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Rosario Pardo: «El teatro tiene algo agónico»

Entrevista con la actriz, que interpreta a Josefina Manresa en 'Los días de la nieve': costurera y compañera del poeta Miguel Hérnández.

Rosario Pardo:

Entrevista: Nacho Abad Andújar

Setenta minutos de interpretación solitaria para encarnar a una mujer a quien la vida no trató bien: Josefina Manresa, costurera, viuda del poeta Miguel Hernández fallecido en la cárcel víctima de la represión franquista e hija de un guardia civil fusilado en la guerra. ‘Los días de la nieve’ es un monólogo escrito por Alberto Conejero y dirigido por Chema del Barco en el que Rosario Pardo (Jaén, 1959), entre puntada y puntada, y mientras termina un vestido azul, se vacía para evocar la biografía de una superviviente «de las peores tristezas», como la define el autor.

«Es una obra que habla de esos días nefastos y horribles que se vivieron en la guerra y posguerra. Esos días fríos de nieve, de hambre y pena», aclara Rosario Pardo por teléfono desde Sevilla, donde rueda una serie televisiva aún por estrenar (‘Lejos de ti’). La función se representa en el auditorio Pilar Bardem el sábado 24 de marzo (20.00, entradas a la venta).

¿Quién era Josefina Manresa?

Una mujer de pueblo, como otras muchas, de la posguerra. Que ha sufrido ser hija de un guardia civil que mataron, como ella dice, ‘los rojos’, y mujer de un republicano que mataron los nacionales. Alguien con la contradicción de haber tenido muerte por los dos bandos. Una superviviente de la posguerra con todas sus consecuencias. Era pobre, una costurera sin más medios de subsistencia que sus manos y ojos, con un glaucoma que no le dejaba ver bien. Todo muy triste.

¿Qué ha aprendido del personaje?

Muchísimo. Me ha hecho recordar esa etapa de la guerra que yo viví a través de mi madre. En mi casa, todo era antes y después de la guerra. Sin haberla vivido, la guerra siempre ha estado muy presente en mi vida. Con Josefina descubres qué mal subsistió el bando republicano. Mi casa, en la vida real, era bando nacional, los que ganaron, que también lo pasaron mal porque en cualquier guerra se sufre, pero tuvieron la recompensa de ser los ganadores. Los republicanos fueron los perdedores absolutos. Y con Josefina he aprendido cómo una persona puede subsistir y, a pesar de las penas, ser positiva.

Poco se ha hablado en este país del sufrimiento de las mujeres en la guerra civil y la posguerra.

En este país se ha hablado poco de las mujeres en general. Tampoco se ha hablado de las científicas ni las escritoras. Las mujeres no fueron a la lucha en la guerra civil. La importancia se la llevaban los hombres, que regresaban vencedores o se les colocaba la placa de muertos. Las mujeres no tenían importancia. Eran las que se habían quedado cuidando a los familiares. Y, sin embargo, soportaron la guerra. En mi casa, mataron a todos los hombres. Eran cinco hermanas viudas sin padre. Un sufrimiento que se guardaba en las casas, que no se conocía. Ahora se empiezan a escribir algunas novelas y relatos que cuentan lo que las mujeres sufrieron, sin medios de producción y abandonadas.

¿En qué se pueden reconocer las mujeres espectadoras en Josefina?

Josefina habla de cosas de la vida, sentimientos, la pérdida de familiares y de su marido. Es un personaje muy cercano, especialmente para las mujeres.

Para usted, ¿qué es la memoria histórica?

Algo que debiera materializarse como una realidad, un tema de justicia. Si yo tengo a mi abuelo enterrado en la catedral de Jaén, la gente tiene que tener a su familia donde pueda llevarla flores o rendirle recuerdo.

Entiende que quien tiene enterrado a un familiar en una cuneta quiera recuperar sus restos.

Tendría que ser cuestión de estado. Se empezó a valorar en un primer momento, pero ha caído en el olvido institucional. Es duro e injusto que no sepas dónde está tu familiar. Y no vale decir que son los nietos quienes lo piden ahora, que es algo ya pasado. Los nietos tienen derecho a saber dónde está el abuelo. Lo justo es que un país reconozca a la otra parte del país. Creo que aún no somos conscientes de lo que pasó en la guerra civil. No se ha hablado lo suficiente, aunque se diga eso de que el cine español lo ha tratado. Es mentira. Muy pocas películas tratan la guerra civil. Sí se han hecho, por ejemplo, películas sobre nazis. Es necesario hablar del pasado para poder superarlo. Ideológicamente no hemos pasado página.

Y después de tanto tiempo, por fin un monólogo.

Nunca me había atrevido a hacer un monólogo. Siempre me dije que debía tener cierta edad para encarar un proyecto como éste. Un monólogo siempre es complicado. Éste es una semitragedia: hay partes divertidas y otras muy trágicas y tristes. Eso es el teatro clásico, la tragedia y la comedia juntas. Ese shock con el que te vas a casa y dices: uy, qué ahorro de psicólogo me voy a hacer esta semana.

Alguien que ha sido directora de teatro, ¿se deja dirigir fácilmente?

Sí, precisamente porque he sido directora de teatro. Me gusta que me dirijan. Una cosa es que tengas claro cómo es tu personaje, pero la dirección escénica es muy importante: alguien que, desde fuera, ve tus movimientos y te ayuda. Yo sé dejarme llevar.

¿Qué es el teatro para usted?

La escuela primaria del actor. Todo el mundo debería pasar por él. Es donde demuestras qué posibilidades tienes como intérprete. Es la capacidad de improvisación y la posibilidad de captar una seguridad que sólo te da el teatro. Yo he hecho mucha imagen [cine y televisión], pero el teatro es fundamental para los intérpretes.

Si no hubiera sido actriz, ¿qué le hubiera gustado ser en esta vida?

Tengo varias vidas. Me hubiera gustado ser fotógrafa de guerra. El otro día vi una exposición de Robert Cappa y me dije: qué envidia me da este tío, con sus posibilidades de visitar mundo y conocer a gente. También, arqueóloga en Egipto, incluso en España. Me encanta el arte íbero. Si no, hubiera puesto una tienda de flores o creado una finca natural. Me gusta la naturaleza.

Dice Toni Servillo que el teatro es un lugar que se opone a la muerte, ¿comparte la reflexión?

También tiene algo de agónico. Enfrentarse a esa inmediatez me resulta agónico. Siempre lo he dicho: me cansa mucho el teatro. Me deja sin energías. Es una satisfacción, pero lo tienes que entregar todo. No es como el cine, que haces un montaje y coges de aquí y allá. En el teatro estás sola y tienes un tiempo determinado.

Esa intensidad tal vez explique que, cuando una obra no gusta, salgamos más mosqueados que ante una mala película.

Cuando vas al cine y no te gusta la película, te vas a casa y te olvidas. Con una mala obra de teatro, no. Yo, al menos, lo paso muy mal. Salgo cabreadísima. De alguna manera, sufro.

Somos más exigentes con el teatro.

Eso es lo bueno que tiene el directo. Que cuando disfrutas de una buena interpretación u obra, la satisfacción te dura días. Me emociona mucho cuando la gente se queda a hablar conmigo y la ves conmovida o llorando. Eso me impacta. Y dices: esto es el teatro. Que la gente salga con los sentimientos a flor de piel.

¿Alguna vez ha sentido en el escenario que una obra no funciona?

Claro. Lo notas perfectamente. Por eso digo que es agónico. Notar que la gente está pensando en la lista de la compra de mañana y que aquello no va y te queda todavía una hora sobre el escenario.

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