21.00, centro cultural García Lorca; inscripciones en mujer@rivasciudad.es).

Se trata de un texto contra el acoso escolar a personas LGTBI (lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales), que ya ha pasado por más de 40 institutos y colegios. Escrito en 2016 y estrenado en 2017, ahora llega a la localidad como una intervención sociocultural para público adulto, que puede inscribirse y leer fragmentos de sus personajes, descubriendo que no importa qué somos sino quiénes somos. Una función en defensa de la diversidad sexual y de género.

La tesis de la obra es que no importa qué somos sino quiénes somos. ¿Con qué intención escribió ‘Gaby, Gabriel o Gabriela’?

Llevaba años realizando intervenciones teatrales en centros educativos para prevenir el acoso escolar. Y advertí, porque me lo decía el profesorado y el alumnado, que hacía falta algo más específico sobre el acoso escolar LGTBI, latente en todos los centros. Y pensé: quiero hacer una función sin etiquetar, sin hablar de si el personaje es o no homosexual, si quiere ser chico o chica, sin definirlo. Y de ahí salió ‘Gaby, Gabriel o Gabriela’, que propone que no queremos saber qué es Gaby, sino quién es.

¿Cómo reacciona el alumnado?

En principio, la función está enfocada para educación secundaria. Recuerdo en un instituto que, al terminar la representación, las 200 alumnas y alumnos que la presenciaron se quedaron callados. Y dijeron: queremos más. El alumnado reacciona de una forma que no esperábamos. Hay momentos, por ejemplo, que los chicos cogen nuestras faldas [vestuario de la obra], se las ponen y dan una vuelta en mitad de la función. Después de estas experiencias, algunos centros de primaria empezaron a demandarla [para los cursos de 5º y 6º]. Hubo que adaptar el contenido a las edades. Y han reaccionado muy bien. En ningún momento preguntan si Gaby es chico o chica. No les importa. Hablamos en masculino y femenino, ni en masculino ni en femenino, cuidando mucho el lenguaje.

¿Y qué aprenden?

No salen de la función igual que entran. Se llevan la idea de que da igual si Gaby es chica o chico. O chica y chico. O ni chica ni chico. Ese aspecto deja de interesarles, y lo aplican luego en su vida. No es importante: nadie tiene por qué catalogarse. En la historia aparece otro personaje que se llama Dany, que simboliza el amor. Y tampoco contamos si Dany viene de Daniela o Daniel. Porque no es importante en esta historia. El alumnado que sufre este tipo de cuestiones, a veces, se levanta en mitad de la función y dice: ‘Gracias, eso me pasa a mí’.

¿Percibe diferencia entre el público adulto y el juvenil?

Al público adulto se le hace más dura, hay quien termina llorando. El público adolescente acaba con entusiasmo de ser quienes son. Porque la obra invita a ser quien eres, recuperando la frase de Oscar Wilde: «Sé tú misma o mismo. El resto de papeles están dados». Y esa idea se le queda mucho al alumnado, porque vemos que luego lo tuitean. En adultos, porque tienen hijas o hijos que han sufrido, o porque ellas o ellos mismos se sienten con muchos prejuicios, suelen terminar emocionalmente más afectados, les remueve más. Se les hace más dura, mientras que el público adolescente suele querer más y se le hace corta la función. Y en primaria, la reacción ha sido aún más natural. Dicen: da igual qué es Gaby, no nos importa, quien quiera ser está bien, que se ponga la falda, yo también me la pongo.

¿Se puede hablar de evolución generacional?

Sí. Pero todavía queda por hacer. Muchos jóvenes sufren aún en los centros escolares. Quieras o no, existen cuestiones en las que te tienes que definir: hay baños para chicos y para chicas, por ejemplo. Si se educa en ello, es mucho más fácil. Los centros también tienen miedo de tratar el acoso escolar LGTBI. Contratan mucho más la otra intervención sobre acoso escolar [no LGTBI] que he escrito [‘Señales en el patio’]. Y no es una cuestión de calidad. Les da más miedo por los padres y madres.

¿Qué poder tiene el teatro como herramienta pedagógica?

El teatro es una herramienta transformadora para curar los miedos y el rechazo. Todas las personas supuestamente sabemos lo que está bien o mal. Y, sin embargo, no cambian las cosas. En un instituto, el alumnado sabe que no está bien meterse con nadie ni reírse de alguien. Lo saben racionalmente, conocen la información, pero los hechos luego son otros. Con esta propuesta dramática vives la situación desde dentro. Te hace reflexionar. Te obliga a tener una posición crítica, y el cambio sucede dentro de ti. Y cuando ya sucede dentro de ti, todo es diferente. Lo has entendido porque lo has vivido.

¿Le preocupa el rearme homofóbico que vive este país?

Creo que es miedo. Un miedo grande. Personas que se expresan en ese sentido, con poca tolerancia hacia la diversidad de género, han presenciado la función. La ven y dicen: ‘Pero es que esto es muy diferente. Has tratado el tema muy bien. Así como lo cuentas, me parece bien’. Y ahí preguntas: ¿diferente a qué, qué te habías imaginado? ¿Qué piensan, que tratando estos temas va a cambiar la identidad o el género de sus hijos o hijas? Es un miedo atroz a lo diferente. Pero, ¿qué es lo diferente? Como dicen varios personajes en la obra: ¿qué pasa: que si no soy como tú, soy diferente? ¿Diferente comparado con qué?

Un ámbito fundamental para fomentar la aceptación es el escolar.

Es muy estratégico. Por ejemplo, muchas madres y padres se inquietan: ¿qué hemos hecho con sus hijas e hijos? Y cuando ven la función, se relajan: «Ah, pues sí, esto me parece interesante». No me suele preocupar que haya un rechazo inicial a este proyecto. Invitas a la gente a que lo vea y luego todo cambia. Nuestra intención es hacer cosas que ayuden a transformar. Que el público se convierta en un agente transformador social contra las desigualdades.

Y esta función ofrece herramientas.

Y el alumnado reacciona: suceden cosas después de las intervenciones en los centros educativos. Un niño de siete años, que había perdido el habla, después de una intervención, llegó a casa y le dijo a su madre: esto me está pasando a mí. Es emocionante. Hay cambios.

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